Corrientes pedagógicas contemporáneas. Juan Carlos Pablo Ballesteros

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Corrientes pedagógicas contemporáneas - Juan Carlos Pablo Ballesteros

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adaptación del marxismo a las circunstancias modernas a la que he hecho referencia Gramsci la encuentra en el leninismo. No abandona el planteo básico de que la estructura económica es aquello sobre lo cual descansa la historia, pero revaloriza el papel del espíritu humano como su causa y resultado. La concepción fatalista de la historia, tal como se presenta en algunos marxistas, como Bujarin, es abandonada por el pensador sardo, para quien los hombres pueden acelerar el proceso dialéctico, acentuar las contradicciones y hacer que la historia tome el sentido más conveniente. Tal vez aquí se manifieste ya la influencia de Croce, para quien lo «vivo» de la filosofía de Hegel es la primacía del pensamiento en la comprensión de la realidad. Esto, aun cuando provenga de un idealista, no repugna la concepción leninista, con la que Gramsci se identifica progresivamente. En efecto, la tesis de Lenin del «socialismo en un solo país» se adecua perfectamente a la intención de Gramsci de presentar un comunismo «a la italiana». Si bien creo que muchos textos de Marx se oponen en mayor o menor medida a esta interpretación, por lo que muchos marxistas creen —o creían— que todas las fases de la evolución capitalista deben producirse de la misma forma en todos los países, otros en cambio la posibilitan, como el prefacio fechado en Londres el 21 de enero de 1882 a la traducción rusa del Manifiesto, donde Marx y Engels se preguntan si la comunidad rural rusa podría pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva (comunista), sin pasar primero por el mismo proceso de disolución que, para ellos, constituye el desarrollo histórico de Occidente. El conocido texto de Marx en el Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política no ofrece ninguna duda de que para el autor la conciencia humana es un mero reflejo de la base material de la sociedad. Para Gramsci, en cambio, las relaciones sociales no son mecánicas sino activas y conscientes. Los hombres se cambian a sí mismos y se modifican en la medida en que se cambia y se modifica todo el complejo de relaciones de los que son el «centro de anudamiento». Por ello la personalidad histórica de un filósofo, para Gramsci, viene dada por la relación activa entre él y el ambiente cultural que quiere modificar. Por eso, el verdadero filósofo, para el pensador sardo, es el político, esto es, el hombre activo que modifica el ambiente o conjunto de relaciones de que cada individuo forma parte. Si la propia individualidad es el conjunto de estas relaciones, «hacerse una personalidad» significa tomar conciencia de estas relaciones y modificar la propia personalidad significa modificar el conjunto de estas relaciones. Para esto debe afirmar Gramsci que tales relaciones no son simples y siempre necesarias. Algunas son necesarias, escribe, pero otras son voluntarias.

      De todo esto surge con claridad la importancia del fundamento antropológico. Gramsci es consciente de ello cuando afirma que la pregunta: ¿qué es el hombre? «... es la primera y principal pregunta de la filosofía».71 Para el comunista de Cerdeña no existe una naturaleza humana inmutable, pues el hombre no es más que el conjunto de las relaciones sociales históricamente determinadas: «La respuesta más satisfactoria es que la “naturaleza humana” es el “conjunto de las relaciones sociales”, porque incluye la idea de devenir; el hombre deviene, cambia continuamente con el cambio de las relaciones sociales y porque niega el “hombre en general”: de hecho, las relaciones sociales son expresadas por diversos grupos de hombres que se presuponen recíprocamente y cuya unidad es dialéctica, no formal».72

      El hombre es una formación histórica. Para Gramsci, pensar de otro modo implicaría caer en una forma de trascendencia o de inmanencia. Por eso el monismo que asume no es ni materialista vulgar ni idealista, sino que consiste en la unidad de los contrarios en el acto histórico concreto, en la actividad humana (historia y espíritu) ligada a una cierta «materia» organizada (historificada), a la naturaleza transformada por el hombre. La pregunta por el hombre no es entonces una búsqueda de la esencia humana como punto de partida filosófico, ya que esto sería un residuo metafísico o teológico. El hombre es voluntad concreta, esto es, aplicación efectiva de la voluntad hacia los medios concretos que realizan dicha voluntad. Por eso la propia personalidad se crea dando una orientación determinada a la voluntad; identificando los medios que hacen esta voluntad concreta y determinada y no arbitraria, y contribuyendo a modificar el conjunto de las condiciones que a su vez la realizan o determinan.

