Una novia indómita. Stephanie Laurens
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—Sí, Kingston —Deliah asintió—. Y sí, allí había el típico círculo de expatriados, muy parecido a una colonia, supongo. ¿Cómo era la India en ese aspecto?
—Yo estuve destinado mayormente en Calcuta, allí está el cuartel general de la compañía. Siempre había algún baile y fiesta en la, así llamada, temporada, pero no tanto de la clase casamentera que se produce en Almack's y sitios así.
—¿En serio? Yo pensaba que…
Continuaron con el intercambio de preguntas y respuestas mientras seguían comiendo. Del intentó averiguar por qué Deliah había sentido la necesidad de ver nuevos horizontes mientras procuraba no caer en las trampas dialécticas que ella le tendía y revelar más de lo que ella necesitaba saber sobre su misión.
Cierto que se la había llevado con él con el fin de garantizar su seguridad, pero tenía la intención de hacer todo lo posible por que ella permaneciera ignorante y totalmente apartada de su misión y, en la medida de lo posible, de la vista de la Cobra Negra.
Hasta que no abandonaron juntos el salón para subir a la planta superior, Del no fue consciente de que había pasado toda una velada a solas con una dama soltera, sin hacer otra cosa que hablar y, sin embargo, no se había aburrido en absoluto.
Cosa que solía sucederle. Hasta ese momento, en su vida, las mujeres solo habían tenido un sentido para él, y fuera de ese ámbito le interesaban más bien poco. Y, aunque se había fijado en los exuberantes labios de Deliah con excesiva frecuencia para su propia tranquilidad, había estado tan concentrado en su mutuo interrogatorio, en la agilidad mental de ella, que le obligaba a mantenerse a la altura, que no había podido dejar vagar su mente por su potencial sexual, mucho menos hacer algo sobre la atracción que, le sorprendió descubrir, no solo había sobrevivido a las últimas horas, sino que había aumentado.
Ella se detuvo frente a la puerta de la habitación contigua a la de él y levantó la vista. Sus labios se curvaron ligeramente dibujando una sonrisa genuina teñida de cierta apreciación y una pizca de desafío.
—Buenas noches… Del.
—Deliah —él obligó a sus labios a formar una sonrisa franca e inclinó la cabeza.
La sonrisa de Deliah se hizo más profunda, pero su tono de voz cuando volvió a hablar fue totalmente inocente:
—Que duermas bien.
Del permaneció en la penumbra del pasillo y contempló la puerta de la habitación cerrarse tras ella, antes de dar dos lentos pasos hacia la suya, bastante seguro de que no iba poder concederle el último deseo a la dama.
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