Una novia indómita. Stephanie Laurens

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Una novia indómita - Stephanie Laurens страница 7

Una novia indómita - Stephanie Laurens Top Novel

Скачать книгу

más baja, más ronca, que antes.

      —Llegamos demasiado tarde. El pueblo había sido arrasado. Había cuerpos… hombres, mujeres y niños, violados y mutilados, torturados y quemados —tras una pausa continuó en voz aún más baja—. Era el mismísimo infierno en la tierra. No pudimos hacer nada. Quemamos los cuerpos y nos volvimos.

      Ninguno de los otros habló, no había nada que decir que pudiera apartar la horrenda visión, la certeza.

      Al fin Rafe respiró hondo y se volvió hacia ellos.

      —¿Y qué hay por aquí?

      —Yo he regresado con las manos vacías —admitió Logan.

      —Hemos averiguado más cosas, nos han contado mucho más, pero no son más que habladurías —contestó Del tras mirar a Gareth—. Nada que podamos llevar ante la justicia, nada lo bastante bueno para llevar a casa.

      —Ese es el lado positivo —apuntó Gareth—. El negativo es que sin duda Ferrar ya estará al corriente de que lo estamos vigilando. Investigándolo.

      —Era inevitable —Logan se encogió de hombros—. Siendo tan listo no podía pasarle desapercibido que estamos aquí, bajo las órdenes directas de Hastings, y sin una misión de la que poder hablar.

      —Llegados a este punto —Rafe asintió—, ya no puede hacernos daño. Quizás saber que vamos tras él lo vuelva más descuidado.

      —Hasta ahora —Del soltó un bufido—, se ha mostrado increíblemente agudo evitando que algo le incrimine. Hemos descubierto más documentos, parecidos a contratos que ha firmado con varios príncipes, pero el muy canalla siempre utiliza su sello especial de Cobra Negra en la correspondencia, y firma con una marca, no con una firma.

      —Y en su escritura emplea una gramática de nivel medio —añadió Gareth—. Podría ser de cualquiera de nosotros.

      —¿Dónde está James? —preguntó Rafe tras unos momentos de sombría resignación.

      —Al parecer aún no ha regresado —contestó Del—. Se le espera hoy, pensé que llegaría antes, pero debe haberse retrasado por algo.

      —Seguramente a la dama no le pareció bien cabalgar a galope —Rafe sonrió tímidamente antes de volverse hacia el maidán.

      —Por allí viene una tropa —observó Logan.

      El comentario hizo que todas las miradas se fijaran en el grupo que atravesaba la puerta. No era una tropa completa, más bien una escolta a caballo junto a un coche. Pero fue el paso lento de la comitiva, así como la sombría lentitud de los soldados, lo que les indicó que no portaban buenas noticias.

      Pasó un minuto hasta que la comitiva se acercó.

      —¡Oh, no! —Rafe se apartó de la barandilla y echó a andar hacia el maidán.

      Con los ojos entornados, Del, Gareth y Logan se levantaron lentamente. Del soltó un juramento y los tres saltaron la barandilla y siguieron a Rafe.

      Rafe detuvo la comitiva con un gesto de la mano. Mientras se acercaba a un lado del coche, exigió saber qué había ocurrido.

      El mando de los soldados de caballería locales, un sargento, desmontó y rápidamente lo siguió.

      —Lo sentimos mucho, capitán sahib, no pudimos hacer nada.

      Rafe fue el primero en llegar a la parte trasera del coche y se detuvo. El rostro palideció al contemplar la escena.

      Del lo alcanzó, y vio los tres cuerpos, cuidadosamente colocados, pero sin poder ocultar la mutilación, la tortura, la agonía que había precedido a sus muertes.

      Vagamente consciente de la presencia de Logan y de Gareth acercándose a sus espaldas, Del contempló el cuerpo de James MacFarlane.

      Le llevó un momento asimilar el hecho de que a su lado yacían los cuerpos de su teniente y el cabo de la tropa.

      Fue Rafe, el que había visto más evidencias de la acción de la Cobra Negra de lo soportable, el que se apartó soltando un brutal juramento.

      —Déjame a mí —dijo Del mientras lo agarraba del brazo.

      Tuvo que respirar hondo, obligarse a apartar la mirada de los cuerpos, antes de poder levantar la cabeza y mirar al soldado.

      —¿Qué ha sucedido?

      Incluso para él mismo, la voz surgió mortífera.

      El soldado no era ningún cobarde. Con encomiable compostura, alzó la barbilla y se puso firme.

      —Habíamos recorrido más de la mitad del camino desde Poona cuando el capitán sahib se dio cuenta de que nos perseguían unos hombres a caballo. Avanzamos más deprisa, pero entonces el capitán sahib se detuvo en un estrechamiento de la carretera y nos mandó seguir adelante. El teniente permaneció con él, junto con otros tres. El capitán sahib nos ordenó a los demás huir con la memsahib.

      —¿Y eso cuándo fue? —Del contempló la parte trasera del coche.

      —Hoy mismo, coronel sahib.

      —¿Quién os envió de vuelta?

      El soldado de caballería se movió inquieto.

      —Cuando tuvimos Bombay a la vista, la memsahib insistió en que regresásemos. El capitán sahib nos había ordenado quedarnos con ella hasta llegar al fuerte, pero ella estaba muy alterada. Solo permitió que dos de nosotros la escoltásemos hasta la casa del gobernador. El resto regresamos para intentar ayudar al capitán sahib y al teniente —el soldado hizo una pausa antes de continuar más calmado—. Pero cuando llegamos solo encontramos estos cuerpos.

      —¿Se llevaron a dos de los vuestros?

      —Vimos huellas de que habían sido arrastrados por los caballos, coronel sahib. Pensamos que seguirlos no iba a servir de nada.

      A pesar de la calma de su relato, del estoicismo aparente de las tropas nativas, Del sabía que por dentro todos y cada uno estaba furioso.

      Al igual que él mismo, y que Gareth, Logan y Rafe.

      Pero no había nada que pudieran hacer.

      Del asintió, dio un paso atrás y se llevó a Rafe aparte.

      —Los llevaremos a la enfermería, coronel sahib.

      —Sí —Rafe asintió y miró al hombre a los ojos—. Gracias.

      Torpemente se volvió. Soltando a Rafe, Del se dirigió de vuelta a los barracones.

      Mientras subía los escalones, Rafe, como de costumbre, fue quien puso palabras a los torturados pensamientos de todos.

      —Por el amor de Dios, ¿por qué?

      ¿Por qué?

      La pregunta rebotó una y otra vez entre ellos, modificada y verbalizada de incontables maneras. James quizás fuera el más joven de los cinco, pero no era

Скачать книгу