      De esta manera se logra la disciplina del propio yo interior. La cultura aparece entonces como la conquista de una conciencia superior por la que se llega a comprender el propio valor histórico. Pero, dice Gramsci, «todo esto no puede verificarse por evolución espontánea, por acciones y reacciones independientes de la propia voluntad, como acontece en la naturaleza vegetal y animal, donde cada individuo se selecciona y especifica los propios órganos inconscientemente, por ley fatal de las cosas. El hombre es sobre todo espíritu, es decir, creación histórica, y no naturaleza».73

      La acción humana que modifica el ambiente y que al hacerlo modifica al propio sujeto deviene acción política. Se llega así a la unidad entre filosofía y política, entre pensamiento y acción. Esta es la filosofía de la praxis. Todo es política, y la única filosofía es la historia en acto, es decir, la misma vida. Este es el punto central del pensamiento de Gramsci. De la negación de la trascendencia del pensamiento sobre la praxis se deriva que el hombre se realiza a sí mismo actuando en la historia. Por eso su acción adquiere, a su vez, un valor filosófico.

      El marxismo se presenta así, en el pensamiento de Gramsci, como la única filosofía porque es la única política, esto es, la única praxis filosófica y por lo tanto humana. De allí su crítica a los que introducen en el marxismo la distinción entre filosofía y política o entre filosofía y ciencia. Gramsci afirma la unidad del marxismo: no existe distancia entre pensamiento y praxis. Los principios de la filosofía marxista son normas de acción, y la acción humana es filosófica en cuanto expresa la verdad histórica.

      La diferencia fundamental que existe para este autor entre la filosofía de la praxis y las demás filosofías es que éstas tratan de conciliar intereses opuestos y contradictorios, mientras que la filosofía de la praxis, por el contrario, no tiende a resolver pacíficamente las contradicciones existentes en la historia y en la sociedad: es la historia misma de tales contradicciones. La filosofía no es creación de uno u otro filósofo, de un grupo de intelectuales o de las masas populares. Es una combinación de todos estos elementos que se convierte en norma de acción colectiva. Se comprende, entonces, que Gramsci reconozca que Lenin hizo avanzar la filosofía en la medida en que hizo que avanzara la doctrina y la práctica política de un modo organizado a través del partido comunista.

      Las acciones colectivas no quedan libradas al azar, y es al partido político, el «príncipe moderno», al que le corresponde dirigirlas en el sentido de la conveniencia histórica: «El príncipe moderno, el mito– príncipe, no puede ser una persona real, un individuo concreto; sólo puede ser un organismo, un elemento de sociedad complejo en el cual comience a concretarse una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo ya ha sido dado por el desarrollo histórico y es el partido político: la primera célula en la que se resumen los gérmenes de voluntad colectiva que tienden a devenir universales y totales».74 La realización de un aparato hegemónico, en la medida en que crea un nuevo terreno ideológico, determina una reforma de las conciencias y de los modos de conocimiento, crea una nueva concepción del mundo.

      Por eso Gramsci se pronuncia en contra de la desviación mecanicista del materialismo soviético representada por Bujarín, que subordina al hombre a la necesidad extrínseca de la materia. Con ello queda planteado el problema de las relaciones entre estructura y superestructura. Al respecto considera que, por un lado, ninguna sociedad se propone tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias o no estén al menos en vía de desarrollo; por otro lado, ninguna sociedad desaparece si antes no desarrolló todas las formas de vida que están implícitas en sus relaciones.

      Con esto Gramsci no se aparta de Marx en lo substancial. Pero considera que el materialismo histórico mecanicista no considera la posibilidad de error sino que cree que todo acto político está determinado por la estructura de un modo inmediato, como reflejo de una modificación real de la misma, y no como el acto que, si bien determinado por ella, se vuelve revolucionario porque trata de modificarla. Así, uno de los mayores

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