Emilia Pardo Bazán: Obra literaria completa. Emilia Pardo Bazán

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Emilia Pardo Bazán: Obra literaria completa - Emilia Pardo Bazán biblioteca iberica

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luego a unirse en grueso y pesado tirabuzón, el bucle estatuario, la cifra de la gracia espiral! ¡Con qué indisciplina encantadora se esparcían por la frente o se agrupaban en la cima de la cabeza, haciéndola semejante a las testas marmóreas de los dioses griegos! Claro está que Manuela no se daba cuenta del carácter clásico de las perfecciones de su amigo, mas no por eso le gustaba menos juguetear con la rizada melena.

      Pedro la dejaba a su disposición, cerrando los ojos y sintiendo un bienestar infinito e indecible. La cortedad penosa experimentada el día en que se habían refugiado en la cantera, se había disipado con la conversación explícita de amor, las trocadas promesas, el desahogo de la explicación mutua; y el montañés ni pedía ni soñaba dicha mayor que la de estar allí solos, próximos, seguros el uno del otro, a razonable distancia de todo lo que fuese gente, habitación, obstáculos, mundo en suma; allí, en el desierto de la isla del Castro, donde Perucho quisiera quedarse hasta la consumación de los siglos, con Manuela nada más. Ni el pensamiento de otras venturas le cruzaba por las mientes, y aunque la respiración de Manuela le calentaba el rostro y su mano le desordenaba y acariciaba el pelo, no hervía con ímpetu su sangre moza; sólo parecía correr con mayor regularidad por las venas. Tan feliz se encontraba, que olvidaba el transcurso del tiempo y lo que pudiesen regañarles al volver al caserón, sumido en una de esas distracciones profundas propias de los momentos culminantes de la existencia, que rompen la tiranía del pasado, anulan la memoria, suprimen la preocupación del porvenir, y dejan sólo el momento presente con su solemnidad, su intensidad, su peso decisivo en la balanza de nuestro destino.

      De vez en cuando, a un leve estremecimiento del follaje charolado del roble, a una caricia más viva, más nerviosa y eléctrica de los dedos de Manuela, Pedro entreabría los párpados, y su mirada clara y azul se cruzaba con la de aquellas pupilas negras, quebradas y enlanguidecidas a la sazón, que lo devoraban. Dos o tres veces retrocedió el montañés, —sintiendo en la conciencia una especie de punzada, un misterioso aviso, que al cabo, no en balde tenía cuatro o seis años más que su compañera, y algo que en rigor podía llamarse conocimiento—; y otras tantas la niña volvió a acercársele, confiada y arrulladora, redoblando los halagos a los suaves rizos y a las redondas mejillas, donde no apuntaba aún ni sombra de barba. Al fin, sin saber cómo, sin estudio, sin premeditación, tan impensadamente como se encuentran las mariposas en la atmósfera primaveral, los rostros se unieron y los labios se juntaron con débil suspiro, mezclándose en los dos alientos el aroma fragante de las frambuesas y fresillas, y residuos del sabor delicioso del panal de miel.

       Capítulo 4

      Según suele suceder cuando el calor desazona el cuerpo y acontecimientos importantes ocurridos durante el día perturban el espíritu, Gabriel Pardo había pasado la noche en vigilia casi completa. Lo bueno fue que se acostara creyendo tener mucho sueño; pesábanle la cabeza y los párpados, y experimentó gran alivio al desnudarse, estirarse en las frescas sábanas de lino y sentir en las mejillas el contacto de la tersa almohada. Resuelto a consagrar diez minutos a pensamientos agradables antes de rendirse a la soñolencia que notaba, se colocó bien del lado derecho, no sin apagar la luz y dejar sobre una silla, al alcance de la mano (pues en los Pazos sólo conocía el lujo de las mesas de noche el Gallo, que se había traído de Orense uno de los más feos ejemplares de la especie, con su tableta de mármol y demás requilorios) la fosforera, la petaca y el pañuelo.

