Una novia indómita. Stephanie Laurens
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—Y en cuanto comprendió que estaba a salvo, les hizo regresar —intervino Gareth con delicadeza—. Hizo todo lo que pudo.
—Y también hizo lo correcto —Del posó una mano sobre el paquete y lo deslizó hacia él.
Ella parpadeó varias veces antes de levantar la barbilla. Su mirada seguía fija sobre el paquete.
—No sé qué habrá ahí dentro, no he mirado. Pero sea lo que sea… espero que merezca la pena, que merezca el sacrificio que hizo —por último levantó el vaso hacia Del—. Lo dejo en sus manos, coronel, tal y como le prometí al capitán MacFarlane que haría.
Tras lo cual se apartó de la mesa.
Todos se levantaron y Gareth le sujetó la silla.
—Permítame organizar una escolta para que la acompañe de regreso a casa del gobernador.
Gareth y Del intercambiaron una mirada y el coronel asintió. No tenía ningún sentido correr riesgos innecesarios con la señorita Ensworth.
El intercambio de miradas se produjo por encima de la cabeza de Emily Ensworth, que asintió hacia Gareth con gesto serio.
—Gracias, mayor.
A continuación, inclinó la cabeza hacia Del y los otros dos hombres.
—Buenas noches, coronel. Caballeros.
—Señorita Ensworth —todos hicieron una reverencia y aguardaron a que Gareth se alejara con ella antes de volver a sentarse.
Contemplaron el paquete que descansaba sobre la mesa delante de Del. Sin decir una palabra, aguardaron el regreso de Gareth.
Y en cuanto volvió, Del tomó el paquete, apartó la hoja de pergamino, la extendió y comprobó que estaba en blanco. Su único propósito había sido el envolver un documento, una carta, con el sello ya roto.
Del desdobló la carta y le echó un rápido vistazo. Después, tras mirar a sus hombres, se inclinó sobre la mesa y, en voz baja, leyó su contenido.
La carta estaba dirigida a uno de los más influyentes príncipes Maratha, un tal Govind Holkar. Empezaba de manera muy inocente, hablando sobre noticias de sociedad relacionadas con lo que llamaban «el grupo más joven del palacio del gobernador». Pero, tras esos primeros párrafos, el tono de la misiva cambiaba y pasaba a intentar descaradamente persuadir a Holkar para que destinara más hombres y recursos a la secta de la Cobra Negra.
Cuanto más avanzaba en la lectura, más fruncía Del el ceño.
—Y, como de costumbre —anunció al concluir la lectura—, está firmada con la marca de la Cobra Negra.
Del dejó caer la carta sobre la mesa y sacudió la cabeza.
—No es más de lo que ya sabemos, de lo que James ya sabía.
—Tiene que haber algo más —Gareth tomó la carta—, algo oculto.
Del se reclinó en el asiento. Se sentía extrañamente desfallecido por dentro y observó a Gareth repasar la carta en silencio. Pero su compañero al fin levantó la cabeza y la sacudió con gesto sombrío.
—Si hay algo, yo no lo veo.
Logan tomó la carta y la leyó y, tras sacudir la cabeza, se la pasó a Rafe, sentado en su rincón.
A Rafe no le llevó mucho tiempo ojear la única hoja. Se reclinó sobre la silla, sujetando la carta en una mano con el brazo extendido.
—¿Por qué? —agitó la carta—. Maldita sea, James, ¿por qué diste tu vida por esto? ¡Aquí no hay nada!
Rafe arrojó la carta sobre la mesa y la fulminó con la mirada. La hoja se dio la vuelta y aterrizó boca abajo.
—Esto no merece la…
Al no decir nada más, Del lo miró y lo vio mirando fijamente, ensimismado, la carta. Como si se hubiese transformado en su némesis.
—¡Cielo santo! —susurró Rafe—. No puede ser —volvió a tomar la carta.
Por primera vez desde que lo conocía, Del vio temblar las manos de Rafe Carstairs.
Rafe levantó la carta y la acercó más a su cara, mirándola fijamente…
—Es el sello —con voz cada vez más firme, se inclinó hacia delante y giró la carta, sujetándola para que el sello, en su mayor parte intacto, quedara a la altura de los ojos de los demás—. Ha utilizado su propio sello. El condenado Ferrar al fin ha cometido un error, y James, joven, de vista aguda y mente aún más aguda, lo descubrió.
Gareth tomó la carta. Era el más familiarizado con el sello de Ferrar, pues había sido él quien había registrado su escritorio. Estudió atentamente el sello antes de levantar la mirada y fijarla en la de Rafe. Y asintió.
—Es el suyo.
La excitación contenida en los dos hombres era palpable.
—¿Podría alegar que alguien le había robado el sello y lo había utilizado para implicarle? —preguntó Del—. Por ejemplo uno de nosotros.
Una sonrisa se extendió lentamente por el rostro de Gareth, que miró a Del.
—Eso no colará. Es un sello de anillo, y nunca abandona el dedo meñique de Ferrar. De hecho, a no ser que pierda el dedo, es imposible que lo haga. Todos los secretarios y empleados del palacio del gobernador lo saben, pues él mismo se encarga de presumir de su linaje. Todo el mundo conoce su anillo de sello, y no hay otro igual en toda la India.
—¿Podría existir un duplicado? —preguntó Logan.
—A ver qué te parece —Gareth le pasó la carta—. De todos modos, ¿para qué iba a molestarse alguien en hacerlo?
Logan examinó el sello y soltó un gruñido.
—Supongo que por eso la gente utiliza sellos, pero tienes razón, este posee florituras, espirales, y parecen de diferente profundidad. No debe ser fácil de copiar.
—Da igual —intervino Rafe—. Lo que importa es que nosotros sabemos que es verdadero, y la Cobra Negra también —miró a sus compañeros a los ojos, la excitación evidente en los suyos—. Y acabo de darme cuenta de la perfección del plan de Wolverstone.
—¿Cuál es? —Del frunció el ceño—. Aparte de ser el modo más efectivo que tenemos de llevar esto de vuelta a Inglaterra.
Rafe miró a su alrededor antes de inclinarse hacia delante, los brazos sobre la mesa.
—Nos