Los Registros Akasicos segun Edgar Cayce. Kevin J. Todeschi

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Los Registros Akasicos segun Edgar Cayce - Kevin J. Todeschi

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él presenciaba una escena similar contenida en los registros akásicos.

      La experiencia con Robert fue parecida. Ella se encontraba en el patio de la escuela donde jugaban, reían y alegaban docenas de escolares. De repente, a ella se le ocurrió levantar la mirada de lo que estaba haciendo, en dirección a un grupo de estudiantes, no muy lejos de allí. Instantáneamente, en medio de todo el ruido, el alboroto del juego, y el rebotar de las pelotas, ella lo vio, y lo que pasó después la maravillaría durante el resto de su vida:

      Todas a una, las voces empezaron a desvanecerse. Los chicos que jugaban en el patio fueron desapareciendo de su vista y ella se encontró completamente a solas con un muchacho que ni siquiera conocía. No había sonidos, nadie más estaba por ahí. Sólo existían ellos dos. Su asombro ante la escena la hizo perder la respiración y en ese instante el patio y todos sus chicos reaparecieron. De ese día en adelante, su sueño de un esposo tendría el rostro de Robert . . . pero pasaría mucho tiempo antes de que éste se diera por enterado siquiera de que ella existía.

      Por fin, para principios del año escolar, Anna empezó a sentirse más cómoda con algunos de sus compañeros de escuela. Sin embargo, desafortunadamente para su reputación, la mayoría de ellos eran muchachos. Las engañosas e hirientes charlas entre algunas de las chicas continuaron, y hacia el final de su octavo grado, un incidente arruinaría su reputación.

      Una noche en la que sus padres pensaban que ella estaba en una fiesta en el vecindario, en una aventura inocente ella y algunos amigos salieron en un auto. Sus amigos, todos muchachos, tenían «sus chicas» con ellos, y Anna simplemente iba en el paseo, soñando con Robert. El viaje empezó de lo más bien, pero en lugar de regresar pronto según lo planeado, el carro se averió a millas de distancia de su casa. Todas las otras chicas y chicos se las arreglaron para conseguir quien las llevara a sus respectivas casas. Sólo tres se quedaron—los tres que vivían cerca unos de otros—, Anna y dos de los chicos. Pasaron horas antes de que ellos tres consiguieran otro auto y los dos muchachos pudieran llevar a Anna a casa.

      Su padre había ido a buscarla a la fiesta. Allí escuchó disparatados relatos de que Anna se había ido en un auto con «un montón de chicos». Las horas siguientes le dieron tiempo de sobra para que lo asaltaran los más terribles temores. Cuando el trío llegó al frente de la casa, él los estaba esperando, escopeta en mano.

      Sin esperar una explicación, amenazó con matar a los chicos si alguno de ellos volvía a ponerle mano encima a Anna. Su hija trató desesperadamente de relatar lo ocurrido, pero el hombre estaba furioso y no escuchó ni una palabra de lo que ella le estaba diciendo. Temiendo por sus vidas, los dos chicos corrieron a toda prisa; y Anna fue «azotada» y enviada a la cama. Desafortunadamente, a la mañana siguiente lo sucedido se había esparcido como reguero de pólvora por todo el pueblo. Pero no era la historia del auto averiado, o del viejo con la escopeta, o de los tres amigos y su inocente aventura. Era una historia de la chica y todo tipo de imaginativos relatos de lo que ella había hecho a altas horas de la noche con dos muchachos.

      Durante una semana, Anna no pudo llegar a ningún sitio sin que alguien la señalara y se cubriera la boca para cuchichear acerca del incidente. Su reputación había estado mucho tiempo en duda, pero ya no quedaba ninguna. Fue tachada de libertina. El episodio la hizo retraerse aún más dentro de sí misma hasta un lugar donde su única fantasía era Robert. Su desempeño escolar decayó en forma drástica, su depresión se agravó mucho más y sus padres empezaron a verla muy distinta después del incidente.

      El padre y la madre se alarmaron. Conocían perfectamente la fama que su hija estaba adquiriendo en el pueblo. También les preocupaba el encaprichamiento de Anna por Robert porque sabían muy bien que el muchacho había adquirido toda una reputación de «donjuán». A su modo de ver, él era del peor vecindario del pueblo, hijo de una familia totalmente disfuncional y definitivamente no era el indicado para su hija. Les preocupaba que la hermosa figura de Anna, su reputación perdida, y su propio encaprichamiento la llevaran a las manos de Robert, cuando él finalmente se diera cuenta de su existencia. Viendo que no tenían otra opción, la enviaron lejos a otra escuela por un año, a Kentucky con su hermano mayor, Mitchell, que había conseguido empleo como maestro.

