Repensar las desigualdades. Elizabeth Jelin

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Repensar las desigualdades - Elizabeth Jelin Sociología y Política

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de aquellos que involucran un patrón alto de desigualdad dentro del país, en la medida en que mejoran un acceso más amplio a la educación, la política y la oportunidad económica para su población en general. Mientras que los países caracterizados por los patrones de alta desigualdad se distinguen de manera más clara por la exclusión, la adscripción y la desigualdad categorial, los países con un patrón de baja desigualdad aparecen como la personificación misma de la oportunidad universal y garantizan la posibilidad de éxito a través del logro individual.

      Pero los acuerdos institucionales característicos de los países con un patrón bajo de desigualdad restringen con claridad el acceso a las oportunidades a amplios sectores de la población, excepto que ahora las poblaciones excluidas se encuentran principalmente fuera de las fronteras nacionales. La exclusión selectiva, en este caso, opera sobre todo a través de la existencia misma de las fronteras nacionales, al reducir las presiones competitivas dentro de estas fronteras, mientras aumenta las presiones competitivas entre la población excluida fuera de esas mismas fronteras (de nuevo, en las arenas o los mercados a los que estas poblaciones están restringidas). Por consiguiente, el establecimiento del patrón de baja desigualdad y la persistencia de altas desigualdades entre los países no evolucionaron como dos procesos separados: en realidad, son el resultado de los acuerdos institucionales fundamentales ceñidos a la desigualdad mundial.

      Entre finales del siglo XIX y principios del XX, hubo flujos bastante altos y más abiertos de personas de las zonas más pobres del mundo hacia las más ricas. En ese momento, como lo observaron autores como Williamson (1991), las barreras nacionales de entrada eran relativamente menos pronunciadas. En el siglo XX, las barreras nacionales de entrada se profundizaron como parte de un esfuerzo por restringir las presiones competitivas y reducir la desigualdad dentro de las naciones más ricas.

      Una vez más, estos patrones de interacción tienen un parecido sorprendente con el modo en que Adam Smith (1976 [1776]) describe la relación entre la ciudad y el campo en el breve repaso que hicimos al comienzo de este capítulo. Lo que Smith describió es un proceso de exclusión selectiva: a través de acuerdos institucionales que establecieron un pacto social que restringía la entrada a los mercados, los habitantes de las ciudades lograron una combinación virtuosa de crecimiento, autonomía política y equidad relativa que al mismo tiempo transfirió presiones competitivas al campo.

      Pero al centrarse solo en las naciones ricas, como es la práctica de la mayoría de las ciencias sociales, estos acuerdos institucionales aparecen, en verdad, como los de las ciudades de Adam Smith, que se caracterizan en primer lugar por la inclusión; asimismo, el crecimiento económico y los mercados parecen constituir esferas virtuosas donde la ganancia es sobre todo resultado del esfuerzo. Desde esa perspectiva, el éxito parece ser el resultado del logro individual, medido por criterios universales, en esferas (educación, mercados laborales) que se caracterizan por un acceso relativamente irrestricto.

      De hecho, desde la perspectiva que proponemos en este capítulo, los criterios de adscripción centrados en la identidad nacional aún hoy son la base fundamental de la estratificación y la desigualdad en el mundo contemporáneo. Desde esa perspectiva, la actual distribución desigual del ingreso y la riqueza en el mundo probablemente no existiría sin los acuerdos institucionales que limitan el acceso a los mercados y los derechos políticos basados en las fronteras nacionales. En este sentido, si bien no es verdad que las poblaciones de las naciones ricas hayan alcanzado sus privilegios haciendo que gran parte del resto del mundo sea pobre, sostenemos que los privilegios relativos que caracterizan a las naciones de altos ingresos (que no constituyen más que el 14% de la población mundial) históricamente requirieron la existencia de acuerdos institucionales para garantizar la exclusión de la gran mayoría a esta oportunidad.

      Como en el pasado, la persistencia de semejante desigualdad categorial se justifica mediante la apelación a imágenes y formas de construcción de identidad, que aparecen como naturales y no como los artefactos sociales que en verdad son. En este sentido, la idea de nación como una categoría “natural” ha permeado tan profundamente el sentido común (y permitido, así, que a menudo tales ideas sean poco cuestionadas) como la noción de, digamos, la supremacía blanca en el siglo XIX.

      En el libro Unveiling Inequality (Korzeniewicz y Moran, 2009), se analiza cómo los desafíos actuales a la desigualdad mundial han tomado dos formas: el aumento de la migración (tanto documentada como indocumentada), y el apogeo de (en primer lugar) China y (más recientemente) la India. Tales desafíos no habrían sorprendido a Adam Smith. Desde su perspectiva, como ya indicamos, la organización política de los habitantes de la ciudad les permitió obtener, a través de la exclusión selectiva, ventajas competitivas importantes vis-à-vis los pobladores rurales. Pero con el tiempo, el éxito de estos acuerdos en la generación de ventajas condujo a su erosión. La acumulación de stock en las ciudades, por ejemplo, provocó una competencia creciente entre los acaudalados, y, por ende, la disminución de las ganancias. Por fin, estas presiones competitivas “expulsan el stock al campo, donde, mediante la creación de una nueva demanda de mano de obra rural, necesariamente aumentan sus salarios” (Smith, 1976 [1776]: I, 143). Al volver a introducir la competencia entre aquellos que hasta ahora habían estado protegidos de tales presiones, los mecanismos de exclusión selectiva entre el campo y la ciudad se empezaron a quebrar.

      A la manera de Smith, el crecimiento de la desigualdad entre países durante la mayor parte de los últimos dos siglos se ha convertido en una fuerza impulsora para la migración de trabajo y capital. Las crecientes disparidades de ingresos entre las naciones en el tiempo han generado fuertes incentivos (salarios extremadamente más bajos en los países pobres) tanto para la migración de trabajadores a los mercados de salarios más altos como para la “externalización” de empleos calificados y no calificados a países periféricos. Ambas tendencias ejercen una “desviación del mercado” que, en efecto, supera las limitaciones institucionales de los flujos de mano de obra del siglo XX que caracterizaron el desarrollo del patrón de baja desigualdad durante la mayor parte del siglo XX. Estos son los procesos en curso de la disminución reciente (aunque se está debatiendo su magnitud) de las desigualdades entre países.

      La desigualdad entre países siempre se ha caracterizado por la movilidad de las naciones individuales. Pero en el pasado, como mostramos, la movilidad ascendente de las naciones individuales tuvo lugar en un entorno en que la desigualdad sistémica continuó, o se hizo aun más pronunciada. Las grandes poblaciones de China y la India hacen que la historia de hoy sea diferente, ya que su movilidad efectiva, incluso si se limita a

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