Psicología del vestido. John Carl Flügel

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Psicología del vestido - John Carl Flügel General

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otra forma de embellecimiento que se encuentra en todos los niveles culturales. De hecho, se han descubierto restos que indican definitivamente que la práctica de pintarse la piel fue empleada por pueblos prehistóricos. Los salvajes, en ciertas ocasiones especiales, se pintan completamente el cuerpo; por ejemplo, en períodos de duelo, a menudo se lo pintan de blanco. Otras veces el objetivo de pintarse parece ser el deseo de intensificar el color natural. Esto puede lograrse de dos maneras. En primer término, aplicando pintura de un color similar al de la superficie total, a fin de acentuar el matiz natural; es el caso del uso actual del colorete y del lápiz de labios por medio de los cuales se hacen más coloradas algunas partes rosadas del cuerpo, como las mejillas y los labios. En segundo término, el tono natural puede ser aumentado por contraste: si se pinta una parte de la piel de modo que contraste fuertemente con el color natural, éste parecerá más fuerte en el lugar donde no está pintado. Por esta razón algunos pueblos de piel negra usan pintura blanca para cubrir ciertas partes del cuerpo, siguiendo el mismo principio de las razas blancas, que usan lunares negros para aumentar la blancura de su piel.

      Los métodos descritos hasta aquí son sólo superficiales. Los dos métodos restantes son más completos.

      Mutilación

      Deformación

      La última forma de adorno corporal es la deformación, o plástica corporal, si usamos el nombre más agradable que ha sido empleado por algunos autores para referirse a este asunto. Las partes del cuerpo que han sido sujetas en mayor medida a la deformación son los labios, las orejas, la nariz, la cabeza, los pies y la cintura. A veces, los labios y los lóbulos de las orejas se estiran hacia abajo y se hacen largos y pendulares por medio de pesos prendidos a ellos. En otros casos, se perfora o achata la nariz. La cabeza puede adoptar toda suerte de formas curiosas mediante estudiadas presiones ejercidas sobre el cráneo durante los primeros días de la infancia. Los pies se acortan o se estrechan y la cintura puede ser constreñida.

      Sólo los dos últimos tipos de deformación han sido practicados por los pueblos civilizados. El ejemplo más notorio se encuentra en el acortamiento de los pies de las mujeres chinas, que se obtiene mediante una firme presión aplicada en la puntas del pie y el talón de las niñas pequeñas; el resultado es que los pies se tornan más arqueados, de tal manera que el talón es forzado por último a una posición muy cercana a la parte anterior de la planta del pie. Aunque tales prácticas no son aprobadas en las naciones occidentales, el gusto europeo prevaleciente por los zapatos largos y finos no tiene en cuenta de ninguna manera la forma del pie y, por lo tanto, también ha sido causa de su considerable deformación. Pero el caso más asombroso de plástica corporal en el mundo occidental es, sin duda, el que concierne a la cintura. Hasta hace unos pocos años, prácticamente todo libro que tratara de la vestimenta femenina desde el punto de vista moral o higiénico tenía una sección que explicaba, con la ayuda de alarmantes diagramas e ilustraciones, las consecuencias nefastas del «ceñido», sección que ahora confiere a todos esos libros un aire curiosamente antiguo. Pero el furor por la «cintura de avispa», al que asistimos desde hace no muchos años, no es de ninguna manera nuevo. Los antiguos habitantes de la Creta minoica que, como sabemos, habían alcanzado un alto grado de civilización más de dos mil años antes de Cristo, permitían la constricción de la cintura en ambos sexos, producida no por corsés sino por estrechos cinturones de metal (cf. fig. 8); y el ideal de la cintura estrecha ha sido responsable de una moda constantemente repetida entre las mujeres europeas durante los últimos siglos. En general y a pesar de ciertas excepciones sorprendentes, tales como las de los cretenses, la deformación es un tipo de embellecimiento al que parecen recurrir más las mujeres que los hombres, mientras que el tatuaje y la mutilación son más propios del sexo masculino.

      Como sucede con la mutilación, a medida que la civilización avanza parece haber una tendencia general a abandonar la deformación como medio de embellecimiento, pero no parece haber ido tan lejos, como en el caso de aquélla. Nos resulta difícil imaginar cómo se pueden embellecer las manos quitándoles una articulación digital, o la boca, por la extracción de un diente; pero la repetición de la moda de la cintura de avispa en tiempos recientes parece demostrar que de ningún modo es imposible que volvamos a algún ideal similar de la forma femenina. Sin embargo, pasando revista a toda la evolución humana parece indudable que, a medida que la cultura avanza, las formas más drásticas, es decir, más brutales, del adorno corporal tienden a desaparecer.

      Hay una forma de adorno corporal a la que no nos hemos referido de modo específico y que entra lógicamente en la categoría de mutilación o deformación aunque, en cierto modo, parece diferir tanto de éstas que es difícil situarla entre ellas. Me refiero al corte y arreglo del pelo y de las uñas. Cuando uno se corta el pelo, se afeita la barba o se arregla las uñas, ocurre una eliminación forzada y artificial de ciertas partes del cuerpo. Cuando uno se «arregla» el cabello (el equivalente psicológico del adorno corporal o sartorial) en diversos estilos, ya sea con la ayuda de instrumentos externos (peines, horquillas, etc.) o dándole alguna forma artificiosa, tiene lugar lo que estrictamente hablando es una deformación de esa parte del cuerpo. Las razones por las que tendemos a considerar estas manipulaciones artificiales como fundamentalmente diferentes de las mutilaciones o deformaciones referidas más arriba, parecen ser: 1) que en gran medida, en estos casos el arte sólo se anticipa a la naturaleza; los cabellos se caerían solos y las uñas se romperían, aunque no aceleráramos el proceso cortando y afeitando el cabello y emparejando las uñas; 2) que los procedimientos adoptados no tienen efectos permanentes o irrevocables. Incluso la más duradera de las «permanentes» desaparece y cabellos nuevos, no tratados, ocupan el lugar de los viejos; por el contrario, cuando se arrancan las puntas de los dedos o los dientes, estos no vuelven a crecer, y el ceñido de la cintura, si se practica regularmente, produce una modificación permanente de la figura natural y de las posiciones relativas de los órganos internos.

      Esta última diferencia distingue también a la pintura de otras formas (permanentes) de adorno corporal. De cualquier modo, sea pertinente o no esta diferenciación, es indudable que nuestra actitud actual hacia la pintura y hacia el cuidado del cabello es diferente (en el sentido de su mayor tolerancia) de nuestra actitud hacia la mayoría de estas otras formas. De hecho, la popularidad alcanzada por la pintura y por la ondulación del cabello ha aumentado considerablemente en los últimos años. Sin embargo, aun aquí existe tal vez una tendencia a imitar aquello que pensamos que es la mejor expresión de la naturaleza, más que a intentar una forma de adorno que exagera

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