      Gozó de quietud y reposo los primeros instantes, dedicados a recordar incidentes de la jornada, dichos de Manuela, observaciones referentes a ella que conservaba apuntadas en la memoria, movimientos, actitudes y otras menudencias por el estilo. En la oscuridad, paseando la palma de la mano sobre el embozo de la sábana, pensaba el comandante:

      —La chiquilla posee un fondo sorprendente de rectitud; además tiene, como su madre, tierno el corazón y las entrañas humanas; es fácil, es casi elemental el método para hacerse querer de ella: no hay más que aparecer muy cariñoso, interesarse por la pobrecita… lo cual la coge de nuevas, porque se ha criado en completo abandono, gracias a mi bendito cuñado y a sus líos e historias… Tenemos aquí lo que se llama un naife, o sea un diamante en bruto… y ¿quién sabe si vale más así? Se me figura que me hace doble gracia de esta manera; que sí señor… ¡Ah! Sencillez, carácter primitivo y campestre, comercio exclusivo con la madre naturaleza, su única maestra y su única protectora… Cargue el diablo con todo eso que está uno harto de ver por ahí: muñecas emperejiladas y vestidas según las cursilerías de La Moda Elegante, juguetes automáticos que tocan la Rapsodia Húngara entreverada de pifias… Luego dicen que tiene mucha ejecución… ¡Ejecución! ¡Qué más ejecución que la que hacen ellas del arte!… Muñecas que todas ríen como por resorte… que andan igual que si les tirasen de un hilito… que para fingirse cándidas ponen cara de tontas en las zarzuelas donde hay frases de doble sentido… que van a misa por rutina y por ver al novio, y a paseo para que rabie la amiguita si tienen gala que estrenar… Muñecas a quienes les han enseñado que es punto de honra no enterrarse con palma, y cargan con el primer marido que les sale… y después…

      Aquí se agolparon a la memoria de Gabriel los recuerdos, y varias gallardas siluetas de pecadoras cruzaron por entre las tinieblas del dormitorio.

      —¡Qué antipática me es —prosiguió Gabriel haciendo calendarios— la mentira, la convención social! Convengamos en que hace falta, bueno… ¿Cómo se sostendría sin ella este edificio caduco, apuntalado por unas partes, carcomido por otras, remendado aquí y recompuesto acullá? ¿Esta sociedad que parece un monumento mal restaurado, donde se amontonan hibridaciones de todos los estilos y mescolanzas de todos los órdenes… aquí una portada románica, luego un frontón dórico, después una techumbre de hierro a la moderna… ? Aquí se tropieza usted con una preocupación procedente de Chindasvinto… más allá una idea general que difundió algún apólogo traído del Oriente por un cortesano de… ¡sabe Dios!, de un califa cualquiera o del rey que rabió por gachas… y otra que ya se remontará a los iberos primitivos… y otra que la esparció ayer el estúpido artículo de fondo de un periódico político… Y ajústese usted a esta… y a aquella… y a la otra… y a la de más allá… Verdad es que todo hace falta para reprimir la bestialidad humana… A no ser por eso… ¡crac!

      Encontrando caliente ya el lado a que se había tendido, volviose Gabriel del opuesto; y sin duda este cambio le sugirió ideas revolucionarias, porque pensó:

      —¡Valiente estafermo está la sociedad actual! Aunque la volasen con dinamita…

      Pero el rincón frío y agradable que halló hubo de inspirarle doctrinas conservadoras, y murmuró metiendo el brazo bajo la almohada, postura que era en él habitual:

      —Paciencia, Gabriel… Ningún hombre es tiempo; al tiempo corresponde esa obra histórica, si es que algún día ha de realizarse y no estamos sentenciados a rodar siempre el mismo peñasco, nosotros y los que vengan detrás… Calculemos que todo se lo lleva Pateta; ¿y qué ponemos allí, en el sitio de lo que desbaratamos? Verdad que si reparásemos en pelillos, no habría adelanto ni progreso desde que el mundo es mundo… No habría evolución… ¿O sí la habría; qué diablo? La evolución es fatal, y no está en nuestra mano precipitarla ni estorbarla… ¿Puedo yo impedir que ahora se cumplan perfectamente en mi cuerpo leyes fisiológicas y biológicas? ¡Cáspita, estoy hecho un pedante; si me oyesen en el Círculo! Me llamarían chiflado otra vez. Bueno; en resumen; la niña es una perla sin engarce… y yo debo tratar de dormirme.

      Dejose oír en este momento la estridente trompetilla de un cínife, que guiado por el instinto venía, sonando su guerrera tocata, a caer sobre la víctima, suponiéndola aletargada e inerme.

      —La evolución sin lucha… Sin lucha, es una utopía. Quizás la lucha misma, el combate de todos contra todos, es la única clave del misterio… Lo que dice muy bien Darwin en…

      El

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