La izquierda legal y reformista en Colombia después de la Constitución de 1991. Jorge Eliécer Guerra Vélez
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Tras las elecciones tomó fuerza en la base de la ad m-19 la cuestión de la organicidad. Pero la jerarquía le dio prioridad al manejo de los réditos electorales. Para evitar la desbandada, hubo quienes exhortaron a acelerar la puesta en marcha de la estructura partidista pospuesta por las coyunturas electorales, mediante un primer congreso, lo que de inmediato rechazó Antonio Navarro, quien tenía su propia posición: “configuremos la organización más por la vía política, de sus procesos, y no de un congreso como tal”.73 Visto así, se trataba de una decisión, en palabras de Duverger, que se acomete “desde o a partir de la cima”,74 es decir, que se erige por la ascensión de sus dirigentes en los escalones de decisión, y no por medio de la consolidación de los vínculos con las bases, ni de la elaboración programática consensuada con todas las fuerzas partícipes en la coalición. La idea preconizada por la gran figura de la izquierda legal y reformista era la de una campaña de afiliaciones, lo que no sin retintín comentaron Villarraga y Plazas:
Había en Navarro y en otros dirigentes, especialmente del m-19, una idea facilista sobre la consolidación de un partido moderno. Pensaban en carné con banda magnética, canales de información ágiles por correo y equipos funcionales que garantizaran el despliegue de la iniciativa política y la publicidad. Pero se ignoraba la complejidad de la integración, la diversidad de condiciones y los escasos elementos de cultura política y de participación, tanto en la población como en los propios adherentes”.75
Aunque hubo discusiones sobre el programa y las afiliaciones, el primer congreso tuvo que aguardar por tres razones. La primera, al nombramiento de Navarro como ministro de Salud se le miró más con reproche que halago. Mientras que en la primera mitad de su cuatrienio Gaviria le propuso a la ad m-19 una participación crítica e independiente, finalizando 1992, y con el desplome de la opinión en su favor, le exigió un respaldo incondicional, provocando la renuncia de Navarro. La ad m-19 participó hasta el final en el Gobierno76 de una manera pasiva, manteniendo con Gaviria una relación apacible, aunque, en definitiva, señala Jaime Nieto, “su independencia crítica”77 se circunscribió estrictamente a temas como la extradición o el rechazo a las fumigaciones de los cultivos ilícitos, soslayando aquellos de envergadura, como la paz, la economía, las relaciones internacionales y la política interna. Contrario a lo esperado, la dimisión de Navarro no le permitió reparar su propia imagen; lo que explica que no hubo nuevas adhesiones, y el pobre resultado de la ad m-19 en las elecciones territoriales de marzo de aquel año.
La segunda razón fue la descoordinación de sus parlamentarios; que no rindieron cuentas, trabajaron aisladamente, sin relación alguna con la estructura o sus jerarquías. Igual que Navarro, consideraron que el desarrollo del proceso mismo determinaría su organicidad. El caso de la ad m-19 encaja, de nuevo, con dos consideraciones que hiciera Duverger respecto al surgimiento de los partidos. La una, “primero está la creación de grupos parlamentarios, luego viene la creación de comités electorales, y seguidamente está la articulación de esos dos elementos”.78 No obstante, quedaba pendiente una unidad menos incierta y un programa mínimo a partir del cual sus corrientes o grupos, actuando como supuestos comités, interactuasen con los congresistas. La otra, su carácter de movimiento político lo asemejaba a un partido “creado desde el exterior”;79 pero la contrariedad estaba en la carencia de centralización, lo que es congénito a las organizaciones de su tipo.
