Sobre el combate. Dave Grossman
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La persona en cuestión y los demás agentes de su oficina consiguieron evacuar el edificio tras el impacto del avión. Llevaban equipamiento táctico y estaban sirviendo de apoyo a la policía local cuando el primer rascacielos se vino abajo. Al principio no supieron qué hacer, pero enseguida se dieron cuenta de que había que salir corriendo de ahí. Me contó que una nube negra de humo y polvo les envolvió y oscureció el cielo. No podía respirar y empezó a perder la conciencia. Entonces la nube los dejó atrás y él dio media vuelta y regresó para ayudar. Unas horas después, cuando estaba escalando los escombros, alguien le tocó la espalda y le dijo: «Vengo a relevarte». Entonces le indicaron que fuera a un gimnasio que había sido habilitado como lugar de aseo.
«Lo que nunca entendí», me dijo, «fue por qué todo el mundo se había manchado encima excepto yo. Ahora lo entiendo. Usted dijo: “Si hay una carga en los intestinos, hay que soltarla”. Justo antes de que los malnacidos atacaran el edificio, había hecho una feliz visita al baño».
Probablemente, ningún acontecimiento de la historia ha sido estudiado más que los ataques del 11 de septiembre y, al parecer, casi nadie sabe que la mayoría de los supervivientes perdió el control del vientre y de la vejiga. ¿Acaso eso empequeñece su valentía? Ni un ápice. Pero si alguna vez nos ocurre a nosotros, sería bueno saber que es perfectamente normal.
Ya es hora de dejarse de monsergas y aprender lo que de verdad ocurre en el combate para que una generación de guerreros sea entrenada para estar mental y emocionalmente preparada para entrar en el ámbito tóxico. Tal y como veremos, la pérdida del control del vientre y de la vejiga es sólo la punta del iceberg de lo que realmente ocurre en el combate.
Bajas psiquiátricas masivas
En todas las guerras del siglo xx en las que han luchado soldados americanos, la probabilidad de convertirse en baja psiquiátrica —de estar debilitado durante un periodo de tiempo como consecuencia del estrés de la vida militar— era mayor que la de caer muerto por fuego enemigo. La única excepción fue la guerra de Vietnam, en la que ambas probabilidades fueron casi iguales.
Richard Gabriel
No More Heroes
¿Son los guerreros de hoy día mejores que los que lucharon en las trincheras en la primera guerra mundial? ¿Son los guerreros de hoy día más duros que aquellos que desembarcaron en las playas de Normandía o Iwo Jima durante la segunda guerra mundial? ¿Son mejores que aquellos que se batieron en retirada en el embalse helado de Chosin o el Perímetro Pusan en Corea? No. Hoy en día no somos mejores que esos héroes; pero tampoco peores. Acaso estemos mejor equipados, mejor entrenados y mejor preparados, pero somos los mismos organismos biológicos básicos que aquellos que fueron antes que nosotros.
Richard Gabriel, en su excelente libro No More Heroes, nos explica que, en las grandes batallas de la primera y segunda guerra mundial y en Corea, muchos más hombres fueron retirados del frente debido a lesiones psiquiátricas que los que murieron en combate. Hay un estudio sobre este fenómeno en la segunda guerra mundial, «Lost Divisions», en el que se concluye que las fuerzas armadas estadounidenses perdieron 504.000 hombres debido al colapso psiquiátrico. Un número suficiente para engrosar cincuenta divisiones de combate.
Cualquier día durante la segunda guerra mundial, había miles de bajas psiquiátricas en campos situados cerca del frente. Se aplicaba un procedimiento denominado «Inmediatez, expectación y proximidad», en el sentido de que se les mantenía próximos al frente y con un sentimiento de inmediatez y proximidad de su reincorporación. Y a pesar de este programa, además de los ciclos normales de rotación de los hombres para que dejaran el combate tras un periodo razonable de tiempo, se perdieron más soldados debido a las bajas psiquiátricas que a todas las bajas físicas juntas.
Poca gente lo sabe. Mientras que todo el mundo sabe de los valerosos caídos en combate, la mayoría, incluidos guerreros profesionales, ignoran que hubo un mayor número de soldados retirados del frente sin hacer ruido debido a las bajas psiquiátricas. Este es otro aspecto del combate que nos ha sido escamoteado, y es algo que tenemos que entender.
Lo peor de todo fueron las raras situaciones en las que los soldados se veían atrapados en un combate continuo que duraba de sesenta a noventa días. En esos casos, el 98 por ciento se convirtió en baja psiquiátrica. La lucha día y noche durante meses seguidos es un fenómeno del siglo xx. La batalla de Gettysburg, en 1863, duró tres días y durante las noches se descansaba. Esa ha sido la dinámica a lo largo de toda la historia. Cuando el sol se ponía, la lucha cesaba y los hombres se reunían alrededor del fuego del campamento para evaluar la lucha de la jornada.
No fue hasta el siglo xx, y a partir de la primera guerra mundial, cuando las batallas comenzaron a prolongarse día y noche, semanas y meses seguidos. Esto dio pie a un enorme crecimiento de las bajas psiquiátricas y la situación se agravaba de forma severa cuando no era posible rotar a las tropas que combatían. En las playas de Normandía durante la segunda guerra mundial, por ejemplo, no se disponía de una última línea de reserva, así que durante dos meses no hubo manera de escapar al horror de la lucha continua, de la muerte continua. Fue entonces cuando se supo que, tras un combate continuo que durara sesenta días con sus sesenta noches, el 98 por ciento de los soldados se convertiría en baja psiquiátrica.
¿Y qué ocurría con el dos por ciento restante? Se trataba de sociópatas agresivos. Al parecer, disfrutaban con ello. O, por lo menos, esa es la conclusión de dos investigadores de la segunda guerra mundial, Swank y Marchand. Sin embargo, las investigaciones recientes muestran que ese dos por ciento se desglosa en lobos y ovejas, de los que hablaremos más adelante.
Pensemos en la batalla de Stalingrado que duró seis meses, la batalla soviética decisiva de la segunda guerra mundial que frenó el avance alemán desde el sur y cambió el curso de la guerra. Algunos informes rusos señalan que los veteranos de aquella batalla murieron con aproximadamente cuarenta años de edad, mientras que otros varones rusos que no participaron vivieron hasta los sesenta y setenta. ¿Cuál es la diferencia? Los veteranos de la guerra habían estado expuestos a un estrés continuo veinticuatro horas al día, durante seis largos y extenuantes meses.
Para comprender de forma cabal la intensidad del estrés mental causado por el combate tenemos que tener en cuenta otros estresores del medio, así como entender la respuesta fisiológica del cuerpo cuando el sistema nervioso simpático se moviliza. Tenemos que entender, además, el impacto de la reacción violenta del sistema nervioso parasimpático que tiene lugar de resultas de una demanda abrumadora sobre el mismo.
Si estamos de acuerdo en que no somos criaturas diferentes de los guerreros de la primera y segunda guerra mundial y de la guerra de Corea, entonces debemos admitir que nos podría ocurrir lo mismo. El objetivo de este libro, y del conjunto novedoso de investigaciones sobre la «ciencia del guerrero» en las que éste
se basa, estriba en conseguir un mejor entrenamiento y grado de preparación para prevenir que esto nos ocurra a nosotros.
3. Sistema nervioso simpático
y sistema nervioso parasimpático:
las tropas de combate
y mantenimiento del cuerpo
El estudio de la guerra debería concentrarse casi en exclusiva