Una novia indómita. Stephanie Laurens

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Una novia indómita - Stephanie Laurens Top Novel

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arrastró, lo alzó y lo tumbó sobre el suelo.

      Durante un loco instante, el cerebro de Del interpretó sus movimientos como un ataque de lujuria… hasta que la explosión, y el sonido de cristales rotos que llovían sobre sus cabezas, le devolvió a la realidad.

      Una realidad que ella nunca había abandonado. Medio atrapada debajo de él, Deliah se retorció para soltarse, su horrorizada mirada fija en la ventana destrozada.

      Cerrando mentalmente la puerta al efecto que le había producido sentir su cuerpo curvilíneo moverse debajo de él, Del rechinó los dientes y se arrodilló en el suelo. Tras echar un rápido vistazo por la ventana y contemplar al perplejo grupo de personas que empezaba a arremolinarse en la calle ya casi en penumbra, consiguió ponerse en pie y la ayudó a ella a hacer lo propio justo en el instante en que la puerta se abría de golpe.

      Mustaf apareció en la entrada, con un sable en la mano. Cobby iba detrás, con una pistola amartillada en la suya. Por detrás de ellos había otro indio, alto y atezado. Del se tensó al instante e hizo un movimiento para colocarse delante de la señorita Duncannon, pero ella apoyó una mano sobre su brazo y lo detuvo.

      —Estoy bien, Kumulay —la pequeña y cálida mano seguía apoyada sobre el bíceps de Del mientras lo miraba a los ojos—. No era a mí a quien intentaba matar ese hombre.

      Del la miró a los ojos. Seguían muy abiertos, las pupilas dilatadas, pero no había perdido ni un ápice de control.

      Cientos de pensamientos cruzaron la mente del coronel. Todos sus instintos le gritaban «¡Persecución!», pero ya no era su cometido. Miró a Cobby, que había bajado el arma.

      —Prepárate para partir inmediatamente.

      —Avisaré a los demás —Cobby asintió mientras Mustaf y él se apartaban.

      El otro hombre, Kumulay, permaneció junto a la puerta abierta, su mirada impasible fija en su señora.

      Del la miró. Los ojos verdes seguían fijos en su rostro.

      —No se va a marchar sin mí —cada palabra fue cuidadosamente pronunciada.

      Él dudó, concediéndole a su mente una nueva oportunidad para idear una alternativa. Pero al fin encajó la mandíbula y asintió.

      —De acuerdo. Prepárese para partir en una hora.

      —¡Por fin! —más de dos horas después, Del cerró la portezuela de la calesa que la señorita Duncannon había sido lo bastante precavida como para alquilar, y se dejó caer en el asiento junto a su inesperada responsabilidad.

      La doncella de Deliah, Bess, una mujer inglesa, estaba sentada en una esquina al otro lado de su señora. En el asiento de enfrente, en un colorido despliegue de saris y echarpes de lana, se sentaban Amaya, Alia, otra mujer india, más mayor, y dos jovencitas, las tres últimas pertenecientes al servicio doméstico de la señorita Duncannon.

      El motivo por el cual tenía un servicio doméstico mayoritariamente de origen indio era algo que aún tenía que averiguar Del.

      El carruaje traqueteó al ponerse en marcha, rodando pesadamente por la calle High. Mientras el vehículo bordeaba Bargate para dirigirse hacia la carretera de Londres, Del se preguntó, y no por primera vez en las dos últimas horas y pico, qué le había dado para acceder a que la señorita Duncannon viajara con él.

      Desafortunadamente, conocía bien la respuesta, una respuesta que no le dejaba otra opción posible. Ella había visto al hombre que le había disparado, y eso significaba que ese hombre, casi con total seguridad, la había visto a ella también.

      Los adeptos a una organización como la Cobra Negra casi nunca, o nunca, utilizaban armas de fuego. Ese hombre seguramente sería Larkins, el ayuda de cámara de Ferrar y su hombre de máxima confianza, o también podría ser el mismísimo Ferrar. No obstante, Del apostaba por Larkins.

      Aunque Cobby había interrogado a todas las personas arremolinadas en la calle, todavía estupefactas y hablando sobre el tiroteo, nadie había visto al hombre armado lo suficientemente bien como para poder facilitar una descripción, mucho menos identificarlo. Lo único que habían averiguado era que, tal y como habían supuesto, el hombre era de piel clara.

      El que la Cobra Negra hubiese atacado tan pronto y con tanta decisión suponía una sorpresa, pero pensándolo bien, de ser él Ferrar, Del seguramente habría organizado una estrategia preventiva similar. De haberlo matado, el caos subsiguiente habría facilitado el acceso de Ferrar a su habitación y equipaje… y al portarrollos. No le habría salido bien, pero Ferrar no podía saberlo. En cualquier caso, Del estaba seguro de que, de no haber sido por la rapidez de pensamiento y acción de la señorita Duncannon, seguramente estaría muerto.

      Eran casi las siete de la tarde, y noche cerrada. La luna se arropaba en unas gruesas nubes. Las luces del carruaje brillaban en la gélida oscuridad mientras los cuatro caballos alcanzaban el macadán de la carretera y alargaban el paso.

      Del pensó en el resto del servicio doméstico de ambos, que viajaban con el equipaje en dos carros abiertos, lo único que Cobby había podido alquilar en tan poco tiempo.

      Por lo menos se habían puesto en marcha.

      También sabían que Larkins, y seguramente Ferrar, estaban cerca, persiguiéndolos. El enemigo se había descubierto.

      —No entiendo —habló Deliah—, por qué insistió en no informar a las autoridades —hablaba en voz baja, casi engullida por el sonido de los cascos de los caballos. Era evidente que solo deseaba comunicar su insatisfacción al hombre sentado a su lado—. Bowden dijo que había pagado el cristal, y que había insistido en que no se hablara más del incidente —esperó un instante antes de proseguir—. ¿Por qué?

      Ella no se volvió hacia él. El interior del carruaje era un mar de sombras móviles y Deliah no veía lo bastante bien como para poder interpretar la expresión de coronel que, ya se había dado cuenta, solo mostraba en su rostro lo que quería que se reflejara.

      El silencio se prolongó, pero ella siguió esperando.

      —El ataque guarda relación con mi misión —murmuró Del al fin—. ¿Sería capaz de describir al hombre de la pistola? Serviría de gran ayuda.

      Lo que ella había visto a través de la ventana estaba grabado en su mente.

      —Era un poco más alto que la media, llevaba abrigo oscuro, nada elegante, pero de una calidad aceptable. Cubría la cabeza con un sombrero oscuro, pero pude ver que su pelo era muy corto, casi rapado. Aparte de eso… no tuve mucho tiempo para fijarme en todos los detalles —dejó pasar unos segundos antes de preguntar—. ¿Sabe quién es?

      —Su descripción encaja con uno de los hombres implicados en mi misión.

      —Su «misión», sea cual sea, no explica por qué se negó a alertar a las autoridades y denunciar el acto delictivo, y mucho menos por qué estamos huyendo en medio de la noche, como si nos hubiésemos asustado —Deliah no sabía mucho sobre el coronel Derek Delborough, pero no le parecía de los que huían.

      —Era lo correcto —contestó él en un tono aburrido y de superioridad.

      —Ya —ella frunció el ceño, sin muchas ganas de que dejara de hablar. El coronel tenía una voz grave, segura, y su tono, el de alguien

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