Repensar las desigualdades. Elizabeth Jelin
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![Repensar las desigualdades - Elizabeth Jelin Repensar las desigualdades - Elizabeth Jelin Sociología y Política](/cover_pre865029.jpg)
Uno de los supuestos más asentados en las ciencias sociales es que la desigualdad y la estratificación en el mundo se formaron principalmente por fuerzas que operan dentro de las naciones. Esta suposición es tan fundamental, y está arraigada de manera tan profunda, que la elección de las naciones como unidad de análisis privilegiada en general no ha estado bien fundada desde el punto de vista teórico. En este sentido, gran parte del trabajo sobre desigualdad y estratificación en las ciencias sociales contemporáneas, elaborado mediante una combinación de sentido común, tradición académica y el formato en que los datos pertinentes han estado disponibles con más facilidad, naturaliza a las naciones como los espacios que contienen dentro de sus fronteras los procesos fundamentales que son relevantes para comprender el tema.
Para un estudio más productivo de la estratificación y la desigualdad, nos basamos aquí en una tradición diferente y sostenemos que se debe pensar más críticamente lo que debería constituir una unidad de análisis adecuada. ¿Qué es una unidad de análisis adecuada? Es aquella que contiene dentro de sus límites los procesos sociales que son relevantes para la comprensión del fenómeno a investigar (Weber, 1996 [1905]). Para el estudio de la estratificación y la desigualdad, la unidad de análisis adecuada es global e histórica.[3]
Un texto fundacional de las ciencias sociales modernas, La riqueza de las naciones de Adam Smith (1976 [1776]), sirve para ilustrar la importancia de elegir una unidad de análisis adecuada. En varios pasajes de ese libro, el autor analiza las disparidades de la riqueza dentro la ciudad, y entre esta y el campo, de una manera que se asemeja a los debates de estas disparidades dentro y entre las naciones ricas y pobres de hoy. En vez de seguir el sentido común vigente para explicar la riqueza de las ciudades y la pobreza del campo a finales del siglo XVIII como resultado de los procesos que ocurren de manera independiente en cada uno de estos territorios acotados, en La riqueza de las naciones Smith elige una unidad de análisis alternativa, que abarca ambos conjuntos de espacios (la ciudad y el campo).
Según Smith, los habitantes de las ciudades históricamente utilizaron la asociación corporativa para regular la producción y el comercio de tal modo que restringía la competencia del campo. Como resultado de tales acuerdos, en sus relaciones con el campo[4] (“y el conjunto del comercio, que sustenta y enriquece a cada ciudad, consiste en estos últimos tratos”) los habitantes de la ciudad poseían “grandes ganancias” y podían “comprar, con una cantidad menor de su trabajo, el producto de una cantidad mayor del trabajo del campo” (Smith, 1976 [1776]: I, 139-140). En este contexto, la riqueza de las ciudades y la pobreza del campo resultan inextricablemente relacionadas, ya que fue en gran parte para regular y configurar los flujos (por ejemplo, de bienes, capital y personas) que constituyen esta relación que se construyeron y regularon los límites territoriales entre el campo y la ciudad.
Si bien esos acuerdos tendían a aumentar los salarios que los empleadores de las ciudades debían pagar, “en recompensa, estaban habilitados para vender los suyos mucho más caros; de modo que hasta ahora era tan ancho como largo, como suelen decir; y en el trato de las diferentes clases entre sí en la ciudad, ninguno de ellos perdió por estas regulaciones” (Smith, 1976 [1776]: I, 139). Lo que Smith describe es, por lo tanto, un proceso de exclusión selectiva: a través de acuerdos institucionales se estableció un pacto social que restringía la entrada a los mercados, los habitantes de las ciudades lograron una combinación virtuosa de crecimiento, autonomía política y equidad relativa que al mismo tiempo transfirió presiones competitivas al campo.