La tercera razón fue la predisposición de la ad m-19 a promover la candidatura presidencial de Navarro faltando dos años para los comicios. Sus militantes les acreditaron una importancia tal a los primeros sondeos de opinión que pensaron que solo el candidato que se impusiera entre liberales y conservadores podía disputarle la Presidencia. Precipitándose a entrar en campaña sin ni siquiera oficializar la candidatura de Navarro, la expusieron a las alteraciones típicas del itinerario hacia el poder, despilfarrando la energía que hubiera servido en la elaboración de un programa de gobierno que el propio Navarro hubiera podido someter al escrutinio de su electorado y de la opinión en general. Él mismo poco hizo por enderezar el rumbo. Sin el cargo ministerial, le faltó primor para poner de relieve sus diferendos con el Gobierno mientras le sobró para reprobar las intenciones de los dirigentes que pretendían otra orientación para la ad m-19.
De las recriminaciones externas que cayeron sobre la ad m-19, pocas se cimentaron en el pasado guerrillero de la mayoría de su dirigencia —lo que sí va a darse dos décadas después en el marco de nuevos procesos—. Más bien fue en el seno mismo de esta alianza donde hubo quienes permanecieron atentos a un paso en falso de Navarro para reabrir los debates. Las figuras ajenas a la izquierda que se vincularon no aportaron en la dinamización de esta. Para completar, y mientras las fuerzas tradicionales “renovaron” el Congreso con nuevas caras, aunque curtidas en la política a nivel regional y local, la ad m-19 perdió reciamente en razón de ese acuerdo de los asambleístas. Ausentes del debate parlamentario y concluido el certamen constitucional, fue descolorido su protagonismo para animar el movimiento al cual adhirieron. Las elecciones regionales y locales del 8 de marzo de 1992 corroboraron el atasco (véase tabla 2.1). Las alianzas ocasionales le sirvieron de componendas burocráticas, pero no de afianzamiento, y las que estableció con representantes de las elites lo perjudicaron. Los balances, la reconciliación nacional y la consolidación de la democracia pasaron a un segundo plano para una militancia más urgida en conocer el cómo sus directivas asumirían la crisis y proyectarían el avenir de la ad m-19. Concerniente a otras fuerzas de la izquierda, la situación no fue por lo tanto mejor. Si buscaron a nivel local o regional conseguir lo que les era huidizo, a nivel nacional los resultados mostrarían la amplia ventaja de los partidos del régimen. Algo verdaderamente prodigioso es que, pese a los riesgos, la up presentó candidatos y algunos resultaron elegidos.
Tabla 2.1 Elegidos por la izquierda en las elecciones locales del 8 de marzo de 1992
Partido o movimiento político | Alcaldes(Inscritos – elegidos) | Concejales(Inscritos – elegidos) | Diputados(Inscritos – elegidos) |
Alianza Democrática m-19 | 87 – 1 | 705 – 251 | 62 – 17 |
Unión Patriótica – Partido Comunista Colombiano | 35 – 12 | 198 – 106 | 28 – 10 |
Ejército Popular de Liberación – Frente Popular | 2 – 0 | 8 – 46 – 5 | 1 – 0 |
Partido Social de los Trabajadores | 8 – 0 | 18 – 2 | 7 – 0 |
Alianza Nacional Popular | 1 – 1 | 10 – 5 | 4 – 3 |
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario | 0 | 16 – 5 | 0 – 0 |
Total partidos o movimientos de izquierda | 133 – 14 | 961 – 459 | 102 – 31 |
Total nacional | 3333 – 1024 | 14 434 – 8185 | 1149 – 492 |
Fuente: elaboración propia con base en los datos de la Registraduría Nacional del Estado Civil.
El respaldo que frente a otras organizaciones de izquierda legal y reformista tuvo la ad m-19 no correspondió con una primacía en el juego electoral ni con un anclaje a nivel nacional. Descontando la Alcaldía de Barranquilla, que obtuvo por medio de una alianza con fuerzas locales, sus verdaderos logros fueron una Alcaldía en el departamento de Sucre y 251 concejales y 17 diputados repartidos principalmente en Atlántico, Antioquia, Santander y Nariño. Por su parte, la up pasó de 11 a 12 alcaldes con respecto a las elecciones de 1990, además cerca de la mitad de las listas que