Nikola Tesla. Margaret Cheney

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Nikola Tesla - Margaret Cheney Noema

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tarima, electrocutaba con corriente alterna unos cuantos terneros y perros grandes, y se los mostraba a los asistentes diciendo que habían sido westinghousizados. El mensaje era: “¿Acaso elegirían ustedes un invento así para que sus esposas les tuvieran la cena preparada?”.

      Con la opinión pública aleccionada en este sentido, las autoridades penitenciarias de la cárcel del estado de Nueva York anunciaron la primera ejecución por electrocución de un asesino convicto condenado a muerte, un tal William Kemmler, que sería westinghousizado el 6 de agosto de 1890.

      Ataron a Kemmler a la silla eléctrica y accionaron el conmutador. Como los ingenieros de Edison habían llevado a cabo sus experimentos con animales más pequeños, resultó que se habían equivocado en los cálculos. La descarga eléctrica no fue lo bastante intensa, y hubo que repetir la escalofriante operación, que un periodista describiría como un “espectáculo tremebundo, mucho más desagradable que un ahorcamiento”.[12]

      A pesar de esta prolongada y sórdida campaña en su contra, Westinghouse no cejó en su empeño de ganarse la confianza del público para la causa de la corriente alterna, recurriendo a hechos y cifras que demostraban la fiabilidad de ese tipo de energía eléctrica, y apoyándose en personalidades como el profesor Anthony, de Cornell, el profesor Pupin, de Columbia, y otros renombrados científicos.

      En un momento dado, los socios de Edison dieron en pensar que las tornas estaban cambiando y trataron de convencer al gran inventor de que, si se paraba a pensar en su futuro como industrial del sector, caería en la cuenta de que estaba cometiendo un error colosal. Testarudo por naturaleza, Edison se negó a escuchar sus argumentos. Habrían de pasar veinte años antes de que admitiera que aquél había sido el mayor patinazo de su vida. A fin de cuentas, una de sus frases preferidas era: “No me preocupa tanto el dinero… como llevar ventaja sobre mis competidores”.

      Pero mucho antes de que Edison se mostrase dispuesto a admitir su error científico, vio con claridad que tenía que revisar el orden de sus prioridades. Si quería salir de la apurada situación financiera en que se encontraba, no le quedaba otra que afrontar una fusión.

      Sabía lo que había pasado con la Thomson-Houston Company, tras ser absorbida por la casa Morgan y acabar en manos de un gestor profesional, Charles A. Coffin: este alumno aventajado de J. Pierpont Morgan había entablado una despiadada guerra de precios con sus competidores y, una vez que consiguió doblegarlos, los animó a efectuar letales maridajes empresariales. A lo largo de la contienda, Thomson y Houston perdieron el control de su empresa.

      Más adelante, Westinghouse le relataría a Clarence W. Barron una conversación que había mantenido con Coffin:

      Me comentó (Coffin) cómo hizo bajar el precio de las acciones para que Thomson y Houston no vieran un centavo de los beneficios que habían devengado sus valores cuando su cotización era más alta. La tendencia a la baja del valor de las acciones, que él mismo había provocado, le allanó el camino para firmar un nuevo contrato con Thomson y Houston, por el que renunciaban al derecho preferente que, según sus participaciones en la empresa, podían ejercer para hacerse con nuevas acciones de la compañía. En ese instante, le dije: ‘Si ése es el trato que dispensó a Thomson y a Houston, no pretenderá que me fíe de usted…’.[13]

      Por el contrario, Edison no pudo darse el gustazo de dilucidar si debía fiarse de Coffin o no. El 17 de febrero de 1892, The Electrical Engineer anunciaba la fusión entre la Edison Electric Company y la Thomson-Houston Company para constituir una nueva sociedad en la que no tendrían cabida ninguno de los nombres de los socios fundadores de las sociedades fusionadas. General Electric Company sería el nombre de la nueva empresa, con Coffin como presidente.

