Los Registros Akasicos segun Edgar Cayce. Kevin J. Todeschi

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Los Registros Akasicos segun Edgar Cayce - Kevin J. Todeschi страница 7

Автор:
Жанр:
Серия:
Издательство:
Los Registros Akasicos segun Edgar Cayce - Kevin J. Todeschi

Скачать книгу

había estado «enredado» durante miles de años. Estos eventos y experiencias continuaron anotándose en los registros akásicos, lo que originó el impulso y la razón para muchas de las actuales experiencias de la mujer.

      2

      Caso: La familia de Anna Campbell

      (Nota: Los nombres del caso 1523 y de los miembros de su familia se han cambiado para mantener la confidencialidad.)

      En 1938 una mujer de veintinueve años visitó a Edgar Cayce en busca de una lectura psíquica (caso 1523). Estaba desesperada y lo consideraba su última esperanza. Se sentía agotada física y mentalmente. Su matrimonio no marchaba bien, y no se le ocurría qué hacer al respecto. Se debatía entre divorciarse de su segundo marido o quedarse con él. Aunque se sentía infeliz en esa situación, una parte de ella esperaba que su matrimonio funcionara para cumplir su sueño de tener una familia.

      Sin embargo, no fue la consejería matrimonial lo que motivó su visita al señor Cayce, sino una dolencia física. Temía que su problema requiriera cirugía y la dejara incapaz de concebir. En su desastroso primer matrimonio, un embarazo tubárico provocó la extirpación de la mitad de los tubos de Falopio. Había empezado a experimentar síntomas físicos similares, y revivieron sus temores de que un segundo embarazo tubárico acabara con sus posibilidades de concebir un bebé. Deseaba ser madre, más que nada en el mundo. Otros miembros de la familia habían estudiado carreras universitarias y su hermana estaba haciendo una maestría, pero no Anna, desde que podía recordar, su sueño había sido uno: «tener seis hijos y envejecer con ellos». Esperaba que una lectura psíquica le ayudara a evitarse otra operación.

      La historia de la vida de Anna era desconocida para Edgar Cayce al momento de la lectura. Pero una perspectiva general de la misma nos permitirá comprender mejor su situación, así como su conexión con el pasado.

      Anna había nacido a principios del siglo veinte, en un pequeño pueblo. Tan pequeño, de hecho, que medio siglo más tarde fue anexado a las comunidades que lo rodeaban y literalmente desapareció. Sus padres eran granjeros, pero su madre provenía de Kentucky y de un origen mucho más refinado y elegante que el de su padre, hecho que pareció molestarlo durante buena parte de su vida. El padre había sido uno de los últimos colonizadores, profundamente arraigado en la tierra y en el conocimiento de lo que ésta podía proveer para su familia.

      Ella era una de los seis hijos que llegarían a la edad adulta y la mayoría del tiempo se llevó bien con todos sus hermanos a excepción de su hermana mayor. Desde que podía recordar, entre las dos había existido antagonismo, celos y desconfianza. Aunque sus padres habían creado un entorno bastante bien estructurado—había estudios y labores que realizar—, los años de enfrentamiento entre Anna y su hermana Vera habían provocado tal frustración a su madre, que finalmente dejó de interceder. La pelea quedó entonces en manos de Anna y de Vera, y la siguieron peleando.

      Aunque las riñas familiares son comunes, el antagonismo entre ellas dos parecía reconcentrado. Curiosamente, Anna se dio cuenta que en su hogar había otras dos personas con grandes dificultades para llevarse bien, tantas como tenían ella y su hermana. Su padre y su tercer hermano, Warren (que había nacido poco después de Anna), reñían constantemente. Parecía que Warren siempre era «azotado» por cosas por las que cualquiera de los otros chicos se habría salido con la suya. Su padre parecía resuelto a mantenerlo «alineado». Por esta razón ella pensaba que era su deber (y también de su madre) ir al rescate de Warren cada vez que su padre lo «sacudía a azotes».

      Su madre parecía llevarse bien con todos. Incluso, alguien la había descrito como «un ángel». Aunque en muchos casos ella y Anna no estaban de acuerdo, eran muy unidas. Sin embargo, a pesar de la bondad, gentileza y compasión, algo parecía totalmente fuera de lugar en el carácter de su madre: odiaba con todas sus fuerzas a los católicos. Se sabía que alguna vez había dicho que preferiría ver muerto a cualquiera de sus hijos y no casado con un católico. La oportunidad de cambiar de parecer se le presentaría a través de uno de sus hijos varones.

