Nikola Tesla. Margaret Cheney

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Nikola Tesla - Margaret Cheney Noema

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en uno de los hombres más ricos del planeta.

      –Deshágase de la obligación de pagar esos derechos –le recomendó uno de los banqueros que se encargaban de la financiación–; si no lo hace, acabará en un atolladero.

      Pero Westinghouse no daba su brazo a torcer. También él era inventor, y defendía aquel acuerdo. Por otra parte, añadía, esos derechos se repercuten en el precio que pagan los consumidores y van incluidos en los costes de producción. Pero los banqueros no le dejaron alternativa.

      Muy a su pesar, Westinghouse fue a ver Tesla, dispuesto a afrontar una de los encuentros más amargos de su vida (en su biografía oficial no se recoge este episodio). Ambos habían firmado el contrato de buena fe. De haberlo querido, Tesla podría haberle demandado y hubiera ganado el pleito. Pero, ¿de qué le valdría si Westinghouse perdía su empresa?

      Como tenía por costumbre, Westinghouse fue directamente al grano. Tras exponerle el problema que lo había llevado allí, le dijo:

      –El destino de la Westinghouse Company depende de la decisión que tome usted.[17]

      Tesla estaba centrado por completo en sus nuevas investigaciones. Cuando lo tenía, gastaba dinero a manos llenas, pero rara vez estaba enterado de cómo iban sus finanzas. Más que por su valor intrínseco, valoraba el dinero por las cosas que podía hacer con él.

      –Imagínese, por un momento, que me niego a rescindir el contrato. ¿Qué haría usted?

      –En ese caso –le explicó Westinghouse, al tiempo que abría los brazos–, tendría que vérselas usted con los banqueros. Yo ya no pintaría nada.

      –Si renuncio al contrato, ¿conservará la empresa y mantendrá el control del negocio? ¿Seguirá adelante con su proyecto de dar salida al sistema polifásico que he inventado?

      –Creo que su invento polifásico es el hallazgo más importante que se ha realizado en el campo de la electricidad –repuso Westinghouse–. Mi propósito de hacerlo asequible a todo el mundo es lo que me ha llevado a esta situación. Pase lo que pase, no voy a renunciar a ese sueño. Seguiré adelante con los proyectos que tenía pensados para que este país adopte el sistema de corriente alterna.

      Como no era hombre de negocios, Tesla no estaba en condiciones de rebatir la explicación que Westinghouse le había dado sobre la situación financiera que estaba viviendo, pero se fiaba del empresario.

      –Señor Westinghouse –le dijo–, usted se ha portado conmigo como un amigo: creyó en mí cuando nadie más lo hacía y ha tenido el coraje de seguir adelante…, valor que otros no tuvieron. Me apoyó incluso cuando sus propios ingenieros no eran capaces de ver las maravillas que usted y yo soñábamos…; siempre estuvo de mi parte, como un amigo. Déme su contrato; aquí está el mío. Los haré pedazos. Ya puede olvidarse del problema que planteaban mis derechos. ¿Le parece bien?[18]

      En la memoria del año 1897 de la Westinghouse Company se refleja que Tesla recibió un único pago de 216.600 dólares a cambio de sus patentes, sin más obligación de pagarle derechos.

      Con la desaparición del contrato, Tesla no sólo renunciaba al cobro de millones de dólares que ya había ganado, sino también a la percepción de los emolumentos, corregidos y aumentados, que pudiera obtener en el futuro. Tanto en el mundo de la industria de hoy como en el de entonces, fue un acto de generosidad, por no decir de temeridad, sin precedentes. Tenía para vivir de forma acomodada durante un decenio más o menos, pero luego no iba a encontrar de nuevo el capital con que financiar y desarrollar sus investigaciones. Sólo caben conjeturas sobre cuántos de sus descubrimientos se habrán perdido a consecuencia de aquella decisión.