      Deprimida hasta lo más profundo del alma, Anna cumplió diligentemente los deseos de sus padres. Pero pasado un tiempo vio que no se sentía mejor en Kentucky. Bien pronto se dio cuenta de que las chicas la odiaban de igual manera y no confiaban en ella en cuanto tenía que ver con muchachos. Para empeorar las cosas, una de las profesoras de Anna se impuso como tarea personal disciplinar a esa chica díscola, y le causó gran sufrimiento. Muy pronto, Anna ya estaba padeciendo los mismos horrores que había experimentado allá en casa, pero se sentía aún peor porque Robert se encontraba fuera de su alcance. A medida que su estado mental se deterioraba, la profesora que consideraba a Anna un espíritu rebelde, empezó a hostigarla despiadadamente. La disciplina parecía no tener efecto sobre la chica, de modo que para mediados del invierno, la maestra se las arregló para hacer que la expulsaran.

      Habría sido desastroso volver a casa expulsada, porque eso sólo confirmaría en la comunidad su reputación de chica corrupta. Sus desconsolados padres no se explicaban cómo habían podido criar una hija así. Pensando que no había de otra, le aconsejaron permanecer en Kentucky; pasando de un pariente a otro hasta que hubiera finalizado el año escolar. Nadie tenía que saber de su vergüenza en la escuela y sería mejor volver a casa cuando el período escolar finalmente hubiera acabado.

      El resto del año pasó lentamente, pero al fin se encontró otra vez en la casa paterna. Sin embargo, incluso antes de su regreso a casa, su vida nunca había vuelto a la normalidad. Ella simplemente tendría que marcharse. Y sin que sus padres lo supieran, a los diecisiete años se escapó con Robert, en una fuga que solo sería un desengaño más entre sus experiencias.

      Desde el principio, Anna se sintió fuera de lugar con la familia de Robert. Sus padres tenían razón, las familias de ambos provenían de mundos distintos. Su única solución fue afrontar de la mejor manera su triste situación. Ella quería hijos más que cualquier otra cosa en el mundo, y se propuso lograr que su matrimonio funcionara.

      Por su parte, Robert parecía haber cambiado después que se casaron. Se consideraba a sí mismo algo así como el centro del universo. Y lo peor es que muchos de sus amigos parecían pensar lo mismo. Eran como un séquito de admiradores que hacían fila para cumplir sus deseos. Robert parecía obtener mucho por poco, y se comportaba como si tuviera derecho a vivir sin trabajar y sólo ocuparse de seguir igual. Buena parte del tiempo, Anna se sentía como una intrusa en ese círculo cada vez más amplio de amigos de su marido. No obstante, cada vez que llegaba a lo más profundo de su depresión, él le prestaba suficiente atención como para tenerla segura.

      Con el paso del tiempo, creció su infelicidad con Robert y la familia de él. Un embarazo tubárico le causó gran sufrimiento físico y mental. Y su mundo se vino abajo cuando supo que Robert ¡estaba saliendo con otras mujeres! Muy pronto él dejó de preocuparse por mantener el secreto y ella se sintió avergonzada.

      Anna estaba total y definitivamente perdida. De todos modos se sentía completamente conectada a Robert, pero él no podía o no quería cambiar. Durante toda su vida Anna sólo había querido ser una esposa y madre. Cuando su matrimonio acabó en divorcio, ella también se derrumbó.

      Después de una breve estadía con sus padres, Anna supo que tenía que abandonar el lugar. La atracción que Robert ejercía sobre ella era algo increíble. Sin importar lo que había hecho, ella era incapaz de borrarlo de su mente. Su salud mental se deterioró tanto, ¡que se mudó a Nueva York a vivir con Vera! Ambas hicieron un trato. Anna pagaría todas las cuentas y la renta, y Vera terminaría de estudiar. A cambio, Anna tendría un lugar donde estar y Vera le pagaría a Anna la mitad de todo, tan pronto le fuera posible. Para reducir gastos, las dos hermanas tomaron otra chica como compañera de apartamento.

      Aunque

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