El orden de 'El Capital'. Carlos Fernández Liria
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Las campanas tocaban a muerto para la economía burguesa científica. Ya no se trataba de si este o aquel teorema era verdadero, sino de si al capital le resultaba útil o perjudicial, cómodo o incómodo, de si contravenía o no las ordenanzas policiales. Los espadachines a sueldo sustituyeron a la investigación desinteresada, y la mala conciencia y las ruines intenciones de la apologética ocuparon el sitial de la investigación científica sin prejuicios[7].
Así las cosas, la economía no se ocupa de Marx. Hasta finales de la década de los setenta, mientras los estudios de economía todavía gozaban de una cierta sensatez keynesiana, uno de los manuales más clásicos de las licenciaturas fue el libro de Samuelson (premio Nobel, 1970), el cual, en su versión de 1989, tenía todavía capítulos que hoy día –cuando el radicalismo neoliberal ha dejado al keynesianismo moderado en la extrema izquierda– serían considerados casi subversivos. Sin embargo, el parágrafo que Samuelson dedicaba a la obra «económica» de Marx constaba de cuatro párrafos, que citamos a continuación:
La economía de Marx comienza con la teoría del valor-trabajo. Supone que lo que da valor a una mercancía es la cantidad total de fuerza de trabajo (sic) utilizada para producirla (tanto el trabajo directo como el indirecto necesario para construir los edificios o la maquinaria en el proceso productivo). Marx se dio cuenta de que en el capitalismo competitivo los precios de mercado no eran necesariamente iguales a los valores-trabajo. ¿Por qué no? Porque los capitalistas reciben unos ingresos adicionales a los costos laborales: una plusvalía. Por plusvalía Marx entendía la diferencia entre los ingresos y el costo laboral total directo e indirecto. ¿De dónde procede esa diferencia? Del hecho de que los trabajadores se ven obligados a vender su trabajo a los capitalistas y los capitalistas les pagan solamente una parte del valor de su producto. En el caso elemental en el que no se utiliza maquinaria, la tasa de plusvalía (o tasa de explotación) es simplemente el cociente entre los beneficios y los salarios. Una persona que dominara los conceptos de la economía moderna podría preguntarse: ¿qué se gana viendo la economía capitalista a través de las lentes marxistas? Un estudio cuidadoso muestra que la teoría de los precios de Marx difiere poco de la que expuso Ricardo cincuenta años antes. La esencia de la visión de Marx fue, por el contrario, dejar al descubierto la naturaleza del beneficio[8].
Así planteadas las cosas, la discusión queda abortada nada más comenzar. El problema es que Marx no dice en absoluto lo que Samuelson dice que dice. Es más, aquí no hay siquiera la posibilidad de fundar un «diálogo de sordos», porque la cuestión es casi «sintáctica»: la sintaxis de la teoría de Marx impide decir cosas de ese tipo.
