Maduro para el asesinato. Фиона Грейс
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–¿Y usaste sombra de ojos para tapar esa carrera en sus medias? ¿No te preocupa que la gente se pudiera dar cuenta? Era tan fácil como meter otro par de recambio en tu bolso y evitar totalmente el problema. Eso es lo que haría una persona organizada.
Olivia notó que se ponía de color carmesí.
–Yo no me di cuenta —oyó decir a otra de las mujeres. Esta vez, Matt miró alrededor sorprendido.
Olivia respiró profundamente.
–¿Qué te hizo pensar que ahora era un buen momento para hablar de esto? —preguntó ella.
–Mañana cojo un vuelo fuera del país. Es un cambio de última hora. Con poca antelación, lo sé.
Esta conversación se estaba volviendo tan surrealista que, por un momento, Olivia estuvo segura de que lo estaba soñando todo. Debía de estar teniendo una pesadilla, porque nada tenía sentido.
–¿A dónde vas?
–Me voy a las Bermudas durante dos semanas. Él no cruzó la incrédula mirada de ella mientras decía las palabras.
–¿Por trabajo? —De nuevo, vio que Matt hacía una mueca ante el volumen de su voz.
–Es un congreso de trabajo, sí.
–¿Leigh va a ir contigo?
La pregunta era reflexiva —no había tenido tiempo de pensarla— pero ella vio su reacción. Por un instante, parecía horrorizado, como si ella lo hubiera pillado con las manos en la masa.
–¿Tú y Leigh? Los congresos no duran dos semanas. Esto no tiene nada que ver con el trabajo, ¿verdad?
–Por favor, baja la voz —murmuró Matt—. Leigh es mi asistente personal. Nada más. Y, de todos modos, es mucho más joven que yo. El domingo va a cumplir treinta.
Él se detuvo y apretó con fuerza los labios, pero demasiado tarde. Olivia pilló al vuelo la información que él había revelado sin querer.
–¿Va a cumplir treinta? Este es un gran aniversario. Su regalo no incluirá unas vacaciones en las Bermudas, ¿verdad?
Olivia oyó un horrorizado grito ahogado de la mesa de al lado.
Él tenía la culpa escrita por toda la cara. Olivia se sentía paralizada. Matt, de treinta y cinco años, solo tenía un año más que ella y, cuando empezaron a salir, a ella le preocupaba que él pudiera buscar a alguien más joven. Aunque sabía que no podía hacer nada al respecto, su peluquera y ella habían conspirado para asegurarse de que no era posible que él buscara a alguien más rubia. Estaba claro que esto no había ayudado.
–¿Me traes a este bonito restaurante y lo primero que haces es romper conmigo?
Volvió a sentirse sorprendida por la frialdad de sus acciones.
–Lo hiciste para que no montara un escándalo, ¿no? Esperabas que como lo hacías en un restaurante bonito te podrías librar de que yo me enfadara o montara un numerito.
Olivia se puso rápidamente de pie y le lanzó una mirada asesina.
–Estoy enfadad. Estoy furiosa. Y voy a montar un numerito. Me has tratado de forma espantosa. ¿Cómo te atreves a tener una aventura a mis espaldas y después intentar que yo me sintiera inapropiada, diciendo que tú necesitas a alguien que cuide de ti y dando a entender que yo no lo hice. Es lo más manipulador que he oído nunca.
–Es inaceptable —oyó decir con firmeza a una de las mujeres de la mesa de al lado—. Estás mejor si te libras de alguien que te engaña e insulta tu manera de cocinar y es un tiquismiquis con tus decisiones con la ropa. Olvídate del problema de las medias, del que ninguna de nosotras se dio cuenta, me parece que no ha dicho nada de tu precioso vestido. Solo habla para buscar defectos.
–Es obvio que eres demasiado buena para él y él se siente amenazado por ti —añadió otra de ellas en un tono cooperativo.
–Es como si la basura se sacara sola —anunció la tercera.
–Gracias —les dijo Olivia a las mujeres.
Al echar un vistazo al restaurante, vio que otros clientes que seguían el drama asentían con la cabeza para demostrar que estaban de acuerdo. Un hombre joven que estaba en una mesa cerca de la puerta había sacado su teléfono y se estaba preparando para grabar la escena.
Matt, con la cara roja como un ladrillo, bajó la mirada fija al mantel almidonado.
–Yo… yo no quería que fuera así —murmuró—. Mira, ¿vamos a otro sitio y lo hablamos?
Parecía que estaba esperando que la tierra, o quizá las baldosas de granito del restaurante, se abrieran por arte de magia y se lo tragaran.
Tal y como estaban las cosas, él iba a tener que irse de Villa 49 y pasar por delante de cada una de esas personas. Cada una de ellas un crítico recién descubierto de Matt Glenn. Sería juzgado a cada paso del camino y Olivia decidió que él podía hacer el paseo de la vergüenza solo.
–Me voy —dijo ella en un tono más calmado—. Si no te has llevado tus cosas de mi apartamento a las diez de la noche, voy a donar lo que quede a la caridad.
Su mirada cayó sobre el magnífico tinto de la Toscana, que ella había elegido con tanto cuidado e ilusión. A pesar de que no había llegado a experimentar la comida, estaba jodida si iba a dejar atrás ese vino.
–Esto se viene conmigo. —Cogió la botella de la mesa, rodeando el cristal fresco y oscuro con la mano—. Lo encontrarás en la factura.
Las mujeres de la mesa de al lado empezaron a aplaudir.
Olivia cogió el bolso, se dio la vuelta y se fue hacia la puerta.
CAPÍTULO CUATRO
Fuera del restaurante, Olivia llamó a un taxi. Todavía estaba temblando por la indignación y tenía ganas de volver a entrar en el restaurante para volver a cantarle las cuarenta a Matt.
Respiró profundamente para calmarse. Lo más sensatos ería seguir adelante y sacarlo de su vida para siempre. Eso significaba encontrar un sitio al que ir ahora, pues le había dado a Matt las diez de la noche como límite. No podía volver antes al apartamento por si lo encontraba allí, recogiendo sus camisas y sus trajes y desmontando su enorme pantalla plana.
Frunció el ceño, indecisa. Tenía amigos, por supuesto. Solo que… no muchos, especialmente aquí en Chicago. Sus horas de trabajo durante los últimos años no le habían permitido socializar mucho y sus dos mejores amigas estaban fuera de vacaciones.
Se subió al taxi y le dio al conductor la dirección de Bianca, ya que era el único nombre de calle que se le ocurría.
Veinte minutos más tarde, estaba llamando con indecisión a la puerta de su asistente, con la esperanza de que esta no lo considerara una molestia.
–¿Va todo bien? —preguntó Bianca, en cuanto vio a Olivia en el umbral de su puerta. Llevaba un chándal rosa con un conejito azul en el bolsillo y de dentro del pisito emanaba un delicioso olor a