El orden de 'El Capital'. Carlos Fernández Liria

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El orden de 'El Capital' - Carlos Fernández Liria Pensamiento crítico

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que, en el mercado, las mercancías se vendan siempre a un precio u otro.

      Marx le debe, sin duda, mucho a Ricardo. El propio Marx no deja en ningún momento de reconocer una gran deuda con quien consideraba el teórico más importante, lúcido y honrado que había dado jamás la economía política. Sin embargo, tampoco desaprovecha ninguna oportunidad de señalar que existen diferencias fundamentales en el modo en que abordan ambos la cuestión del valor. Este intento de marcar diferencias respecto a Ricardo, desde luego, no impresiona nada a Schumpeter, que lo interpreta como una negativa de Marx, dada su personalidad, a reconocer algo así como un maestro. De este modo, lejos de haber verdaderas diferencias analíticas, no habría más que un intento megalómano por parte de Marx de introducirse en disquisiciones metafísicas para evitar presentarse como discípulo de nadie. Ahora bien, por un lado, es verdad que esas diferencias suelen salir a la luz en el transcurso de discusiones muy metafísicas sobre el carácter abstracto del trabajo humano o sobre la imposibilidad de la «sustancia-valor» de ponerse de manifiesto por sus propios medios y no, ciertamente, mientras se analizan los precios de equilibrio. Sin embargo, por otro lado, también es verdad que Marx parece demasiado orgulloso de esos resultados como para tomárnoslos tan a la ligera. En efecto, Marx parece realmente encantado de cómo le van saliendo las cosas a propósito del concepto de «sustancia-valor», del trabajo abstractamente humano y de su polémica con Aristóteles, es decir, de los resultados de esas discusiones en las que parece que termina admitiendo la teoría del valor de Ricardo (aunque por razones distintas). Ciertamente, como decimos, parece demasiado satisfecho de esas «razones» para ignorarlas por completo.

      Más adelante nos ocuparemos por extenso de la enorme relevancia que tiene todo eso que Schumpeter no toma en consideración por considerarlo meras diferencias en «las expresiones», «el método de deducción» o las «razones filosóficas» que conducen a Marx a tomar como punto de partida la teoría del valor de Ricardo. De momento, repasemos muy brevemente en qué consiste dicha teoría que, según Schumpeter, Marx asume sin matices, aunque lo haga por razones distintas.

      1.2.2 El modelo de mercado según la ley del valor

      Es muy importante abrir aquí un paréntesis para proporcionar una primera aproximación, aunque sea muy esquemática, a la idea de ese mercado en el que los productos se intercambiarían atendiendo a la ley del valor. No se trata, por supuesto, de responder ya a la pregunta sobre el sentido de semejante punto de partida. Se trata, simplemente, de delimitar con claridad la imagen de un mercado que funciona enteramente según los supuestos referidos de la ley del valor (es decir, según los supuestos que Schumpeter considera un desatino tomar como punto de partida).

      Lo primero en lo que hay que reparar es en que los precios de una mercancía oscilan siempre alrededor de un determinado nivel, dependiendo de circunstancias muy variadas, entre las cuales es fundamental la oferta y la demanda. Un lápiz que en un comercio puede costar 60 céntimos de euro puede ser ofertado en otro a 70 o a 80. Si, por algún motivo, hay una gran demanda de lápices, puede que los vendedores puedan lograr venderlos a un euro, hasta que la oferta y la demanda se equilibren. Lo mismo ocurre con el precio, por ejemplo, de las lavadoras, que oscila, pongamos por caso, alrededor de los 500 euros. Lo que es difícil imaginar que llegue a ocurrir es que, por algún brutal desequilibrio entre oferta y demanda, el precio de los lápices oscile alrededor de los 500 euros y el de las lavadoras alrededor de los 60 céntimos. Es fácil comprender que en el asunto interviene lo que llamamos costes de producción.

      Supongamos un mercado muy esquemático en el que el productor A, por ejemplo, posee un huerto en el que cultiva zanahorias, el productor B tiene otro en el que cultiva patatas y, así, sucesivamente. Pongamos que, en nuestro esquemático mercado, un productor C vende jerséis de lana que él mismo fabrica en la trastienda a partir de la lana hilada por otros productores (haciendo punto con unas agujas que le ha vendido otro propietario D, que las fabrica en la fragua que tiene en su casa). Suponemos, por supuesto (pues por suponer que no quede), que hay otros muchos vendedores de los mismos jerséis y que lo mismo ocurre con cualquier otra mercancía.

      Puesto que vendedor y comprador son sujetos libres e iguales, que en cualquier momento pueden decidir aceptar o no vender o comprar, el acuerdo entre ellos surgirá, en realidad, por una especie de ininterrumpido regateo. Si un jersey pretende venderse a 60 euros, el cliente siempre puede objetar que le parece muy caro y que no ofrece más que 30. Ahora bien, objetará el vendedor: 30 euros es el precio que él ha tenido que pagar por la lana y por las agujas necesarias para fabricarlo y si lo vendiera a ese precio no haría sino cubrir sus costes de producción y no recibiría ninguna compensación por el trabajo invertido en su confección.

      Naturalmente, el cliente puede decidir que, puesto que no está dispuesto a pagar más de 30 euros, él mismo se encargará de comprar la lana y de tejer su propio jersey. Se dirigirá, por consiguiente, al vendedor de ovillos de lana, pero nada le impedirá, por supuesto, regatear con él. Si le ofrece 15 euros, puede que el vendedor le responda que con eso no cubre los costes de

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