Los Registros Akasicos segun Edgar Cayce. Kevin J. Todeschi
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En alguna oportunidad, ella cuidó hasta que recuperó la salud, a un colonizador que parecía estar emocionalmente descuidado por su esposa. Anna lo recibió no tanto porque ella lo amara, sino porque él la amaba y ya Anna no se preocupaba sólo por sí misma. Curiosamente, aunque la mujer del hombre no estaba interesada en él, tampoco quería que nadie más se interesara, y se amargó muchísimo sobre todo contra Anna por robarle lo que era «suyo». Cien años más tarde la amargada esposa se convertiría en Vera, la hermana de Anna, y el hombre que en realidad nunca había amado volvería a ella como su segundo esposo, Alan.
Aunque su vida en el siglo diecinueve no fue muy larga—murió de cuarenta y ocho—, implicó muchas aventuras, experiencias y lecciones, todas las cuales afectarían directamente su siguiente vida en el siglo veinte, al nacer en una familia de colonizadores en un pueblo muy pequeño.
La experiencia de Dearborn no fue la única vida que Cayce le contó a Anna; no obstante se informó como la de mayor influencia sobre su actual estadía. Le contó de otras dos vidas anotadas en los registros, que estaban ejerciendo una tremenda influencia en su vida presente: una en Francia y otra en Laodicea (parte del Imperio Romano). En total, Anna supo de seis vidas que estaban afectando en gran medida su experiencia actual: Fort Dearborn, Francia, Laodicea, Israel, Egipto y Atlántida. Y era la de Francia la que había dado origen a la situación con Robert, su primer marido.
En Francia, ellos habían sido amantes, pero todo se había mantenido en gran secreto. Robert formaba parte de la nobleza, y como católico no podía pedir un divorcio. Por necesidad y en muy pocas ocasiones, ella se había convertido en su amante. Anna se pasaría toda una vida deseando estar con él.
Tristemente, aunque estar con él era su único deseo, Robert no lo compartía. Perteneciente a la nobleza, había crecido amando la pompa, la elegancia y el respeto que su posición le aseguraba. Le gustaba entrar a un salón y ver cómo giraban las cabezas para captar su mirada; le encantaba llevar un séquito tras él, pendiente de cada una de sus palabras; le fascinaba poseer mujeres que se arrojaban a sus pies, deseando ser parte de su mundo. Todas estas cosas lo seguirían durante doscientos años, generando situaciones que lucirían por demás extrañas comparadas con su status y falta de educación en el siglo veinte.
La lectura dejó claro que buena parte del encaprichamiento de Anna por Robert se debía a que ella había deseado y seguía deseando una relación perfecta con él. También se dio a entender el hecho de que esto había sido sólo un deseo y no una posibilidad real, pero fue un deseo que no superaría fácilmente.
Su lectura dijo que ella experimentaría «mayor armonía» en su vida pero que duraría «hasta los años 40 y 41, cuando DE NUEVO vendría un período de perturbaciones». La lectura la exhortaba a continuar trabajando en la relación con su actual esposo, Alan, especificando incluso que concebir un hijo sería posible sólo si ellos lograban resolver las cosas. Sin embargo, independientemente de la posibilidad de tener hijos, había razones muy específicas para que ambos estuvieran juntos. La lectura dio a Anna percepciones sobre las cuales podría trabajar, pero ella muy poco discutió la información con nadie, ni siquiera con miembros de su propia familia.
En las décadas de 1930 y 1940, el tema de vidas pasadas y reencarnación no era el más común en la sobremesa. En algunas ocasiones, los miembros de su familia recurrieron al señor Cayce para una lectura física y obtuvieron ayuda. De hecho, Vera sería curada de tuberculosis (pero se negó a recibir una lectura de vida), y el primogénito de Mitchell sería salvado de una enfermedad con riesgo de muerte. Incluso entonces, sólo algunos de ellos se mostraron abiertos a los detalles de la reencarnación, y a los demás no les interesó escuchar siquiera lo que estaba ocurriendo en casa del señor Cayce. Para Anna, la información fue toda objetiva y le permitió reconstruir las vidas de aquellos cercanos a ella. Como breves ejemplos, ella aprendió lo siguiente acerca de sus padres:
Además de ser el guía del fuerte en Dearborn, su padre había sido recaudador de impuestos e inspector de guarniciones militares, en Roma. Esta existencia lo había vuelto muy severo en su trato con los demás, y esa severidad aún lo acompañaría casi 1.900 años más tarde como padre de seis hijos. Una interesante cualidad que no correspondía a esa manera de ser de su padre y que Anna siempre había notado en él, era su habilidad para escoger ropa y telas finas; a ella le maravillaba que fuera capaz de comprar un vestido o un abrigo para ella, o para su hermana, o su madre y les quedara perfecto. Según los registros akásicos, él había sido comerciante de géneros finos, en Persia. En Egipto, se le había conocido por la excelente calidad de su trabajo en la construcción de casas, tal como ocurriría siglos más tarde en Virginia. Relacionado con miembros de su familia a través del tiempo, él había conocido a su esposa en Dearborn, Palestina y Egipto, y a Anna en Dearborn, Egipto y Persia. Reconociendo que a menudo se comportaba como un juez severo, los registros también decían que era un gran líder y motivador de las personas, así como talentoso en su mano de obra. El consejo que se le daba en la lectura era que debía empezar a practicar la devota vida espiritual que tan a menudo había predicado.
Como la bondadosa madam de la experiencia en Dearborn, la madre de Anna había estado relacionada de una u otra manera con todos sus hijos. Su habilidad para saber siempre qué decir o preparar personas para una nueva vida—una capacidad que había quedado más que probada en Dearborn—, había sido cultivada en el antiguo Egipto. Al parecer, como maestra, su deber había sido ayudar a preparar los emisarios y maestros que irían a otros países. Curiosamente, ella había sido maestra antes de casarse con el papá de Anna en esta vida. Su vida más influyente había sido en Palestina donde varios de sus actuales hijos también habían sido hijos de ella entonces. En esa vida ella también había experimentado una sanación ¡de manos del propio Jesús! Desde esa misma época, había desarrollado su odio por los católicos: ella había sido miembro del grupo familiar del apóstol Pedro y había conocido al apóstol Pablo. Había visto de primera mano la forma en que el mensaje de este Hombre, Jesús, casi se pierde por la primera disputa de la Iglesia entre esos dos. Esa frustración de 2.000 años atrás todavía anidaba en su corazón. La lectura dijo que además de sus otros talentos, era experta en sanación y en cultivar plantas. En 1941, después de haber criado a sus hijos, surgiría un negocio de floristería.
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