Aunque tenga miedo, hágalo igual. Susan Jeffers
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Me estoy alargando sobre este punto porque es muy crítico. A partir de este momento, cada vez que usted sienta miedo, recuerde que ello sólo se debe a que no se siente bien con respecto a su propia persona. Por tanto, proceda a poner en marcha una o varias de las herramientas indicadas en este libro para contribuir a fortalecerse. Usted tiene claramente delineada su tarea. No hay motivo para incurrir en confusión.
Me han pedido a menudo que explique por qué tenemos tan poca confianza en nosotros mismos. Realmente, no sé qué contestar a esto. Sé que algunos miedos son instintivos y sanos y nos mantienen en guardia ante cualquier posible dificultad. El resto –la parte que retrasa nuestro desarrollo personal– es negativo y destructivo y probablemente es el culpable de muchas de nuestras limitaciones.
En toda mi vida jamás escuché que una madre dijera a su hijo cuando se va a la escuela: «Corre muchos riesgos hoy, querido». Lo más probable es que le diga: «Ten cuidado, hijo mío». Este «ten cuidado» contiene un doble mensaje: «El mundo es realmente peligroso» y... «no podrás afrontarlo». Lo que dice mamá, en realidad, es: «Si te sucede algo, yo no podré afrontarlo». Como usted comprenderá, la madre sólo se refiere a su falta de confianza en su capacidad para afrontar lo que se le cruce en el camino.
Recuerdo que yo quería desesperadamente una bicicleta y mi madre se negaba a comprármela. Su respuesta a mis súplicas era siempre la misma: «Te quiero demasiado. No deseo que te pase nada». He traducido esto así: «No eres lo bastante capaz de manejar una bicicleta». Ahora que soy mayor y comprendo más cosas, sospecho que, en realidad, ella quería decir: «Si te pasa algo, sufriré horrores».
En una ocasión, mi madre, una mujer excesivamente protectora, se encontraba en cuidados intensivos tras una grave operación, intubada en la nariz y en la garganta. Cuando me dijeron que era hora de que me marchara, le murmuré al oído –sin saber si me oiría– que la quería y que volvería más tarde. Cuando me encaminaba hacia la puerta, oí una débil vocecita que me decía, –usted lo habrá adivinado–: «Ten cuidado». Hasta en el sopor de su anestesia, mi madre me enviaba advertencias de peligro y más peligro. y sé que ella representa a la gran mayoría de las madres. Si se tiene en cuenta cuántas veces nos han bombardeado nuestros padres con las palabras «ten cuidado»... ¡Resulta asombroso que aún podamos caminar hasta la puerta de la calle!
La causa de nuestros temores reside muy posiblemente en este exceso de precaución. Pero... ¿Importa realmente de dónde provienen nuestras dudas? Creo que no. No me corresponde analizar los porqués de las zonas conflictivas de la mente. A menudo, resulta imposible calcular cuáles son las verdaderas causas de las pautas negativas y, aunque las sepamos, el hecho de conocerlas no las cambia necesariamente. Creo que, si algo le preocupa, usted debe partir simplemente del punto en que está y hacer lo necesario para cambiarlo.
Usted sabe que no le gusta que la falta de confianza en sí mismo le impida conseguir lo que quiere de la vida. El saberlo crea un ángulo de enfoque muy nítido, como visto con láser, de lo que quiere ver cambiado. Usted no tiene necesidad de dispersar su energía preguntándose los porqués. Tanto da. Lo que importa, es que comience ahora a desarrollar su fe en sí mismo hasta llegar a un punto en que pueda decir:
Suceda lo que suceda, en cualquier situación,
¡Puedo afrontarlo!
Me parece oír por ahí a algunos escépticos diciendo: «Oh, vamos... ¿Cómo se puede afrontar una parálisis, la muerte de un hijo o un cáncer?». Comprendo su escepticismo. Recuerdo que, en otros tiempos, yo misma fui una escéptica. Me bastaba con leer y hojear el libro. Con darme a mí misma una oportunidad favorable usando las herramientas proporcionadas por ese libro. Al hacerlo, uno se acerca cada vez más a un nivel tan alto de fe en sí mismo que terminará por comprender que puede afrontar cualquier cosa que se le interponga en el camino. No olvide jamás estas tres palabritas... quizá las tres palabras más importantes que oiga jamás:
¡Yo puedo afrontarlo!
