Maduro para el asesinato. Фиона Грейс
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Tal vez, por fin, empezaba a entender la gravedad de su situación.
–Matt, estoy pensando que necesito irme —dijo ella—. No puedo seguir trabajando para una empresa que representa marcas en las que no creo. Y que se ocupa de destruir a marcas en las que sí que creo. Estoy a esto de marcharme.
Levantó la mano con el pulgar y el índice juntos.
Este era otra broma permanente entre ellos, pero de nuevo no consiguió hacer reír a Matt.
–Me temo que yo también tengo malas noticias —le dijo él.
Olivia lo miró fijamente, con los ojos muy abiertos.
¿Qué había pasado? ¿Había perdido Matt su trabajo? ¿Su padre o su madre estaban enfermos?
Olivia se dio cuenta de que debía de haber una razón por la que él la había invitado aquí. Había dado por sentado que era para felicitarla, pero había sido por razones de él, y ella había monopolizado egoístamente la conversación sin ni tan solo preguntar primero.
–Oh, Matt, lo siento mucho. ¿De qué se trata? —preguntó.
–Sé que esto te cogerá totalmente por sorpresa.
Olivia parpadeó, confundida porque Matt había usado las palabras exactas que ella había usado. ¿Qué narices estaba pasando?
Por un momento fugaz, se preguntó si Matt era tan infeliz con su trabajo como ella lo era con el suyo. Quizá ya estaba cansado de ser asesor financiero y deseaba un cambio. Se le aceleraron los pensamientos, imaginando como podrían empezar de nuevo juntos, mudarse a una ciudad diferente o incluso pasar un año en una isla exótica. Sería toda una aventura, que les permitiría relajarse juntos y disfrutar de la compañía el uno del otro.
Olivia nunca había sido partidaria de casarse y tener hijos y sabía que Matt pensaba lo mismo, pero ella ansiaba el simple lujo de pasar tiempo sin interrupciones con él, sin la invasión de citas, reuniones y horas de trabajo interminables con las que ambos tenían que lidiar. en una isla, podrían hacerlo.
Entonces se impuso la realidad. A Matt le encantaba su trabajo y jamás había ni tan solo insinuado que fuera infeliz. Además, él era un chico de ciudad que disfrutaba del ritmo de la vida urbana. No podía ser eso, debía de ser otra cosa.
–¿Qué me cogerá por sorpresa? —preguntó, sintiendo un escalofrío de aprensión.
–Esto no funciona.
–¿Qué quieres decir? —Su propia voz le parecía pequeña y extraña.
–Nosotros. —Hizo una de sus características sonrisas de arrepentimiento, con los labios cerrados, los ojos arrugados y la cabeza inclinada—. Nosotros no funcionamos. Lo siento mucho. Me gustaría que esto hubiera ido de forma diferente. Pero así están las cosas. No existe una forma fácil de decirlo, pero voy a terminar con esto.
CAPÍTULO TRES
Olivia miró a Matt con incredulidad.
¿De qué estaba hablando? ¿Era un chiste cruel y práctico?
Al instante, descartó ese pensamiento. Matt no era de ese tipo de personas. Por otro lado, ella no creía que él fuera el tipo de persona que la invitaba a cenar en un restaurante caro y rompía con ella antes incluso de que llegara el vino.
–Pero… ¿por qué? —preguntó ella—. Matt, ¿por qué estás haciendo esto? Hemos sido felices juntos. Bueno, yo he sido feliz. Sé que no nos hemos visto todo lo que podíamos, pero eso es porque ambos hemos estado muy ocupados.
Él hizo un gesto de aprobación con la cabeza como si ella hubiera dado en el clavo.
–Exactamente, Liv. Ese es exactamente el problema. Tú lo has resumido. Los dos estamos muy ocupados. No nos vemos más que una o dos noches a la semana. —Se inclinó hacia delante y habló en un tono bajo y confidencial—. Aparte de eso, somos personas diferentes. Yo soy una persona sumamente organizada. Es difícil vivir con alguien tan desorganizado como tú. Nunca pones el tapón de la pasta de dientes y, la semana pasada, cuando abrí mi maletín en una reunión, cayeron unas bragas tuyas. Fue sumamente incómodo para mí. Allí había veinte inversores internacionales y que ropa interior rosa de encaje con el eslogan «Ojalá estuvieras aquí» fuera a parar a la mesa de la sala de juntas afectó de forma negativa la impresión profesional que yo esperaba dar, y la que espera nuestra empresa.
A Olivia le pareció oír una risita reprimida. Echó un vistazo alrededor y vio que su conversación había atraído la atención de las tres mujeres de la mesa de al lado, que estaban escuchando ávidamente.
–¿Y eso por qué pasó, Olivia? —continuó Matt—. Eso es porque tú insistes en quitártelas y tirarlas en el suelo del dormitorio, en lugar de meterlas en la cesta de la ropa sucia. Esta vez, unas fueron a parar dentro de mi maletín. Podría haber sido desastroso para mi carrera. Esto es solo un ejemplo. No me has apoyado mucho.
Olivia se quedó con la boca abierta. ¿De qué estaba hablando? Ella lo había apoyado siempre.
–Cuando nos fuimos a vivir juntos, vacié el dormitorio libre para que tú pudieras tener un estudio, a pesar de que nunca lo usaste —dijo ella, ahora disgustada—. Volví a pintar de blanco la habitación principal porque tú me lo pediste. Vacié mis armarios para hacer espacio para todas tus chaquetas, tus camisas y tus zapatos. Incluso regalé mi preciosa librería para que tu enorme pantalla plana pudiera caber en la sala de estar.
Los muebles y la cama de ella se habían quedado. Matt dijo que vendería los suyos. O, espera. Tal y como Olivia recordaba ahora, él había dicho que se los daría a Leigh, su asistente personal, ya que había roto con su novio y se iba a mudar a su nueva casa.
Olivia frunció el ceño con una sospecha repentina. Antes de que ella pudiera decir algo, Matt continuó como si no la hubiera oído en absoluto.
–Como te dije, he estado revisando mis decisiones de vida. Y Liv, siento que queremos cosas muy diferentes. Sí, tú has sido feliz, pero yo quiero a alguien que esté allí para mí. Alguien que me pueda cuidar, que cocine por mí, que ponga en orden mi vida.
–¡Yo cocino para ti! —Las palabras salieron más fuertes de lo que Olivia tenía pensado.
El camarero, que traía el vino, tuvo que mirar dos veces mientras se acercaba y dejaba la botella.
–¿Quieren que abra…? —empezó a decir indeciso, pero Matt lo ignoró.
Con una indignación justificada, Olivia continuó.
–La semana pasada mismo, hice espagueti a la boloñesa. Me levanté a las cinco de la mañana para preparar la salsa y ponerla en la olla de cocción lenta. Tenía un olor tan delicioso que incluso el vecino me felicitó cuando llegué del trabajo. Y ¿qué dijiste tú, Matt? ¿Recuerdas lo que dijiste cuando los serví? Dijiste: «Bueno, espero que esto no me mate». Pensaste que era muy divertido y yo también me reí, pero fue hiriente.
–¿Quieres bajar la voz? —dijo Matt con una sonrisa tensa, pero ella oía el estrés en sus palabras.
Olivia parpadeó. ¿Qué bajara la voz? ¿Él le estaba pidiendo que no gritara , después de soltar una bomba que había alterado toda su vida?