Economía solidaria en Colombia: autores y reflexión conceptual. Amanda Vargas Prieto
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Denomina “a la otra economía como economía del trabajo en clara contraposición a la del capital […] y retoma de Hinkelammert y Mora la noción de racionalidad reproductiva” (Collin, 2015, p. 94). A la unidad doméstica (UD) la explica como así: “La forma elemental de organización microsocioeconómica propia del trabajo, […] formada por una o más personas ligadas por relaciones de parentesco o diversos tipos de afinidad, […] tiene como objetivo la reproducción ampliada de la vida de sus miembros” (Coraggio, 2004, pp. 151-153). Asimismo, plantea una “economía mixta” donde la economía popular —que es de carácter heterogéneo, por los actores que la conforman— coexiste con la economía pública y la del capital, considerándola como un posible mesosistema de autogobierno donde la economía solidaria participa con su propia lógica (Collin, 2015, p. 95). Para Coraggio, no toda la economía popular es economía solidaria, pero la economía solidaria es popular.
La segunda perspectiva está representada por el profesor Singer, autor característico del movimiento de la economía solidaria en Brasil. Considera que la economía es una manera de organizar las actividades económicas y su característica esencial es que los medios de producción son propiedad de los trabajadores, lo que lleva a la desaparición de la separación entre dueño del capital y trabajador, que acá son la misma persona (Dávila, 2014). Para Singer (2004), el concepto de economía solidaria “se refiere a las organizaciones de productores, consumidores, ahorristas, etc., que se distinguen por dos especificidades: a) estimulan la solidaridad entre los miembros a través de la práctica de la autogestión y b) practican la solidaridad hacia la población trabajadora en general con énfasis en la ayuda a los más desfavorecidos” (p. 199). Lo importante de tener en cuenta es el concepto de autogestión aplicado a emprendimientos de carácter informal, que son menos complejos que las empresas de capital en cuanto a tamaño y funciones productivas o de intermediación realizadas (Dávila, 2007).
La esencia de la economía solidaria es la autogestión que da a los emprendimientos el carácter solidario y no filantrópico. La solidaridad se expresa de varias maneras o niveles: altruismo, reciprocidad, cooperación económica y solidaridad política. Estas expresiones responden a diferentes prácticas socioeconómicas o prácticas más puritanas de altruismo (Coraggio, 2009). Sin embargo, la economía solidaria adopta los últimos tres niveles, acentuando su modelo desde la reciprocidad mediada por la autogestión y participación activa de sus integrantes.
Otros autores que se pueden mencionar dentro de esta corriente son Aníbal Quijano, de Perú, y Antonio Elizalde, de Chile. Quijano postula la (des)colonialidad del poder y la solidaridad económica que se caracteriza por el análisis del poder desde la relación de trabajo, moderno o colonial, y la tendencia en la cultura latinoamericana. Por su parte, Elizalde reivindica la economía desde la solidaridad con los postulados del desarrollo sustentable y el análisis de las necesidades del ser humano desde la visión de Max-Neef. Se caracteriza por fundamentar un tercer sector desde la solidaridad, considerando que esta no existe sin justicia, que es su expresión básica y primera, y la presupone en cuanto a que afirma la dignidad moral del sujeto y la igualdad entre todos los seres humanos. Ser solidario es, antes que todo, cumplir con el correspondiente deber.
Una última perspectiva proviene del sindicalismo latinoamericano (Colacot), que propone la economía solidaria como modelo de desarrollo humano integral, el cual encarna un auténtico sentido del proceso de humanización. Esto implica una profunda comprensión del ser humano como individuo y como especie; un ser viviente, entendido desde lo biológico como ser singular, único e irrepetible, y como ser histórico, abierto al mundo y a los demás, capaz de hacer uso de su libertad y de tomar decisiones autónomas. La persona humana es un ser capaz de crear y dar respuestas a los diferentes interrogantes que surgen en su existencia. Por tanto, actúa consciente y responsablemente, lo que le permite salir de sí mismo para fijar en la naturaleza, en la comunidad y en la historia su propia huella, su propia impronta, su cultura.
La emergencia de un nuevo concepto: la economía social y solidaria
En los inicios del siglo XXI surge un concepto que pretende fusionar otros dos: se trata de la economía social y solidaria (ESS). Los conceptos constituyentes, “siendo distintos, son afines, […] y vienen ganando adeptos y espacios tanto en la vida académica como en ciertos ámbitos internacionales y de aprendizajes concretos” (Pérez y Etxezarreta, 2015, p. 125). Esta propuesta cuenta con críticos y defensores.
Los críticos, desde la economía social, anotan que el concepto de economía solidaria no aporta nada significativo al juntarlo con el de economía social. Desde la economía solidaria, manifiestan que vincularlos anula “la esencia transformadora y despolitiza la aportación de la economía solidaria, […] el principal objetivo de las entidades de la economía social se centra en ser eficientes en el mercado dejando los objetivos de carácter social en un nivel secundario”. Por su parte, los defensores opinan que este esfuerzo responde a “una aproximación sincera, de un reconocimiento mutuo y de una clara voluntad de aunar esfuerzos” (Pérez y Etxezarreta, 2015, p. 73). Estos últimos autores se declaran a favor de la nueva propuesta:
Entendemos la ESS como un proyecto compartido abierto al debate y al cuestionamiento mutuo sincero. Los dos espacios deberían reconocerse en la diferencia y en la voluntad compartida de generar proyectos comunes. Es pues necesaria una interpelación continua entre ambos, siempre desde posiciones constructivas y con el afán de llegar a nuevos consensos. (p. 76)
Visión europea de la economía solidaria
El autor francés Jean Luis Laville (2015) —que para Guerra (2002) representa la visión académica europea de la economía solidaria surgida en los ochenta del siglo pasado— recoge la idea de la existencia de economías plurales, fundada en los planteamientos de Polanyi y sus estudios sobre experiencias relacionadas con las empresas de inserción impulsadas en Europa para responder a los efectos del desarrollo del capital en las últimas décadas del siglo XX. También se basa en los análisis de experiencias comunitarias en Québec, Canadá, y de las organizaciones populares en Chile. “A pesar de las diferencias, dichas prácticas comparten características que permiten establecer paralelismos: todas ellas intentan introducir la noción de solidaridad en las actividades económicas, abogando de esta manera por una economía solidaria” (Laville, 1994, citado en Guerra, 2002, p. 27). Bucheli (2007) retoma de Laville (1994) un esquema que resume su planteamiento (figura 1).
Figura 1. Institucionalización de un sector de economía solidaria
Fuente: Bucheli (2007, p. 2017).
Las referencias enunciadas permiten inferir que la economía solidaria en América Latina se expresa en diferentes intencionalidades e ideologías, propias de un proceso de construcción teórica y conceptual en pleno desarrollo. Aún no hay un consenso en relación con lo que se entiende por economía solidaria y, por tanto, es necesario hacer un llamado a tener una visión amplia que incluya las diversas y heterogéneas prácticas y hechos económicos no mercantiles que se encuentran en las realidades territoriales. Así se evitará el riesgo de proponer definiciones estrechas que dejen por fuera a algunas de ellas.
Lo que sí permiten estas diferentes interpretaciones es delimitar las características y rasgos comunes que deben tener las prácticas y hechos económicos para ser considerados como propios de la economía solidaria, así como identificar los orígenes de las diferentes vertientes que confluyen aquí. Es necesario, entonces, como lo afirma Laville (2008), considerar una teoría pluralista de la acción económica como acción social. Siguiendo a Coraggio