Una novia indómita. Stephanie Laurens

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Una novia indómita - Stephanie Laurens Top Novel

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esos hombres… sobre todo para ella.

      La puerta se abrió y las doncellas regresaron con una sopera y un cestillo de pan.

      Deliah asintió a modo de aprobación y las doncellas sirvieron la comida. Ella contempló la sopa con una expresión cercana a la gratitud, felicitándose por dentro por haberla pedido. Mientras se tomaba un plato de sopa no hacía falta conversar y eso le proporcionaría un poco de tiempo para llamar al orden a sus rebeldes sentidos.

      —Gracias —tras volver a asentir hacia las doncellas que se retiraban, Deliah tomó la cuchara y empezó a comer.

      Él alargó una mano hacia el cestillo y se lo ofreció.

      —No, gracias.

      Del volvió a sonreír… ¡maldito fuera!, y se sirvió mientras ella bajaba la mirada al plato de sopa, sin levantarla de ahí.

      Le había llevado el breve trayecto, y casi toda la media hora que había permanecido fuera de su vista, desenredar la madeja de emociones que la asediaban. Al principio había atribuido sus nervios y falta de aire a la impresión que le había producido descubrir el cañón de la pistola, aunque no le apuntara a ella.

      El disparo, el subsiguiente frenesí, las prisas por marcharse, el inesperado viaje durante el cual él había permanecido testarudamente poco comunicativo acerca de su misteriosa misión, misión que le había llevado a ser disparado, eran circunstancias que podría considerarse que habían contribuido a su estado de crispación.

      Salvo que ella no era de las que permitía que las circunstancias, por funestas o inesperadas, la desbordaran.

      En la tranquilidad de su habitación por fin había desvelado sus sentimientos lo suficiente como para enfrentarse a la cruda verdad: el origen de sus problemas estaba en el momento en que se había encontrado sobre el suelo de madera con el duro cuerpo del coronel encima de ella. Esa era la fuente de su nerviosismo.

      Cuando pensaba en ese momento, todavía sentía las sensaciones del peso de su cuerpo inmovilizándola, de sus largas piernas enredadas con las suyas, de su calor, y luego ese agudo instante cuando… lo que fuera la había asaltado. Ardiente, intenso, lo suficiente para hacerla retorcerse.

      Lo suficiente para despertar el anhelo en su cuerpo traicionero.

      Sin embargo, no creía que él se hubiera dado cuenta. Levantó los ojos y lo vio dejar la cuchara junto al plato.

      Él se dio cuenta de su mirada.

      —Me gustaría agradecerte que te hicieras cargo de la organización doméstica.

      —Estoy acostumbrada a manejar a los empleados de mi tío —ella se encogió de hombros—. Es lo que he estado haciendo todos estos años lejos de aquí.

      —Si no recuerdo mal, mi tía me escribió que en Jamaica. ¿Qué te llevó hasta allí?

      Deliah dejó la cuchara a un lado y apoyó los codos sobre la mesa, entrelazando los dedos de las manos y mirándolo directamente.

      —En un principio fui allí a visitar a mi tío, sir Harold Duncannon. Es el magistrado jefe de Jamaica. Descubrí que el clima y la colonia resultaban de mi agrado, de modo que me quedé. Con el paso del tiempo, me hice cargo de los asuntos domésticos de su casa.

      —Tus sirvientes son indios… ¿hay muchos indios en Jamaica?

      —Últimamente sí. Después de que se interrumpiera el comercio de esclavos, llevaron a muchos trabajadores indios y chinos. Todos mis sirvientes eran empleados domésticos de mi tío, pero con los años se volvieron más míos que suyos, de modo que les ofrecí elegir entre quedarse en Jamaica o venir conmigo a Inglaterra.

      —Y eligieron Inglaterra.

      Del se interrumpió cuando las doncellas regresaron. Mientras retiraban el primer plato y servían otro con un suculento rosbif acompañado de patatas y calabazas asadas, jamón y una jarrita de salsa, tuvo tiempo para reflexionar sobre lo que podía deducirse de la lealtad de los empleados hacia la señorita Deliah, no Delilah, Duncannon.

      —Gracias —ella asintió elegantemente a las doncellas que abandonaban el salón. Antes de que Del pudiera hacer la siguiente pregunta, ella clavó su mirada en él—. Y tú, supongo, llevas ya algún tiempo en la Compañía de las Indias Orientales.

      Él asintió y tomó el tenedor de servir.

      —He estado en la India durante los últimos siete años. Antes de eso fue Waterloo, y antes de eso, la Península.

      —Un servicio bastante prolongado, ¿y te has retirado definitivamente?

      —Sí —se sirvieron los platos y se dispusieron a comer.

      —Háblame de la India —le pidió ella a los cinco minutos—. ¿Eran las campañas allí iguales que en Europa? ¿Batallas masificadas, ejército contra ejército?

      —Al principio —tras levantar la mirada y verla esperando más explicaciones, elaboró más su respuesta—. Durante los primeros años allí nos dedicamos a ampliar nuestro territorio, anexionando zonas comerciales, tal y como lo define la compañía. Campañas más o menos de rutina. Después, sin embargo, se convirtió más en una cuestión de… supongo que podría decirse de mantener la paz. Mantener bajo control los elementos rebeldes para proteger las rutas comerciales, esa clase de cosas. No eran realmente campañas, no había batallas como tales.

      —¿Y esta misión?

      —Es algo que surgió de las operaciones de mantenimiento de la paz, de alguna forma.

      —¿Y es más civil que militar?

      —Así es —él le sostuvo la mirada.

      —Entiendo. ¿Y cumplir con tu misión exigía dejarme a mí atrás en algún punto al sur de Humberside?

      —No —Del se reclinó en el asiento.

      Ella enarcó las cejas.

      —Pareces haber experimentado un drástico cambio de parecer en cuanto a mi presencia, después de haber sido disparado. No estoy segura de haber entendido la conexión.

      —De todos modos, ya ves que estoy resignado a tu compañía. Estoy esperando confirmación de nuestra ruta exacta, pero creo que tendremos que pasar unos días, puede que una semana, en Londres.

      —¿Londres?

      Del tenía la esperanza de que Deliah fuera a distraerse ante la perspectiva de poder ir de compras, a fin de cuentas llevaba años fuera del país, pero por la expresión de su mirada fue evidente que intentaba entender qué clase de misión exigiría pasar por Londres.

      —Por cierto —Del optó por no contestar—. ¿Por qué Jamaica?

      —Necesitaba nuevos horizontes y tenía allí el contacto adecuado —ella se encogió de hombros.

      —¿Cuánto tiempo hace que abandonaste Inglaterra?

      —Fue en 1815. Siendo coronel, ¿estabas a cargo de un… cómo se dice? ¿Escuadrón de hombres?

      —No

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