Corrientes pedagógicas contemporáneas. Juan Carlos Pablo Ballesteros
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Educación y programa de reforma social
Brameld sostiene que la educación es «un instrumento primordial», un medio poderoso para lograr una civilización mundial que apoye en todas las formas posibles la dignidad humana. Aparece así la idea que da sentido a toda su teoría: el fin que debe alcanzar la educación —único poder que queda en el mundo, capaz de superar a las fuerzas de la naturaleza ya dominadas por el hombre— es estructurar un orden mundial de naciones bajo la dirección de la mayoría de los pueblos, ya que en una época de crisis como la actual, hay una necesidad que opaca a todas las otras que pueda tener el hombre contemporáneo: construir una civilización mundial tan poderosa, tan unificada y comprometida con los valores democráticos que sea capaz de combatir y triunfar sobre las fuerzas que pueden conducir hacia la destrucción de la humanidad.
Entre los mayores obstáculos que se cuentan para lograr este propósito está el nacionalismo, que ha sido y continúa siendo, reconoce Brameld, mucho más vigoroso que el internacionalismo para determinar la lealtad de los hombres. Otro obstáculo son las guerras y persecuciones fomentadas por las grandes religiones, «incluyendo al cristianismo». Frente a esto surge el problema de cómo caracterizar a la civilización mundial para convertirla en un propósito atrayente, en un objetivo que los hombres del presente abracen por lo menos con la misma intensidad que las culturas pasadas lo hicieron con una sola nación o religión. Entiende Brameld que uno de los recursos más fecundo para lograr esto es la idea del mito. Con el antropólogo Bronislaw Malinowski insiste Brameld en que el mito es «un ingrediente indispensable en toda cultura». Toma este autor la posición de que es necesario crear un nuevo mito para la era que se inicia, radical y revolucionario, impelido por el peligro de un desastre universal y las esperanzas realizables de un renacimiento tecnológico y cultural capaz de posibilitar el surgimiento de una humanidad unificada.
El logro de la civilización mundial va unido a la elaboración de mitos que, en última instancia, son de calidad religiosa, no en los términos de las teologías particulares, sino como una búsqueda, por parte del hombre, del sentido de la vida y de la existencia. Esto sólo se logrará cuando los maestros se comprometan bastante profundamente a lograr la meta de la civilización mundial, tarea que deberá desarrollarse desde el jardín de infantes hasta la universidad. En resumen: «El peor fracaso que podrían tener los dirigentes educativos en la actualidad, sería el de negar a esos millones de individuos el privilegio de hacer patente su anhelo de transformar la educación en un medio invencible de la modificación cultural, dirigida hacia la única meta indispensable de nuestra era: la civilización mundial».66
Conclusión valorativa
La teoría reconstruccionista de Brameld se puede encuadrar como una teoría de tipo descriptivo–normativa, de base humanista, que utiliza en exclusividad para su elaboración el método científico. O al menos eso es lo que pretende.
Brameld sostiene que existen valores universales como resultado del análisis comparativo que le proporciona la antropología cultural. Estos son valores comunes emergentes del aspecto biológico del hombre y manifiestos en las sociedades estudiadas por los autores que cita. Entre estos valores menciona el matrimonio como ideal para toda la vida y la responsabilidad de los padres con relación a sus hijos. Sin embargo, muchos países ya han aceptado la ley de divorcio y del aborto, lo que indicaría que en ellos no existen los valores mencionados. Esto revela uno de los flancos más débiles en la teoría de los fines que propone Brameld. Al no considerar los valores desde una perspectiva axiológica —es decir, filosófica— no puede evitar caer en estos equívocos que un análisis puramente empírico no logra eludir.
La democracia es según Brameld el medio más idóneo para superar la crisis que denuncia. Ser democrático significa en su pensamiento llegar al convencimiento de que ese fin es la única solución, y adherir a él en forma incondicional. Acorde con ello entiende a la libertad como la posibilidad de elegir lo que es más conveniente para obtener esa sociedad futura, y esto lo determina el consenso social. Se obra libremente cuando se elige lo que determina la mayoría porque allí se encuentra la verdad. Fácilmente se deduce de esto que esta concepción tiene una base pragmática donde la libertad se reduce a elegir lo útil.
Por otra parte afirma Brameld que se posee libertad para obrar siempre que no esté en contra del sistema por él propuesto. Aquel que quiera expresar su libertad en forma distinta de la que indica el consenso origina un problema de conducta que debe resolver la psiquiatría y las ciencias de la conducta, ya que es preciso buscar las «razones irracionales» que lo llevan a querer lo que presuntamente no es lo más conveniente para él. Según esto la discrepancia con su propuesta evidencia una conducta patológica y debe ser atendida como tal.
La propuesta del autor de un gobierno mundial cae en mi opinión en el campo de la utopía que la realidad presente se encarga por sí sola de negar, ya que las organizaciones internacionales no han impedido un solo conflicto internacional desde la década del cincuenta del pasado siglo hasta nuestros días. Pero la caída del Muro de Berlín ha creado condiciones de poder mundial que permiten que los países más fuertes, con el respaldo de las Naciones Unidas, impongan su voluntad por la fuerza, como ocurrió en la Guerra del Golfo Pérsico. Si algo similar ocurriese en el campo de la cultura, la propuesta de Brameld pasaría de ser utópica a ser sumamente peligrosa. Sin embargo, lo ocurrido en los países anteriormente dominados por la Unión Soviética, con el resurgimiento de las «nacionalidades», de las antiguas tradiciones y de la fe religiosa nos indica que los pueblos —y las culturas particulares— resisten las imposiciones extrañas. Brameld parece olvidar que las culturas que han tenido proyección universal lo han logrado precisamente por su mensaje profundamente nacional y religioso, y no por la negación de su idiosincrasia y tradición.
Resulta, no obstante, valorable la identificación que el autor realiza de la principal carencia del sistema educativo de los países occidentales: su manifiesta incapacidad para dar una orientación moral a la educación y para postular valores auténticamente universales que comprometan a los hombres de hoy a la solidaridad y a la defensa de los valores que su tradición cultural les propone como los más dignos.
46 Brameld, Theodore: «Educación para la época que surge». Archivos de Ciencias de la Educación. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. 3ª época, Nº 1, Enero–Junio 1961, La Plata, pp. 60/61
47 Brameld, Theodore: La educación como poder. Ed. Trillas, México. 1967, p. 41.
48 Idem, p. 57.
49 ldem, p. 60.
50 Brameld, Theodore: Bases culturales de la educación. Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1965, p. 25.
51 Idem, p. 145.
52 Idem, pp. 151/152.
53 Idem, p. 167.
54 Idem, p. 197.