Emilia Pardo Bazán: Obra literaria completa. Emilia Pardo Bazán

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Emilia Pardo Bazán: Obra literaria completa - Emilia Pardo Bazán biblioteca iberica

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que son ciertos enredos en poblaciones de provincia, donde uno tiene madre y hermanas. Mefistófeles, ¡pobre diablo!, no se cansaba, entre tanto, de ponderar los primores del grumete. Cada vez que el confidente y el enamorado pasaban cerca de un farol, la luz se proyectaba en la fisonomía de Borrén, siempre movida, agitada y descompuesta, cómica a pesar del exagerado carácter viril que a primera vista le imprimían los cerdosos mostachos, las pobladas cejas y la prominente nuez. En su aspecto Borrén era semejante a los guardias civiles de madera que suelen colocarse en el frontispicio de los hórreos y molinos del país: a despecho de sus bigotazos formidables, bien se les conoce que son muñecos.

      —Dígole a usted, Borrén—exclamó Baltasar resolviéndose por fin a formular en alta voz su pensamiento—, que no comprende usted lo que es Marineda... ni lo que es mi madre. Me resultarían mil disgustos, mil complicaciones.... Aborrezco los escándalos.

      —¡Hombre, qué juventud tan sosa son ustedes! Parece mentira que habiendo visto lo que vimos....

      —No me conviene, lo dicho; me alegraré de que me destinen a cualquiera parte. Si me quedo aquí, es fácil.... Y después, ¿sabe usted lo que es esa Fábrica? Una masonería de mujeres, que aunque hoy se arranquen el moño, mañana se ayudan todas las unas a las otras. Me desacreditarían, me crearían un conflicto.

      —No le hacía a usted tan medroso.

      —La verdad, Borrén; tengo más miedo a las hablillas, si cuadra, que a un balazo. Será una tontería, pero me fastidia infinito ser el héroe de la temporada.

      —Vamos, hombre, franqueza. Usted también recela verse envuelto en las redes de esa chica, y tener que casarse.... Baltasar sonrió sin afectación, pero con tal señorío de sí mismo, que Borrén se encogió de hombros.

      —Pues entonces....

      —Por un lado, sí, lo acierta usted; soy un majadero en abrigar tales escrúpulos. Pasa uno así los mejores años de su vida, y ¿qué?, llega uno a viejo sin haber vivido....

      Aquí el teniente se detuvo; una idea burlesca le impulsaba a sonreírse otra vez, pensando que el capitán se hallaba justamente en el caso de declinar hacia la edad madura sin tener que ofrecer a Dios ni qué contar al diablo. Borrén, entre tanto, aprobaba calurosamente las últimas palabras de Baltasar, las desenvolvía, las consideraba desde nuevos aspectos; en suma, soplaba para que la llama prendiese mejor. Tan bien desempeñó su oficio mefistofélico, que Baltasar convino en reunirse al día siguiente con él para meditar un plan de ataque que debelase la republicana virtud de la oradora. Pero al acudir a la entrevista, que era, por más señas, en el terreno neutral del café, Borrén conoció que Baltasar traía alguna extraordinaria nueva.

      —Ya no hay necesidad de concertar planes—declaró el teniente con forzada risa—. ¿No se lo decía yo a usted? Me destinan allá... a Navarra. La cosa anda mal.

      —¡Bah!... cuatro bandidos que salen de aquí y de acullá; hombre, partidillas sueltas.

      —Partidillas sueltas... ya, ya me lo contará usted dentro de unos meses. El cariz del asunto se pone cada vez más feo. Entre esos bárbaros que quieren entrar en burro en las iglesias y fusilan por chiste las imágenes, y los otros salvajes que cortan el telégrafo y queman las estaciones... verá usted, verá usted qué tortilla se nos prepara. Aquí nadie se entiende. Mire usted que hasta Montpensier, que parecía formal, meterse en ese desafío estúpido. Él quería ser rey; pero el haber matado al perdis de su primo le cuesta la corona y a nosotros un ojo de la cara, porque como no venga Satanás en persona a arreglarnos, no sé lo que sucederá... Deme usted un cigarro... si lo tiene usted ahí.

      Borrén le alargó la petaca, y Baltasar encendió nerviosamente un pitillo.