      En la misma crónica, se afirmaba de paso:

      Como se rumorea entre los inversores, es de esperar que la Westinghouse Company sea absorbida pronto por la nueva empresa. Al parecer, los accionistas de la nueva compañía podrían destinar una parte importante del capital de 16.600.000 dólares en acciones del que disponen como margen de tesorería tras la adquisición de las acciones de Edison y Thomson-Houston, seis de los cuales están en manos de accionistas preferentes, a la adquisición de la Westinghouse Company en el momento oportuno. No se ha facilitado ninguna información al respecto.

      En pocas palabras: que Morgan, mediante la eliminación de “competencias indeseadas”, estaba a punto de hacer realidad su magno sueño de electrificar Estados Unidos, ya fuera mediante redes de corriente alterna o continua. Recurriría a las mismas tácticas que, con espléndidos resultados, había utilizado para hacerse con el control absoluto de ferrocarriles, explotaciones petrolíferas, minas de carbón y acerías. Tenía meridianamente claro que las mejores inversiones de cara al futuro pasaban por forjarse una posición dominante en el sector de la fabricación de componentes y maquinaria eléctricos y ofrecer una amplia gama de servicios que acabarían siendo “públicos”. Antes tenía que hacerse con las patentes de Tesla, de todos modos.

      En una imprudente conversación que mantuvo con Westinghouse, Coffin le puso al tanto de la “tremenda bajada de precios que había provocado” para “dejar fuera de combate” a otras empresas eléctricas. Lo más importante, le aconsejó en confianza, era disponer antes que la competencia de un negocio en marcha, ya fuera éste de tranvías movidos por electricidad o de cualquier otro; de lo contrario, la introducción de posteriores cambios resultaba prohibitiva: “Los usuarios no pondrán reparos en pagar la tarifa que se les reclame, porque no tendrán la posibilidad de cambiar de sistema”, aseveró muy ufano.[14] Tal comentario lo hizo ante la persona menos indicada, porque Westinghouse estaba persuadido de que un sistema mejor pensado podía desplazar a otro inferior, por muy asentado que estuviera.

      Coffin le había intentado convencer también de las ventajas de recurrir a “la mordida”. En este sentido, le indicó a Westinghouse que debía incrementar el precio que cobraba por la iluminación urbana de seis a ocho dólares, como había hecho su empresa, y así untar con dos dólares a concejales y políticos de distinto pelaje sin perder ni un centavo de los beneficios.[15] Cuando quedó claro que Westinghouse no sería un socio complaciente por voluntad propia, la General Electric Company y la casa Morgan lo atacaron allí donde más daño podían hacerle: en los mercados financieros.

      ‘En los antros y cloacas de los mercados bursátiles de Wall Street, State Street y Broad Street es donde se crían esas escurridizas y repugnantes serpientes que son los rumores infundados’, escribía Thomas Lawson en Frenzied Finance: ‘George Westinghouse ha dirigido mal sus empresas…’. ‘A no ser que se fusione con General Electric, George Westinghouse se hundirá hasta el cuello…’. Así fue cómo se consiguió el desplome de las acciones de Westinghouse.

      Lawson asegura que Westinghouse recurrió a él, en busca de árnica, por su reputación de “buen conocedor de la Bolsa”, y que negoció con todas las armas a su alcance. En primer lugar, era inevitable llegar a algún acuerdo de fusión empresarial, porque el propósito de llevar la corriente alterna a toda la nación sobrepasaba con creces las posibilidades de Westinghouse. Los asesores financieros del empresario apañaron entonces una fusión con compañías más pequeñas, como la U. S. Electric Company y la Consolidated Electric Light Company, y así se constituyó la Westinghouse Electric and Manufacturing Company.

      Nada que objetar al respecto, pero había un problema: según los banqueros que financiaban la operación, los derechos que Nikola Tesla había de percibir por sus patentes, según el generoso acuerdo que había firmado con Westinghouse, podían dar al traste con todo. Algunos afirmaban que Westinghouse le había pagado a Tesla un millón de dólares en concepto de adelanto sobre sus derechos.[16] Tan sólo cuatro años después de la firma de dicho contrato, la cifra podía rondar los doce millones de dólares. Nadie, ni siquiera Tesla, sabía calcularlo con exactitud. A medida que salían más aparatos, sus derechos no sólo

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