2. ¿No puede usted enfrentarse a ello?
Janet espera que su miedo se disipe. Proyectaba siempre volver a la universidad cuando sus hijos asistieran a la escuela, pero ahora advierte que han transcurrido cuatro años desde que el menor empezó la primaria. Desde entonces han surgido nuevas excusas: «Quiero estar aquí cuando los niños vuelven de la escuela». «En realidad, no necesitamos ese dinero.» «Mi marido se sentiría abandonado.»
Aunque es cierto que habría que elaborar determinada logística, ése no es el motivo de su vacilación; en realidad, su marido está dispuesto a ayudarla de todas las formas posibles. Le preocupa la inquietud de su esposa y la alienta a menudo a que realice el sueño de toda su vida de ser diseñadora de modas.
Cada vez que Janet piensa en telefonear a la universidad local para concertar una entrevista, algo la detiene. «Cuando no esté tan asustada, llamaré.» «Cuando me sienta algo mejor, telefonearé.» Lo más probable es que tenga que esperar mucho tiempo.
El problema reside en que su mente está muy confusa. La lógica que usa automáticamente la programa para el fracaso. Nunca quebrará la barrera del miedo hasta que tenga conciencia de su defectuoso razonamiento: simplemente, no «ve» lo que es evidente para los demás.
Eso tampoco me sucedió a mí hasta que me vi forzada a ello. Antes de mi divorcio, parecía más bien una niña; dejaba que mi marido asumiera todos los aspectos prácticos de mi vida. Después de mi divorcio, no tuve otra alternativa que hacer las cosas por mi cuenta. Pequeñeces tales como reparar yo misma la aspiradora me causaban una enorme satisfacción. La primera noche que invité gente a cenar a casa fue algo así como un salto monumental. El día que compré billetes para mi primer viaje sin un hombre fue una ocasión memorable.
Cuando empecé a hacer cosas por mi cuenta, empecé también a saborear la delicia que implicaba una naciente confianza en mí misma. Aquello no era del todo cómodo... en realidad, muchas de esas cosas eran muy incómodas. Me sentí como se siente un niño cuando empieza a caminar y se cae a menudo. Pero, con cada paso, me sentía un poco más segura de mi capacidad de controlar mi vida.
Cuando creció mi confianza en mí misma, esperé que el miedo desapareciera. Pero, cada vez que me arriesgaba a aventurarme en un territorio nuevo, me sentía asustada e insegura de mí misma. «Bueno –me dije–. Simplemente quédate donde estás. Seguramente el miedo desaparecerá.» ¡Pero no desapareció! Un día se encendió una luz en mi cerebro cuando descubrí de pronto la «verdad» siguiente:
Verdad 1
El miedo nunca desaparecerá mientras yo siga creciendo
Mientras yo siguiera internándome en el mundo, poniendo en tensión mis facultades, corriendo nuevos riesgos al realizar mis sueños, experimentaría miedo. ¡Qué revelación! Como Janet, como tantas lectoras de este libro, yo había crecido esperando que el miedo desapareciera antes de correr ningún riesgo. «Cuando yo no sienta ningún miedo... ¡entonces!» Durante la mayor parte de mi vida, yo había jugado al «entonces/cuando». Y ese juego nunca dio resultado.
Tampoco en este punto es probable que usted salte de alegría. Sé que esta revelación no es precisamente la que usted querría oír. Si sus reacciones son similares alas de mis alumnos, confiaba seguramente en que mis palabras de sabiduría disiparían milagrosamente sus temores. Lamento decir que esto no funciona así. Pero, antes de sentirse decepcionado, considere un alivio el hecho de que no haga falta trabajar tanto para liberarse del miedo. ¡No desaparecerá! No se preocupe. Cuando usted fortalezca su confianza en sí mismo con los ejercicios aquí sugeridos, su relación con el miedo se modificará