Nikola Tesla. Margaret Cheney
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3 Electrical Review, 12 de mayo de 1888, p. 1; “Nikola Tesla”, Swezey, p. 1149; O’Neill, Genius, pp. 67-68.
4 O’Neill, Genius, p. 69.
5 B. A. Behrend, Minutes, Annual Meeting American Institute of Electrical Engineers, Nueva York, Smithsonian Institution, 18 de mayo de 1917.
6 Acta del compromiso firmado el 7 de julio de 1888 entre la Westinghouse Electric Company y la Tesla Electric Company. Posteriormente, el 27 de julio de 1889, se firmó otro acuerdo entre Nikola Tesla y la Westinghouse Electric Company. Algunos de los biógrafos de primera hora erraron al afirmar que el porcentaje de Tesla era de un dólar por cada caballo de potencia mecánica de fuerza eléctrica vendido.
7 Josephson, Edison.
8 Ibid., p. 346.
9 Ibid., p. 346.
10 Ibid., p. 349.
11 Ibid., p. 347.
12 Ibid., p. 349.
13 Josephson, The Robber Barons.
14 Ibid.
15 Ibid.
16 O’Neill, Genius, p. 84.
17 Ibid., p. 81.
18 Ibid., p. 82.
19 Discurso leído en su ausencia, Institute of Immigrant Welfare, hotel Biltmore, Nueva York, 12 de mayo de 1938.
20 Carta de Michael Pupin a Tesla, Belgrado, Museo Tesla, 19 de diciembre de 1891.
21 Hunt y Draper, Lightning.
VI
LA ORDEN DE LA ESPADA FLAMÍGERA
Con tal de que la humanidad lo dejase solo y a sus anchas para disfrutar del romance que mantenía con la electricidad, Tesla era el hombre más feliz del mundo. Disfrutó de esa breve dicha a finales de la década de 1880 y principios de 1890. Pero tras pronunciar cuatro importantes conferencias en tierras americanas y europeas, en 1891 y 1892, en cuestión de pocos meses se convirtió en el científico más respetado del mundo, y su vida privada dejó de ser lo que había sido hasta entonces.
Su aspecto de cigüeña llamaba la atención: encaramado en la tarima, ataviado con una corbata blanca y levita, parecía medir algo más de dos metros gracias a las elevadas suelas de corcho de los zapatos que calzaba durante sus azarosas exhibiciones. A medida que se iba animando, alzaba el tono de su voz, atiplado de natural, hasta llegar al falsete, mientras la audiencia, arrobada por la cadencia de sus frases, el juego de luces y la magia de que se rodeaba, lo escuchaba en éxtasis.
Como aún no se había acuñado el lenguaje científico pertinente, Tesla describía los efectos visuales como un poeta inspirado por el intrigante retozo entre la llama y la luz. Tan arrebatado se mostraba que parecía exudar fuerza vital por los poros. No obstante, ningún científico hubiera podido censurar sus disertaciones como carentes de sustancia técnica.
A pesar de los fuegos artificiales, de la filosofía y de la poesía con que las acompañaba, todas sus aserciones científicas contaban con el respaldo de experimentos que él mismo había realizado no menos de veinte veces. Todos los artilugios que presentaba eran nuevos, diseñados por él y, por lo general, fabricados en su propio taller. Y muy pocas veces repetía un experimento en una charla.
En cuanto a la inapropiada terminología científica de su tiempo, hay que aclarar que la leve descarga de electricidad en el interior de un tubo en el que se había hecho el vacío, lo que él describía como una pincelada, no era sino un haz de electrones y de moléculas de gas ionizadas. Jamás se le habría ocurrido decir algo como “y ahora paso a describirles el ciclotrón”, porque aún no se había acuñado el término. Pero, según los entendidos, a partir de las palabras y experimentos con que las acompañaba, bien podría pensarse que se refería a un antepasado del acelerador de partículas.
Tampoco hablaba de “microscopios electrónicos, rayos cósmicos, radio de tubos de vacío o rayos X”. Cuando describía una de esas lámparas de vacío que en el futuro se considerarían como precursoras del audión, en lugar de radio, se hablaba de receptores de radiofonía, una técnica aún recién nacida. Cuando comentaba las embarulladas imágenes de placas fotográficas que había obtenido en el laboratorio, o se refería a la luz visible, o invisible, ni siquiera Roentgen sabía qué eran los rayos X y cuál habría de ser su utilidad. Y cuando Tesla consiguió una llama que, según sus propias palabras, “ardía sin combustible y no provocaba reacciones químicas”, probablemente estaba presentando un antecedente de lo que hoy conocemos como física del plasma.
“Presento un nuevo enfoque para fenómenos que, hasta el momento, considerábamos como maravillosos y carentes de explicación”, aseguraría en el American Institute of American Engineers.
La chispa de una bobina de inducción, la luminosidad de una lámpara incandescente, los efectos mecánicos atribuibles a imanes y fuerzas de corrientes han dejado de ser fenómenos que superan los límites de nuestro entendimiento; en lugar de considerarlos incomprensibles como antes, su observación nos indica que responden a un sencillo mecanismo y, si bien sólo caben conjeturas en cuanto a su esencia, tenemos la corazonada de que la verdad no tardará en salir a la luz y, casi de forma instintiva, sabemos que tenemos la explicación al alcance de la mano. Admiramos esos maravillosos fenómenos, esas extrañas fuerzas, pero ya no nos dejan boquiabiertos…[1]
Hablaba de la misteriosa fascinación de la electricidad y el magnetismo, que “con su comportamiento en apariencia dual, único entre las fuerzas de la naturaleza con sus fenómenos de atracción, repulsión y rotación, parecen ignotas manifestaciones de agentes misteriosos”, que estimulan y avivan nuestras ansias de saber.
Pero, ¿cómo explicarlos?:
Creo que la explicación más probable y plausible para la mayoría de estos fenómenos reside en el mundo microscópico de las moléculas y los átomos que giran y saltan de órbita en órbita, tan parecido por otra parte a los cuerpos celestes que contemplamos, portadores y, muy probablemente, agitadores del éter o, en otras palabras, portadores de cargas estáticas. La rotación de tales moléculas y del éter genera esfuerzos o tensiones electrostáticas. El equilibrio de esas tensiones del éter desencadena otros movimientos o corrientes eléctricas a su vez, y la trayectoria orbital que siguen es la causa del magnetismo eléctrico y permanente.
Sólo habían pasado tres años desde que, ante los mismos profesionales, presentara el sistema generador de energía que habría de revolucionar la industria y llevar la luz eléctrica hasta los hogares más remotos. Ante una audiencia entregada, mediante juegos de luz y efectos luminosos, explicaba las investigaciones que había realizado sobre la electricidad.
La iluminación de la tarima desde la que disertaba la producían unos espléndidos tubos de luz llenos de gas, algunos de los cuales, de cristal de uranio, eran fosforescentes