      Westinghouse regresó a Pittsburgh y encauzó las cuestiones relativas a la fusión y a la refinanciación. No sólo conservó el negocio, sino que lo convirtió en un colosal emporio, y mantuvo la palabra que le había dado a Tesla. Años más tarde, y como merecido homenaje al industrial, Tesla escribió:

      A mi entender, y dadas las circunstancias del momento, Westinghouse era el único hombre capaz de respaldar mi sistema de corriente alterna y ganar la batalla contra los prejuicios y el poder del dinero. Como pionero, no tuvo parangón. Fue un hombre noble en todos los sentidos, un orgullo para los Estados Unidos, alguien con quien el género humano tiene contraída una deuda impagable.[19]

      Tras los meses pasados en Pittsburgh, Tesla había vuelto descorazonado, no sólo por los enfrentamientos con los ingenieros de Westinghouse, sino por las demandas que empezaba a recibir a propósito de sus inventos en el campo de la corriente alterna.

      Cientos de fabricantes del sector de la electricidad pirateaban las patentes de Tesla –comentaba John J. O’Neill en una nota reservada–. Cuando ya no tenían nada que hacer porque Westinghouse los había derrotado en los tribunales y acabado con tanto intrusismo, los perdedores se revolvían y dirigían contra Tesla el rencor acumulado.

      Algunos de aquellos ataques iban más allá del simple pirateo. Así, por ejemplo, se interpuso una demanda en nombre del profesor Galileo Ferraris, de la Universidad de Turín, que reclamaba que se le reconociese como el primero en describir el método para crear un campo magnético rotatorio. Al parecer, algo había apuntado sobre el particular en 1885, pero sin resultados tangibles. Por el contrario, el descubrimiento de Tesla se remontaba a 1882; al cabo de dos meses, había ideado no sólo el sistema y los aparatos que luego patentaría, sino que había construido su primer motor de inducción, mientras que Ferraris había llegado a la conclusión de que su idea nunca sería aplicable para la fabricación de un motor como tal.

      No obstante, The Electrician de Londres daba por sentado que era el hombre que reunía todas las condiciones para fabricarlo. Cuando los editores tuvieron conocimiento del invento de Tesla, reconocieron su error, pero informaron a los lectores de que el serbio había bebido de las ideas de Ferraris.

      Dada la enconada rivalidad entre Edison y Westinghouse, los partidarios del primero aprovechaban cualquier oportunidad para arremeter contra Tesla, y la especie difundida a propósito de Ferraris les pareció una excusa tan válida como cualquier otra.

      Dos destacados inmigrantes (que, más tarde, se pasarían al bando de Edison) salieron en defensa de Tesla. En una comunicación dirigida al American Institute of Electrical Engineers, Steinmetz afirmaba: “Ferraris construyó un juguetito y, hasta donde yo sé, sus circuitos magnéticos debía de tenerlos asentados en la cabeza, pero no en hierro, aunque, en realidad, daría lo mismo”.

      Por su parte, el profesor Michael Pupin, en una carta a Tesla, aseguraba: “Sus adversarios han exagerado hasta el extremo la engañifa de Ferraris. Tal y como yo lo veo, hay una diferencia abismal entre el torbellino de Ferraris y el campo magnético rotatorio de Tesla. Creo que nada tiene que ver una cosa con la otra. Habría que clarificar el asunto y situarlo en su justa perspectiva…”.[20]

      Metido de lleno en sus cosas, inmerso en un nuevo mundo de fenómenos eléctricos, Tesla permanecía ajeno a los furibundos antagonismos que suscitaban sus inventos.

      Entretanto, Westinghouse, cuando no estaba declarando ante un tribunal o pronunciando discursos, movía con audacia sus peones en el sector industrial. Fue en las afueras de la pequeña ciudad minera de Telluride, Colorado, donde, por primera vez y con fines prácticos, se pusieron en funcionamiento los motores y generadores de Tesla, fabricados por Westinghouse. Corría el año 1891; se instalaron para iluminar los asentamientos mineros.[21]

      1 Patentes 381.968, 381.969, 381.970, 382.279, 382.280, 382.281 y 382.282, referidas a sus motores monofásico

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