Economía solidaria en Colombia: autores y reflexión conceptual. Amanda Vargas Prieto
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La economía de la solidaridad se expresa desde la realidad y las prácticas de las diferentes comunidades campesinas y ancestrales de los pueblos latinoamericanos, en concordancia con el postulado de economía para la vida, en estructuras de sobrevivencia y descolonización. Boris (2014) evidencia prácticas y relaciones sociales, económicas, ambientales y fuertemente culturales que avanzan en equilibrios acertados en la interacción entre el ser humano y su contexto natural. Otra forma emergente de hacer economía es el reconocimiento de la existencia de una interdependencia entre hechos económicos y sociales, que para ser comprendidos cabalmente deben tener referencias culturales, éticas y políticas de suma importancia, no solo elementos del entorno en el que se desarrolla el ciclo económico.
Los planteamientos constituyen una crítica clara y sustantiva1 a la teoría clásica y neoclásica, en especial a su incapacidad de desarrollar instrumentos y técnicas de análisis para estudiar, profundizar y comprender el tipo de relaciones de intercambio que corresponden a otras maneras propias de hacer economía en nuestro territorio. Algunas de estas rescatan las prácticas ancestrales en las que las relaciones de intercambio están fundamentadas en la cooperación, la redistribución, la comensalidad y la donación, más que en relaciones de intercambio de carácter mercantil.
Estas propuestas cuestionan el enfoque dominante de la economía actual, al considerar que la “práctica económica tiene una lógica propia autocontenida” (González, 2012b), pero ciertamente no permite considerar dentro del mercado las prácticas económicas no monetarias, culturales y sociales. Varios autores rescatan la idea de que el mercado es una construcción sociopolítica (Polanyi, 1989), mas no un hecho natural. Como plantea Dávila (2014), las propuestas que encajan en esta corriente recogen varios aspectos:
Las evidencias empíricas que generan los procesos económicos organizados principalmente con base en el factor trabajo no asalariado y la cooperación y solidaridad existentes en la comunidad, donde el factor capital es inexistente o escaso. […] Pero también recoge las experiencias empresariales que se basan en la cooperación, la solidaridad y la democracia como fundamento de su quehacer empresarial, organizacional y gerencial. (p. 10)
Es factible así hablar de una corriente de pensamiento que hace referencia a la existencia de “otras maneras de hacer economía” en las que se expresan lógicas de operación y racionalidades diferentes a las planteadas por la racionalidad del “hombre económico”; en suma, lógicas propias de lo que la economía formal define como un sector informal. En un rastreo preliminar sobre el origen del concepto de economía solidaria, hay autores fundamentales que cimientan su conceptualización2 desde análisis que conciben una sociedad equitativa y equilibrada entre lo social y lo económico, sin descuidar las realidades territoriales, la protección del medio ambiente y la naturalidad de las culturas. Estos postulados presentan puntos de encuentro como los siguientes:
El capitalismo ha utilizado la mano de obra solo como un factor económico, un recurso más.
La centralización del capital genera abismos en la distribución de la riqueza; por ende, se amplía la brecha de estratos o “categorías” sociales.
La categorización de los pilares de una economía diferente se basa en las prácticas de cooperación y solidaridad. La organización es concebida desde la asociatividad, la participación activa y la representatividad de los asociados, así como desde postulados sobre el consumo, el comercio justo y otros elementos.
En esta vertiente de pensamiento endógeno se pueden mencionar dos corrientes: la ético-moral, que tiene como principales autores a Luis Razeto y Pablo Guerra; y la de la economía solidaria, con autores destacados como José Luis Coraggio, Alfred Max-Neef y Peter Singer.
Corriente ético-moral
Esta corriente se caracteriza por integrar los términos economía y ética, algo que la economía clásica y neoclásica no propone. Sin lugar a dudas, está altamente influida por las ideas de la Iglesia católica, tanto desde un enfoque reformista como desde la posición radical que transmite la teología de la liberación. Una muestra se encuentra en las encíclicas que los papas han emitido para resaltar la importancia de la solidaridad como un valor para la búsqueda de un mundo más equitativo y justo, que supere los desequilibrios generados por la reproducción ampliada del capital.
En el primer enfoque de este pensamiento religioso se encuentran dos de los autores más reconocidos en nuestro territorio: Razeto y Guerra. Ahora bien, han sido instituciones de la Iglesia católica las que han impulsado la difusión de su pensamiento y apoyado algunas de sus investigaciones relacionadas en el continente. En el segundo enfoque de pensamiento se ubican autores que se sustentan en la teología de la liberación y que coinciden con una crítica radical al tipo de desarrollo que ha generado la propuesta del capital. Son autores reconocidos Hinkelammert, de Alemania, y Marcos Arruda, de Brasil.
El interés por la economía solidaria surge en América Latina debido a que las prácticas socioeconómicas que responden a su cultura abordan diferentes dinámicas en relación con la economía tradicional. Los estudios realizados en Chile por el profesor Luis Razeto alrededor de las organizaciones populares —alineados con su teoría económica de la solidaridad— revelaron cómo la sostenibilidad de las experiencias analizadas se basaba fundamentalmente en la solidaridad y la cooperación. Su propuesta concluye que se necesita incluir la solidaridad en cada uno de los procesos del ciclo económico: las evidencias empíricas estudiadas muestran que esta acción es fundamental para diferenciarse de la economía tradicional y de otras formas de economía, porque su racionalidad se enfoca en la potencialización del individuo, mas no en la utilización de este, como sucede en la economía tradicional. En palabras de Razeto (2009):
Que la solidaridad se introduzca en la economía misma, y que opere y actúe en las diversas fases del ciclo económico, o sea, en la producción, circulación, consumo y acumulación. Ello implica producir con solidaridad, distribuir con solidaridad, consumir con solidaridad acumular y desarrollar con solidaridad. Y que se introduzca y comparezca también en la teoría económica, superando una ausencia muy notoria en una disciplina en la cual el concepto de solidaridad pareciera no encajar apropiadamente. (p. 14)
Forni y Roldán (2004) consideran que Razeto en esta propuesta recoge “su visión alternativa al liberalismo económico”. Y agregan que ello “se afirma en un enfoque comprensivo de los nuevos fenómenos sociales y procesos organizativos que surgen en el marco de la modernización capitalista excluyente de Chile, y expresaría la emergencia de un nuevo actor social que se define como economía popular” (p. 22).
Uno de los principales aportes de Razeto (1989) es la creación del concepto del Factor C, un nuevo factor económico en la organización empresarial adicional a los cinco factores tradicionales de la economía convencional. Propone que las empresas solidarias se organicen alrededor de dos factores: el trabajo y el Factor C, en lugar del capital; y que ambos son los que definen la remuneración de los otros cuatro:
El Factor “C” es la fuerza creadora, organizativa y eficiente de la voluntad y la conciencia colectiva, comunitaria y asociativa. […] Se requiere que la solidaridad sea tanta que […] llegue a transformar desde dentro y estructuralmente la economía, generando nuevos y verdaderos equilibrios. (pp. 94-95)
Según Arango (2005), los principales aportes de la teoría comprensiva de la economía solidaria se pueden sintetizar así:
En la integración de los conceptos de economía y solidaridad; en una nueva visión de la economía; en una reformulación de las leyes y principios