      En este entorno campesino, Anna siempre tenía algo de qué ocuparse. Había que desherbar, limpiar, recolectar, lavar, plantar, coser, planchar o estudiar; su tiempo libre era mínimo. Anna sentía que no alcanzaba a hacer todo lo que ella quería, simplemente porque no había tiempo. Las familias debían trabajar duro para ganarse la vida con la tierra. La actividad secundaria de su padre era la construcción de casas y además tenía unas cuantas propiedades alquiladas, a fin de poder vivir con sus ingresos.

      Para mayor complicación en su joven vida, a Anna le resultaba imposible escapar de la presencia de Vera; las dos compartían una misma habitación. En las pocas ocasiones en que las labores permitían que jóvenes amigos o primos las visitaran, Vera trataba de llevarse a los visitantes para otra habitación con fabulosas historias de divertidos juegos que podían practicar, «pero no con Anna». Con el tiempo, la hermana mayor empezó a mostrarse obsesionada cada vez que había visitantes masculinos. Mostraba un temor extremo de que ellos prestaran la más mínima atención a Anna. Le provocaba celos hasta la forma en que Anna lucía y actuaba; aunque Anna siempre pensó que la modelo era su hermana y no ella. Durante todo el tiempo en que crecieron juntas, Vera creyó que de Anna eran «todas las oportunidades» y de ella ninguna. Anna, en cambio, jamás creyó tener ventaja alguna.

      A pesar de la presencia de su hermana, de chica Anna fue relativamente feliz mientras estuvo en casa. Tenía cuatro hermanos, dos mayores (Mitchell y Carl) y dos menores (Warren y Everett) para acompañarla, un padre a quien seguir los pasos cuando era posible escapar de los platos y las tareas del hogar, y los hermosos sueños de su edad adulta como madre, que ocupaban su mente. Sin embargo, en cuanto entró a la escuela su felicidad y cualquier alegría que pudiera tener, se desvanecieron.

      No le tomó mucho tiempo darse cuenta de que las demás chicas no simpatizaban con ella. La consideraban poco femenina o muy coqueta, aunque ninguna de las dos descripciones era acertada. Aunque al principio se sintió herida por esa actitud, decidió que no importaba puesto que al fin y al cabo ellas tampoco eran de su agrado. Se sentía mucho más cómoda con los chicos, como sus hermanos, pero no se veía bien jugar con ellos, y ni siquiera hablarles. Así que empezó a andar sola.

      Aunque en la década de 1910 podría parecer poco usual para una chica, con el tiempo ella empezó a sobresalir en dos cosas que podía disfrutar por su cuenta: la música y el baloncesto. El tiempo pasaba y ella seguía solitaria, sin compartir sus pensamientos con nadie y deseando que llegara el día en que tuviera un esposo y una familia. Finalmente llegó al octavo grado, cuando su vida daría un vuelco total. Aunque seguía estando muy sola, entró a formar parte del equipo de baloncesto de las chicas. No obstante, se pasaba buena parte del tiempo añorando alguien que a lo mejor ni siquiera existía, con quien pasar el resto de su vida.

      Hasta que un día sucedió. Fue como verlo salir de la nada. Se llamaba Robert, y aunque era varios años mayor que ella (y ciertamente ignoraba su existencia), Anna supo que él era su príncipe ideal. Ella no tenía muy claro cómo lo supo, pero nunca puso en duda que Robert sería su esposo.

      Ese «saber» fue apenas una de varias experiencias extrañas que forjarían su vida. En una de las primeras, ella estaba en la ciudad, en casa de una tía. Un lugar que había frecuentado docenas de veces antes; por la ventana de atrás podía ver los pantanos y los pastos, y también los árboles en la distancia. Pero en lugar de ser tranquila, de repente esa imagen se llenó de terribles premoniciones, como si ese temor hubiera estado muy profundamente dentro de ella todo el tiempo. Empezó a sentirse helada, muy sola y más aterrorizada de lo que jamás hubiera podido estar. Y de pronto se escuchó a sí misma murmurar: «Tengo que salir de este lugar . . . ¡Tengo que salir de este lugar!». El miedo desapareció casi tan rápido como había surgido, y todo lo que quedó fue el

Скачать книгу