      —Vamos, ¿cuántos candidatos dirá usted que hay al trono?—prosiguió echando leve bocanada de humo al techo—. Vaya usted contando por los dedos, si la paciencia le alcanza. Espartero... uno. Dirá usted que es un estafermo, bien; pero los restos del partido progresista, todo cuanto gastó morrión, y algunos chiflados de buena fe, le aclaman. ¿No ha visto usted en las tiendas el retrato de Baldomero I con manto real? El hijo de Isabel II, dos; su madre abdicó o abdicará. Ese, al menos, representa algo; pero es un rapaz; para jugar a la pelota serviría. El Pretendiente, tres... y mire usted, lo que es ese dará mucho juego; ya empieza todo el mundo a llamarle Carlos VII. Reúne él solo más partidarios que todos los demás juntos, y gente cruda, de trabuco y pelo en pecho. El duque de Aosta, un italiano... cuatro. Un alemán que se llama Ho... ho... en fin, un nombre difícil; los periódicos satíricos lo convirtieron en Ole, ole, si me eligen ... cinco. La regencia trina... seis, o por mejor decir, ocho. Y Ángel I... nueve. ¡Ah!, se me olvidaba el de Portugal que anda remiso... y Montpensier. Once. ¿Qué tal?

      —Pero... así, candidatos formales.... ¡Mozo, café y cognac !

      —No, gracias, lo tomé en casa.... Claro: candidatos serios, por hoy, don Carlos y la república. El caso es que entre todos no nos dejarán hueso sano.... Por de pronto, yo me las guillo. ¿Quiere usted algo para aquellos vericuetos?

      —Hombre... ¡qué lástima! ¡Ahora que íbamos a emprenderla con la pitillera, que es de otro!

      —¡Pch!... Si algún trabucazo no lo impide... a la vuelta.

       —XXIV— El conflicto religioso

      Desde que las Cortes Constituyentes votaron la monarquía, Amparo y sus correligionarias andaban furiosas. Corría el tiempo, y las esperanzas de la Unión del Norte no se realizaban, ni se cumplían los pronósticos de los diarios. ¡Que hoy!... ¡que mañana!... ¡que nunca, por lo visto! ¡En vez de la suspirada federal, un rey, un tirano de fijo, y tal vez un extranjero! Por estas razones en la Fábrica se hacía política pesimista y se anunciaba y deseaba que al Gobierno «se lo llevase Judas». Dos cosas sobre todo alteraban la bilis de las cigarreras: el incremento del partido carlista y los ataques a la Virgen y a los Santos. A despecho de la acusación de «echar contra Dios» lanzada por las campesinas a las ciudadanas, la verdad es que, con contadísimas excepciones, todas las cigarreras se manifestaban acordes y unánimes en achaques de devoción. Ella sería más o menos ilustrada; pero allí había mucha y fervorosa piedad. Es cierto que sobre el altar de pésimo gusto dórico existente en cada taller depositaban las operarias sus mantones, sus paraguas, el atillo de la comida; mas este género de familiaridad no revelaba falta de respeto, sino la misma costumbre de ver allí el ara santa, ante la cual nadie pasaba sin persignarse y hacer una genuflexión. Y es lo curioso que a medida que la revolución se desencadenaba y el republicanismo de la Fábrica crecía, aumentáronse también las prácticas religiosas. El cepillo colocado al lado del altar, donde los días de cobranza cada operaria echaba alguna limosna, nunca se vio tan lleno de monedas de cobre; el cajón que contenía la cera de alumbrar, estaba atestado de blandones y velas; más de sesenta cirios iluminaban los días de novena el retablo; primero les faltaría a las cigarreras agua para beber, que aceite a la lámpara encendida diariamente ante sus imágenes predilectas, una Nuestra Señora de la Merced de doble tamaño que los cautivos arrodillados a sus plantas, un San Antón con el sayal muy adornado de esterilla de oro, un Niño—Dios con faldellines huecos y un mundito azul en las manos. Nunca se realizó con más lucimiento la novena de San José, que todas rezaron mientras trabajaban, volviéndose de cara al altar para decir los actos de fe y la letanía, y berreando el último día los gozos con mucha unción, aunque sin afinación bastante. Jamás produjo tanto la colecta para la procesión del Santo Entierro y novena de los Dolores; y por último, en ocasión alguna tuvo el numen protector de la Fábrica, la Virgen del Amparo, tantas ofertas, culto y limosnas, sin que por eso quedase olvidada su rival Nuestra Señora de la Guardia, estrella de los mares, patrona de los navegantes por la

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