Adam Smith proporciona ideas importantes sobre el papel crucial desempeñado por el acaparamiento de oportunidades en la configuración de la prevalencia relativa de la riqueza y la escasez en la ciudad y el campo. Pero estas ideas se habrían perdido si su unidad de análisis en La riqueza de las naciones no hubiera podido abarcar, en su narrativa, ambos conjuntos de espacios (ciudades y zonas rurales) y su interacción. Por ejemplo, Smith podría haber atribuido la riqueza de las ciudades al esfuerzo individual, la frugalidad y los valores de sus habitantes –y explicar así la relativa pobreza de los pobladores rurales como consecuencia de los logros insuficientes en alguna o todas estas dimensiones–. Pero su descripción evitó tal naturalización de los límites entre el campo y la ciudad, y destacó en cambio los procesos relacionales (incluidas la creación y aplicación de los límites de demarcación de “ciudad” y “campo”) que, para él, desempeñan un papel central en la explicación de la distribución desigual de la riqueza a través de estos espacios.
Del mismo modo, Korzeniewicz y Moran (2009) plantean que los registros de la desigualdad y estratificación contemporánea que asumen que el Estado nación constituye la unidad de análisis fundamental –y también, como sucede más a menudo, limitan sus observaciones a los países ricos– omiten procesos clave que dan forma a estos fenómenos aun dentro de las poblaciones ricas que estudian.[5] Estos procesos fundamentales que conforman la desigualdad y la estratificación social se han desplegado globalmente y durante un largo período de tiempo –y el estudio de estos fenómenos requiere una perspectiva histórica mundial–.[6] Esta perspectiva revela que los acuerdos institucionales que dan forma a la desigualdad dentro y entre países siempre han sido a la vez nacionales y globales, que los patrones más significativos de movilidad social implican retos a los patrones existentes de desigualdad entre las naciones y que los propios criterios de análisis habitualmente utilizados siguen desempeñando un papel fundamental en el mantenimiento de la desigualdad a nivel global. Nuestra comprensión de cada una de estas cuestiones cambia de manera drástica si se tienen en cuenta estas relaciones, lo que solo puede lograrse ampliando el alcance de nuestro análisis al mundo en su conjunto.
Los esfuerzos para construir un mapeo como ese han estado limitados tanto por la escasez de datos comparables adecuados como por el supuesto teórico que, hasta ahora, ha guiado la investigación sobre estratificación y movilidad. De hecho, las limitaciones empíricas que enfrentamos están relacionadas con supuestos teóricos predominantes. En su mayor parte se ha concebido que la estratificación y la movilidad social tienen lugar principalmente –si no por completo– dentro de las fronteras nacionales, y estos supuestos se afianzaron de manera profunda en la recolección de datos mientras esta metodología se desarrollaba durante el último siglo. Por lo tanto, la mayoría de los datos sobre desigualdad, por ejemplo, se ha extraído de encuestas nacionales de individuos y hogares desarrolladas en primer lugar por agencias nacionales de estadísticas con el propósito de configurar políticas a nivel nacional. Además, estos datos nacionales recopilados sobre todo en los países ricos se han utilizado en los trabajos de las ciencias sociales para identificar las tendencias y los patrones en –y construir narrativas “universales” sobre– la estratificación, la desigualdad y la movilidad social.
¿Qué tan diferentes son nuestros reportes de desigualdad y estratificación cuando observamos estos procesos y resultados desde una perspectiva global en vez de nacional? ¿Qué constituye la movilidad social cuando es vista desde el mundo como un todo? ¿Quién tiene la capacidad relativa para acceder a los diferentes caminos para la movilidad social y en qué medida, con el tiempo?
En este sentido, cambiar la unidad de análisis produce una perspectiva alternativa sobre la desigualdad y la estratificación. En lugar de estar limitados a nivel nacional, los acuerdos institucionales constituyen mecanismos relacionales de regulación, que operan dentro de los países y, a la vez, configuran las interacciones y los flujos entre ellos. No es fácil representar empíricamente esta conclusión, ya que los datos necesarios para construir tal descripción no están disponibles de inmediato. Un modelo preciso desde el punto de vista empírico, extendido en el tiempo y el espacio en una verdadera perspectiva histórica mundial requiere la creación de datos a escala global (no nacional), datos que hasta ahora no existen. En su ausencia, las siguientes son solo dos ilustraciones de cómo podría funcionar ese mapeo.
Korzeniewicz y Moran (2009) tomaron 85 países con datos de distribución del ingreso por deciles (el porcentaje o participación del ingreso acumulado por cada 1/10 de la