Economía solidaria en Colombia: autores y reflexión conceptual. Amanda Vargas Prieto
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Otro elemento importante en el planteamiento de Razeto (1989) tiene que ver con la idea de que la economía solidaria debe impulsar una propuesta de acción encaminada a lograr el entendimiento sobre el mercado, donde las relaciones en su interior estén orientadas por la solidaridad y la cooperación. Así, se puede considerar como una manera de enfrentar al mercado capitalista, entendido como otra forma de economía que interactúa en un mundo globalizado.
Para superar el positivismo económico imperante hoy, Guerra (2002) propone desarrollar un instrumento analítico que permita reconocer las prácticas y los hechos económicos presentes en la realidad de un territorio concreto como América Latina y sobre los cuales puede plantearse la idea de un mercado determinado. Retoma así la idea de Razeto respecto a que el mercado es un constructo social, y no un orden natural. Por eso denomina su tratado como Socioeconomía de la solidaridad: una teoría para dar cuenta de las experiencias sociales y económicas alternativas, que se fundamenta en la búsqueda que otros autores desde mediados del siglo XX iniciaron para explicar y analizar los comportamientos y acciones de los sujetos que no se expresaban en términos de las categorías de la economía neoclásica. Así, recoge los planteamientos de una disciplina que reúne a prestigiosos economistas y sociólogos como Boulding, Hirschman, Galbraith, Sen, Simon, Bordieu y Etzioni, y que ha sido impulsada en Estados Unidos y Europa: la socioeconomía.
La teoría socioeconómica de la solidaridad contiene inicialmente dos niveles de desafíos: el teórico y el práctico. El primero se refiere a la “crítica de la racionalidad neoclásica” y a la “elaboración de categorías de análisis solidarias para una mejor comprensión de procesos económicos”. Asimismo, “destaca y rescata las prácticas socioeconómicas solidarias con peso significativo en los actuales mercados determinados” (Guerra, 2002, p. 33).
El autor asume “la construcción teórica tanto de los asuntos morales y culturales, como de los asuntos estructurales” (pp. 33-34), y apunta a la construcción de un tercer sector: el solidario, con el ánimo de superar las críticas de los marxistas y los neoclásicos, ya sea por considerarlas funcionales al capital o por su “escasa incidencia en los procesos económicos”. Por otro lado, elabora un marco teórico fundamentado en la solidaridad y otros valores morales y éticos para explicar “numerosos comportamientos socioeconómicos” que originan “numerosas prácticas alternativas” a las hegemónicas, que inciden en mercados determinados y que están presentes principalmente en el sector solidario de la economía, diferenciándose de las que se dan en el sector privado o el sector estatal. Son, por tanto, alternativas concretas al capitalismo (Dávila, 2014).
Adicionalmente, tiene en cuenta al mercado, pues considera que este siempre ha existido como lugar de intercambio entre productores y consumidores, pero aboga por un “mercado democrático y justo”, al que se llega si se habla de mercados determinados (socialmente construidos), donde los sectores presentes tienen mayor o menor incidencia. Para Guerra (2002), los sectores presentes en el mercado son el público, el capitalista y el solidario, y cada uno es funcional a su propia lógica de operación, y no a la del sector hegemónico, que es el sector capitalista en la actualidad.
Asimismo, reconoce la importancia de la presencia de las prácticas socioeconómicas, tanto en la producción, al considerar al Factor C como el organizador de los otros factores presentes en la empresa, como en la distribución basada en relaciones de reciprocidad y altruismo. También en el impulso de un consumo crítico y responsable que reconoce la existencia de necesidades plurales y una acumulación con sentido comunitario, que se llevan a cabo en proyectos signados por la autogestión, la cooperación y los procesos asociativos. Le resta importancia a la generación o no de beneficios, a la presencia o no del dinero en la circulación o al pago o no de los factores, marcando así distancia con otras propuestas alternativas (Dávila, 2014).
