Una novia indómita. Stephanie Laurens

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Una novia indómita - Stephanie Laurens Top Novel

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Southampton era uno de los puertos más bulliciosos del mundo, y había infinitos indios y demás hombres de razas de piel oscura entre las tripulaciones. Pero Cobby sabía qué debía buscar, el escamoteo, la atención fija en él mientras intentaba pasar desapercibido. Si había algún adepto a la secta preparado para actuar, Del confiaba en que Cobby lo descubriera.

      Sin embargo, era más probable que se limitaran a observar y a esperar, pues preferían atacar en lugares menos concurridos, donde tuvieran más facilidad para escapar tras el suceso.

      Del se acercó a Mustaf, Amaya y Alia. Mustaf asintió y siguió con su examen visual de la multitud. Había sido soldado de caballería, hasta que una lesión de rodilla le había obligado a retirarse. Pero la rodilla no le molestaba en su vida diaria, y seguía siendo bueno en una pelea.

      Alia inclinó la cabeza y continuó echando tímidas miradas a los jóvenes marineros que corrían de un lado a otro por la cubierta.

      Amaya miró a Del con sus brillantes ojos marrones.

      —Aquí hace mucho frío, coronel sahib. Más frío del que hace en invierno en la casa de mis primos en Simla. Me alegro mucho de haber comprado estos echarpes de cachemira. Son lo mejor.

      Del sonrió. Tanto Amaya como Alia estaban bien abrigadas bajo los gruesos echarpes de lana.

      —Cuando lleguemos a una gran ciudad, os compraré abrigos ingleses. Y también guantes. Servirán para protegeros del viento.

      —Ah, sí, el viento, corta como un cuchillo. Ahora entiendo la expresión —Amaya asintió mientras sus regordetas manos entrelazadas sobre el regazo asomaban bajo el echarpe. En las muñecas lucía unas finas pulseras de oro.

      A pesar de su dulce rostro y aspecto de matrona, Amaya era aguda y buena observadora. En cuanto a Alia, obedecía al instante cualquier orden de su tío, su tía, Del o Cobby. Cuando hacía falta, el pequeño grupo funcionaba como una unidad. A Del no le preocupaba llevar a Amaya y a Alia con ellos, ni siquiera en el trayecto más peligroso que les aguardaba.

      En cualquier caso, conociendo el carácter vengativo de los adeptos a la Cobra Negra, no iba a dejar a esas mujeres en ninguna parte, ni siquiera acompañadas de Mustaf para protegerlas. Para golpearlo a él, la Cobra Negra era muy capaz de eliminar a sus empleados, simplemente para amedrentar y para demostrar su poder.

      La vida humana hacía mucho tiempo que había perdido cualquier significado para la Cobra Negra.

      Un agudo silbido llamó la atención de Del sobre el muelle. Cobby estableció contacto visual con él e hizo un desenfadado gesto. «Todo despejado».

      —Vamos —Del tomó a Amaya del brazo y la ayudó a levantarse—. Vamos a bajar y a dirigirnos a nuestra posada.

      Cobby había contratado a un hombre con una carreta de madera. Del esperó junto a las mujeres mientras el equipaje era bajado por la pasarela y cargado en el carro, y a continuación echó a andar, encabezando la comitiva fuera de los muelles y directos a la calle High. El Dolphin no estaba lejos. Mustaf lo seguía de cerca con las mujeres pegadas a él, y Cobby cerraba la comitiva junto al carretero, manteniendo una constante vigilancia mientras charlaba amigablemente.

      Al llegar a la calle, Del desvió la mirada impulsivamente hacia el suelo, hacia el adoquinado sobre el que estaba dando los primeros pasos en suelo inglés después de muchos años lejos de allí.

      No estaba muy seguro de cuáles eran sus sentimientos. Una extraña sensación de paz, quizás porque era consciente de que los viajes ya habían terminado para él. Una sensación de anticipación hacia su nuevo y aún desestructurado futuro, y todo mezclado con una buena dosis de aprensión sobre lo que aguardaba entre ese momento y el momento de poder empezar a darle forma a su nueva vida.

      Su misión de llevar a la Cobra Negra ante la justicia.

      Ese era su cometido en esos momentos. No había vuelta atrás, solo hacia delante. Hacia delante, a pesar de los obstáculos que sus oponentes pudieran poner en su camino.

      Levantó la cabeza y se llenó los pulmones sin dejar de mirar a su alrededor. La sensación era idéntica a la anterior al comienzo de una carga.

      El Dolphin era un punto de referencia en la ciudad. Llevaba allí desde hacía siglos y había sido remodelado varias veces. En ese momento lucía dos miradores en la fachada delantera, con la sólida puerta entre medias.

      Del echó un vistazo hacia atrás. No veía a nadie que encajara como un fiel a la Cobra Negra, pero allí había muchas personas, carretas, y el extraño carro atestando la calle adoquinada, muchas posibilidades para esconderse para alguien que les estuviera vigilando.

      Y seguro que había alguien vigilando.

      Llegaron a la posada y Del abrió la puerta y entró.

      Reservar unas habitaciones decentes no supuso ningún problema. Sus años en la India le habían hecho muy rico y no era tacaño, ni consigo mismo ni con sus empleados. El posadero, Bowden, un robusto antiguo marinero, respondió como era de esperar y le dio alegremente la bienvenida a la ciudad antes de llamar a unos mozos para que ayudaran con el equipaje mientras los demás se reunían con él en el vestíbulo.

      Tras organizar las habitaciones para todos y descargar el equipaje, Mustaf y Cobby siguieron, junto a las mujeres, al equipaje escaleras arriba.

      —Acabo de recordar —Bowden se volvió hacia Del—. Hay dos cartas para usted.

      Del se volvió hacia el mostrador y enarcó las cejas.

      Bowden se agachó y buscó las dos cartas.

      —La primera, esta, llegó en el correo de hace casi cuatro semanas. La otra fue entregada anoche por un caballero. Otro caballero y él han venido todos los días desde hace una semana, preguntando por usted.

      Sin duda los hombres de Wolverstone.

      —Gracias —Del tomó las cartas. Era media tarde y las zonas comunes de la posada estaban muy tranquilas. Sonrió a Bowden—. Si alguien pregunta por mí, estoy en el bar.

      —Por supuesto, señor. Ahora mismo está muy tranquilo y agradable. Si necesita algo, no tiene más que llamar al timbre.

      Del asintió y se dirigió al comedor, y de ahí pasó bajo un arco al bar, una coqueta estancia situada al fondo de la posada. Había unos pocos clientes, todos hombres mayores, reunidos en torno a pequeñas mesas. Él se dirigió a una mesa en el rincón, donde la luz que entraba de la ventana le permitiría leer.

      Sentándose, examinó las dos cartas antes de abrir la del misterioso caballero.

      Contenía unas pocas líneas, e iba directo al grano, informándole de que Tony Blake, vizconde de Torrington, y Gervase Tregarth, conde de Crowhurst, estaban preparados para escoltarle en su misión. Se alojaban cerca de allí y seguirían yendo todos los días a la posada para comprobar si había llegado.

      Tranquilizado al saber que pronto iba a pasar nuevamente a la acción, volvió a doblar la carta y se la guardó en el abrigo antes de, moderadamente intrigado, abrir la segunda carta. Había reconocido la letra y supuesto que sus tías querían darle la bienvenida a casa y preguntarle si se dirigía a Humberside, tal y como esperaban que hiciera, a la casa de Middleton on the Woods que había heredado de su padre y que seguía siendo su hogar.

      Mientras

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