La izquierda legal y reformista en Colombia después de la Constitución de 1991. Jorge Eliécer Guerra Vélez
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De cara a la opinión, el m-19 se valió ante todo del carisma, no de un programa, siendo Carlos Pizarro quien recogiera los panegíricos y apegos como parte de esos líderes que renovarían la clase política, y uno de quienes llegaban a alentar el reducido grupo de dirigentes de izquierda pese al riesgo que ello acarreara. Como se vio, su muerte no detuvo la determinación del m-19 de responder al llamado de cambio y de paz. De cara a un régimen bipartidista fosilizado, su operación consistió en sostenerse como una organización partidista, coadyuvada por otras fuerzas tales como el Partido Revolucionario de los Trabajadores (prt) o el Movimiento Armado Manuel Quintín Lame (maql), que se satisficieron con garantías para el desarrollo de las zonas donde hicieron presencia.
Contrario al m-19, la tríada Ejército Popular de Liberación (epl)-Partido Comunista de Colombia – Marxista-Leninista (pcc-ml)-Frente Popular, en suma, el epl, dispuso de fundamentos teóricos y políticos sólidos, organicidad y disciplina, solo que cuando contempla desmovilizarse el mundo había vivido grandes cambios. Más radical en sus principios, sus acciones no tuvieron mucha resonancia, ya que, pese a tener un aparato militar fuerte, buscó priorizar el aspecto político; aprovechando la existencia de un partido clandestino y, luego, de un movimiento que se proyectaron en los sindicatos, los movimientos estudiantiles, las Juntas de Acción Comunal, etc. Aunque su primera intentona de negociación promediando la década del ochenta no tuvo éxito, sí fue motivo de una reorientación, ya que en adelante se acercó al proletariado, consolidándose en las urbes, y no exclusivamente al lado del campesinado. Es cuando expone la propuesta más interesante y controvertida hecha entonces por organización alguna de izquierda —aunque también de derecha—: una nueva Constitución. Sin claridad en cuanto a su contenido ni mecanismos, clamó su urgencia. Para su infortunio, dos de sus principales dirigentes y promotores de la idea, los hermanos Calvo Ocampo, perecieron antes de que una nueva generación de comandantes se decidiera al fin a pactar la paz. Cuando esta se concreta, la acogida de la opinión sería menos dúctil y expectante que para con el m-19. Sin olvidar que una pequeña fracción prefirió prolongar la aventura armada, conservando el rótulo epl. Como fuese, la llegada del sector mayoritario —el etéreo proyecto partidista Esperanza, Paz y Libertad— le permitió a la Alianza Democrática m-19 (ad m-19) llenar en parte su propio vacío ideológico y político.
El llamado “campo marxista-leninista” fue otra de las múltiples expresiones de la izquierda colombiana. El Movimiento de Integración Revolucionaria (mir), más radical, y el Movimiento de Unificación Revolucionaria (mur), más circunspecto, representaron dos caras de una misma moneda, sellada con la idea de crear una organización de masas socialista guiada por el vanguardismo revolucionario. Reconfigurándose sucesivamente en mir-Patria Libre o proporcionando cuadros al Ejército de Liberación Nacional (eln), constituyeron la alianza Unión Camilista – Ejército de Liberación Nacional (uc-eln). Alentados por una movilización social que emplazaba a mayor participación política y con los asomos de transformaciones exógenas, darían vida a ¡A Luchar! Pero el amancebamiento armas y política terminó sujetando dicho movimiento a las imposiciones de la uc-eln, en un ciclo en el que además la mano criminal apalea todo intento de consolidación de una oposición de izquierda, forjando su propia extinción. Desmovilizado el m-19 y con una Asamblea Constituyente al horizonte, las diferencias estratégicas y políticas pusieron fin a ese consorcio, provocando la creación de la Corriente de Renovación Socialista (crs). Política y militarmente esta no produjo inquietudes en el seno del poder nacional; si acaso fuente de alteración en un determinado orden regional. Ausente de las secciones asambleístas, apenas se manifestó cuando apoyó candidaturas que no eran la suyas. Última en dejar las armas y tratando de desmarcarse de la ad m-19, la crs planteó dirigirse a la masa de obreros, campesinos y sectores bajos de la clase media. Pese a que adecuase su objetivo socialista en tono con lo que venían planteando los partidos socialdemócratas desde promediada la década del ochenta en varios países europeos,1 no tuvo con qué hacer grandes exigencias, sino que, como en otros casos, se limitaron a obtener cauciones para la integridad de sus excombatientes, el ejercicio de la actividad política y los proyectos de desarrollo en las zonas bajo su influencia, que fue su gran aporte. Percatándose de las derivaciones de la ad m-19, revisó su intención de adherir, por lo que prefirió mantener su autonomía en tanto movimiento político, estrategia que en definitiva no cuajó.
Si los gobiernos Barco y Gaviria no mangonearon el desarrollo político de los grupos desmovilizados, tampoco detuvieron los pactos de la clase política, económica y militar regional con grupos de narcotraficantes y paramilitares para contener la consolidación de movimientos partidistas de izquierda. Es verdad que la ad m-19 pudo desenvolverse con cierta soltura, y no fue debido a las tramas bipartidistas, la mansedumbre de la opinión o la intimidación de los señores de la guerra que no llegó a consolidarse numérica ni orgánicamente. Su poco ímpetu en debates cruciales sugiere más bien que en ocasiones su circunspección llegó hasta la inercia. Incapaz de resolver sus contradicciones, no encontró un punto de equilibrio entre ligarse a las bases, nutrido con las experiencias locales o territoriales de las organizaciones que la conformaron, y estar en simetría con los fueros de su presencia en el Gobierno y su participación parlamentaria; opción tomada por sus dirigentes frenando el impulso del primer año de su momentánea existencia. Aquellos no solamente se distanciaron entre sí, sino también del resto de militantes y de ese segmento de la población que se esperanzó con la ad m-19. Los documentos elaborados a cada seminario y foro dan cuenta de debates y creatividad, sin embargo, su intelligentsia no tasó la premura de concretar ese partido político para que abanderara la reconciliación nacional y el ensanche del sistema político. Además, todo quedó a expensas de lo que dijese o hiciese Antonio Navarro Wolff; ningún otro dirigente o fuerza en el seno de la ad m-19 actuó sin conocer su providencia. Igualmente, Navarro con pragmatismo y atento al eco del tiempo mostró interés en la perspectiva de género, la juventud y el desarrollo local, siendo entre esa elite política que emergía por la izquierda quien mejor advirtiera las sutilezas del quehacer político.
En lo que toca al gran acontecimiento que significó la Constitución de 1991, ninguna de las fuerzas que para entonces conformaban el sistema político sabían qué cambios y obstáculos afrontarían, ni cuál sería el recibimiento por parte del soberano. Lamentablemente no todas las guerrillas llegaron a la cita con la paz. Por convicción, experiencia, o por falta de tacto, las farc, el eln y otros grupúsculos desecharon la invitación a participar en la Asamblea Constituyente —lo mismo hicieron otras fuerzas legales de izquierda—, dándoles argumentos a los detractores del régimen que estimaban que una reforma de esa índole no implicaba el fin de la inestabilidad del país. Aun así, la Asamblea contó con una gran participación de las fuerzas vivas del país, y el resultado estaba ahí. De la nueva Constitución eran coautoras algunas organizaciones y líderes de la izquierda