La propuesta teórica de Guerra (2002) tiene como objetivo claro complementar la de Razeto, pues le critica que no dialogue con las teorías y avances —así sean marginales— logrados en disciplinas como la antropología, la economía y la sociología, porque duda de la capacidad de un solo marco teórico para dar cuenta de fenómenos complejos. Finalmente, no acepta el concepto de informalidad y habla de economía popular, pues tiene claro que no toda la economía solidaria es popular ni toda la economía popular es solidaria, aunque reconociendo que en América Latina la presencia de la solidaridad en la economía es importante (Dávila, 2014).
Los planteamientos de los autores latinoamericanos en mención configuran una corriente de pensamiento que sostiene la existencia de economías plurales y la necesidad de reconocer que desde los inicios de la humanidad han existido este tipo de relaciones no monetarias que desconocen el neoliberalismo actual y la economía neoclásica anterior. Así, en su teoría económica comprensiva, Razeto (2000) propone el mercado democrático como un constructo social, un concepto amplio de mercado determinado:
[Este concepto] no solo tiene en cuenta los flujos y las transferencias monetarias sino las relaciones de tributación y asignación jerárquica, las donaciones, la reciprocidad, la solidaridad y demás articulaciones que implican transferencias y flujos de riqueza, implicando una sociedad organizada en una vasta gama de asociaciones, comunidades y organizaciones en las cuales participan libremente las personas en función de intereses, motivaciones y objetivos compartidos, organizados democráticamente. (p. 37)
Este mercado fija exigencias y condiciones específicas a los sectores público, privado y solidario allí presentes. Guerra (2002) plantea superar la idea del mercado “como un hecho social fundado en las relaciones de intercambio con intereses que son divergentes” y, en su lugar, propone retomar la idea del mercado determinado que proponía Gramsci: considerarlo como un “constructo específicamente humano donde se ponen en juego las capacidades, valores y poderes de cada uno de los sujetos que lo integran, dando lugar por tanto a innumerables (infinitas) estructuras de comportamiento mercantil” (p. 78). De este modo, en este tipo de mercado se da cabida a “diversos actores individuales y colectivos, con sus propias lógicas y valores” (p. 79). Y allí tienen un papel importante valores como la solidaridad y la cooperación, que tendrán presencia en los sectores público, privado y solidario. Para el autor, su propuesta de mercado no solo es un mercado democrático sino justo. Por esta razón se puede denominar a esta corriente como “otra manera de hacer economía”, que conduce a otra manera de hacer empresa, organización, gestión y, finalmente, sociedad. Dávila (2014) sostiene respecto a esta corriente de pensamiento:
Hace referencia a una acción colectiva organizada que tiene un fin común y que se enfrenta a la acción colectiva que tiene un objetivo individual, egoísta y utilitarista. Así, desde la teoría de la organización podemos decir que esta otra manera de hacer empresa y gestión, en el nivel microeconómico, corresponde a un sistema de alta confianza, cooperación y reciprocidad (ayuda mutua) que se diferencia del sistema egocéntrico y competitivo propio de la empresa de capital, que se organiza bajo la orientación de la racionalidad del hombre económico. (p. 27)
Los conceptos que aparecen en todo el mundo para definir este sector o corriente económica son la economía social, la economía solidaria y el tercer sector (de origen anglosajón, que desarrolla el enfoque de las organizaciones sin ánimo de lucro).
Corriente económica crítica
Esta corriente se caracteriza por lo que podría denominarse como una crítica del capitalismo y un cuestionamiento al modelo neoliberal, por el efecto negativo que ha tenido sobre el trabajo, al precarizarlo al máximo y eliminar la mayoría de ventajas que los obreros organizados habían conseguido en el siglo XX. Por ello, pretende rescatar la importancia de que el trabajador sea dueño de los medios de producción para asegurar su reproducción.
En esta corriente se encuentran al menos tres perspectivas. La primera rescata la importancia de la economía popular como expresión de “una racionalidad especial, de una lógica interna