Por lo general, no es fácil encontrar en los manuales con los que se forman los economistas ni muchas más líneas dedicadas a Marx, ni tampoco mucho mejores. Éste es sólo el caso más chocante no meramente por tratarse de un autor al que podemos considerar casi un clásico (o, como mínimo, uno de los economistas más importantes del siglo XX), sino porque, además, nos encontramos con un autor que, en el mismo manual, dice, sin embargo, cosas bien interesantes sobre el socialismo, e incluso dice ciertas cosas sobre la economía soviética que hoy vendría muy bien releer (Samuelson dedica cuatro párrafos a Marx, pero a Hayek –a quien se otorgaría a su vez el Nobel en 1979, coincidiendo con el desplome de la hegemonía keynesiana en economía– le dedica dos líneas, tildándolo de extremista libertario, es decir, para entendernos, de «salvaje neoliberal»). Además, y esto es sin duda lo más sorprendente, se trata de un autor que ha sido incluso capaz de intervenir con una solvencia muy notable en determinadas polémicas a propósito de la teoría económica marxista. Así, por ejemplo, cabe destacar su extraordinaria intervención en la polémica en torno al denominado «problema de la transformación» (de valores en precios) con el artículo «Understanding the Marxian Notion of Exploitation: A Summary of the So-Called Transformation Problem Between Marxian Values and Competitive Prices»[9]. De hecho, en esa intervención parece mostrar un conocimiento de Marx incompatible con el desatinado resumen que ofrece a los estudiantes en su célebre manual de economía. En todo caso, el objetivo aquí no es intentar buscar alguna explicación razonable a este hecho insólito. En realidad, no nos preocupa mucho la causa del disparate: pudiera ocurrir que esa parte del manual no la hubiera escrito (y ni siquiera revisado) él mismo, o que pensara que sus estudiantes sólo entenderían una explicación dada en los términos de la economía ortodoxa, con lo cual resulta ese Marx imposible. Lo que importa resaltar aquí es que Marx no forma parte de lo que estudian y discuten los economistas, unas veces porque lo que estudian bajo ese nombre está muy lejos de parecerse a Marx, y otras porque, sencillamente, ya ni se menciona a nadie con ese nombre.
Sin embargo, entre los grandes economistas clásicos del siglo XX, el juicio que J. A. Schumpeter (1883-1950) vierte sobre la obra de Marx «como economista» sí puede resultarnos de mucha utilidad. Eran otros tiempos y otro carácter. Schumpeter sí ha leído a Marx y, en realidad, muy bien leído. Afronta, además, el trabajo de discutir con él juzgándolo en la arena de la economía, con rigor y sin prejuicios. Para nuestros propósitos, el famoso capítulo de Schumpeter «Marx como economista»[10], es, por su misma retórica, de lo más ilustrativo; pues Schumpeter plantea los términos de la discusión en el mismo sentido que estamos ensayando: Marx podría haber sido lo que pretendía ser, el Galileo de la historia y el padre de la economía científica (aunque eso de la «economía científica» acabara por ser, en sus manos, algo que difícilmente llegaríamos a reconocer como «economía»). En cierta forma, Schumpeter plantea las cosas retóricamente, como si se tratase de volver a juzgar a un nuevo Galileo, sólo que, en este caso, el veredicto final de la ciencia, independientemente del emitido por los tribunales del momento, «tiene que ser adverso a Marx»[11].
1.2 Marx, juzgado como economista
1.2.1 Un texto de Schumpeter (1942)
Probablemente haya pocos economistas honrados que no reconozcan que esa disciplina vacilante que se traen entre manos y a la que llaman «economía» necesitaría de algo así como de un Galileo para convertirse en una auténtica ciencia. Ahora bien, una cosa es eso y otra admitir siquiera la posibilidad de que ese Galileo pudiera haber sido Marx. Schumpeter, al menos, admitió que tuviera sentido el plantearlo. Por mucho que, como vamos a ver, en la obra de Marx diagnosticara un monumental fracaso, su exposición de «Marx en tanto que economista» nos interesa vivamente por la siguiente razón: si la fórmula que convierte a Marx en un Galileo de la historia ha de resultar acertada, la cosa tendría que ser probada en el terreno en el que Marx trabajó de forma incansable, es decir, en la discusión con los economistas. No cabe duda de que si Marx resucitara en el siglo XXI volvería a poner manos a la obra en ese mismo terreno, y probablemente repetiría su diagnóstico de 1851, declarando que «esta ciencia no ha avanzado ni un paso desde Smith y Ricardo»[12].
Así pues, ¿qué pasa con Marx en el terreno de la economía? ¿Qué piensa la economía moderna de Marx, si es que alguna vez llega a pensar algo? Remontémonos al texto de Schumpeter:
Como teórico de la economía, Marx fue, ante todo, un hombre muy instruido. Pudiera parecer extraño que yo haya creído necesario dar tanta importancia a este elemento tratándose de un autor a quien he calificado de genio y de profeta.