Una novia indómita. Stephanie Laurens
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—Y yo —Del sonrió y miró a Gareth, que también sonrió.
—Llevo toda mi vida adulta en el ejército, igual que vosotros. He disfrutado de las campañas, pero esto, lo que estamos haciendo aquí ahora, ya no es una campaña. Lo que este país necesita no son militares, caballería, o armas. Necesita gobernantes que gobiernen, y nosotros no somos eso —miró a los demás—. Supongo que intento decir que nuestro papel aquí ha concluido.
—O habrá concluido —corrigió Del—, en cuanto anulemos a la Cobra Negra.
—¿Y tú qué dices, jovenzuelo? —Rafe miró a James.
A pesar de que desde Waterloo era uno de ellos, James seguía siendo el niño del grupo. Solo había dos años de diferencia entre Rafe y él, pero en experiencia, y más aún en carácter, la diferencia era inconmensurablemente mayor. En conocimiento, actitud y dominio absoluto, Rafe era tan viejo como Del. Rafe había conservado el rango de capitán por elección, rechazando ascensos con el fin de fundirse con sus hombres, de inspirar y liderar. En el campo de batalla era un extraordinario comandante.
Del, Gareth, Logan y Rafe eran iguales, sus fortalezas no, pero sí eran igualmente respetados cada uno por los demás. James, por muchas acciones en las que luchara, por muchas atrocidades que presenciara, por muchas masacres de las que fuera testigo, seguía reteniendo vestigios del inocente muchacho que había sido al unirse al grupo, un joven subalterno en medio de esa vieja tropa de caballería. De ahí el paternalista afecto que ejercían sobre él, su costumbre de verlo como alguien mucho más joven, de gastarle bromas por ser un joven oficial, alguien cuyo bienestar se sentían obligados a asegurar, aunque de lejos.
—Si todos os retiráis —James se encogió de hombros—, entonces yo también lo haré. Mis padres se alegrarán de verme de vuelta en casa. Ya llevan un año insinuando que ha llegado el momento de regresar, de sentar la cabeza, esas cosas.
—Seguramente te habrán elegido ya alguna jovencita —Rafe rio por lo bajo.
—Seguramente —James sonrió, impasible, como siempre, a sus bromas.
James era el único de los cinco que seguía conservando a sus padres. Del tenía dos tías paternas, mientras que Rafe, el hijo pequeño de un vizconde, tenía numerosos parientes y hermanos a los que hacía años que no había visto. Pero, al igual que Gareth y Logan, nadie lo esperaba en Inglaterra.
Regresar a casa. Únicamente James tenía un hogar al que regresar. Para los demás, «casa», era un concepto desdibujado que tendrían que definir cuando estuvieran de nuevo en suelo inglés. Al regresar a Inglaterra, los cuatro más mayores tendrían, en cierto sentido, que aventurarse a lo desconocido, aunque Del sabía que para él había llegado el momento. Y no le sorprendió que los demás sintieran lo mismo.
Pidió otra ronda al tabernero y, cuando llegó y el muchacho se hubo retirado, levantó su vaso.
—La India nos ha enriquecido, nos ha dado más de lo que habríamos conseguido en otra parte. Parece justo devolverle a este país algo apresando… —miró a Rafe y rio— descabezando a la Cobra Negra. Y si, como parece, eso nos llevará de vuelta a Inglaterra, entonces eso también estará bien —miró a los demás a los ojos—. Estamos juntos en esto —alzó el vaso y esperó a que los demás entrechocaran los suyos con él—. Por nuestro eventual regreso a Inglaterra.
—A casa —anunció Rafe mientras todos brindaban.
Todos bebieron y Gareth, siempre práctico, preguntó:
—¿Y cómo vamos a proceder para conseguir nuestra prueba?
Habían dedicado los últimos tres meses, desde que habían llegado a la conclusión de que Roderick Ferrar, segundo adjunto al Gobernador de Bombay, tenía que ser la Cobra Negra, a intentar encontrar alguna prueba de la identidad secreta de Ferrar, pero sin ningún resultado. Cada uno detalló su última incursión en lo que empezaba a conocerse como «territorio Cobra Negra», cada ataque destinado a descubrir alguna pista, alguna prueba, alguna conexión sólida con Ferrar. Lo único que habían descubierto eran pueblos aterrorizados, algunos reducidos a cenizas, otros vacíos y sin ningún superviviente, evidencias de violaciones y torturas por todas partes.
La destrucción gratuita y el gusto por la violencia sin más se estaba convirtiendo rápidamente en la firma de la Cobra Negra, pero, a pesar de todas la masacres que encontraron, no habían conseguido hallar ni una sola prueba.
—Es muy listo, hay que reconocérselo al bastardo —observó Rafe—. Cada vez que encontramos a uno de sus adeptos, resulta que ha recibido instrucciones de otra persona, alguien a quien no conoce o, cuando puede señalarlo, la pista solo nos conduce a otro…
—Hasta que terminas por encontrar a otro que, de nuevo, no sabe nada —intervino Logan con fastidio—. Es como ese juego de los susurros, solo que en este caso nadie sabe quién fue el primero en susurrar.
—El modo que tienen de relacionarse los indios, a través del sistema de castas, juega a favor de la Cobra Negra —explicó James—. Los fieles obedecen sin cuestionar, y nunca se les ocurre que no sea razonable no saber nada sobre sus superiores, les basta con saber que son sus superiores y que, por tanto, deben obedecerlos.
—Se trata de una red —intervino Gareth—. La Cobra Negra opera tras una estratégica red
—Y al tratarse de una secta con el habitual misterio que las acompaña —añadió Rafe—, a los fieles les parece normal que la Cobra nunca sea vista, ni tampoco oída, directamente. Por lo que sabemos envía sus órdenes escritas en pedacitos de papel que pasa a través de esa condenada red.
—Según Wolverstone y Devil —dijo Del—, toda la familia Ferrar es conocida por su tendencia brutalmente explotadora, por eso está el conde de Shrewton en la posición en la que está. En el caso de Roderick Ferrar, de tal palo tal astilla.
—¿Y cuál es el siguiente paso? —preguntó Rafe.
Pasaron la siguiente media hora, y otra ronda de cervezas más, discutiendo sobre los pueblos y puestos avanzados que merecían ser visitados.
—El mero hecho de aparecer, de hacer ondear la bandera, será visto como una provocación —opinó Logan—. Si somos capaces de provocar una reacción, quizás podamos capturar a alguien que posea alguna información de utilidad.
—Otra cuestión será hacerles hablar —Rafe miró a los otros—. Allí impera el yugo del miedo, la Cobra Negra mantiene sus bocas bien cerradas por miedo a su venganza.
—Lo cual —añadió James— es espantoso, hay que reconocerlo. Todavía recuerdo al hombre al que reduje la semana pasada —hizo una mueca.
—No podemos hacer otra cosa que presionar más —observó Del—. Necesitamos esa prueba, la incontrovertible evidencia que implica a Ferrar. Gareth y yo nos vamos a centrar en intentar encontrar algo a través de los contactos de Ferrar con los príncipes. Empezaremos por hablar con aquellos con los que ha tratado a través de la oficina del gobernador. Dado su carácter, sin duda habrá hecho enemigos y, con suerte, alguno estará dispuesto a hablar. Es más probable que hable un príncipe resentido que los habitantes de una aldea.
—Cierto —Logan intercambió una mirada con Rafe y con James—. Mientras tanto,