Repensar las desigualdades. Elizabeth Jelin

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Repensar las desigualdades - Elizabeth Jelin Sociología y Política

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competencia (como en las ciudades descriptas por Adam Smith). El uso de criterios de adscripción para clasificar las poblaciones y, por lo tanto, construir lo que es “calificado” o “no calificado” (ciudad y campo, pero también mujeres y hombres, negros o blancos, naciones pobres o naciones ricas) ha sido constitutivo de la propia creación y reproducción de la desigualdad.

      Desde una perspectiva histórica mundial, el impacto de estas estrategias ha sido siempre complicado: el éxito de los reclamos por parte de un actor (el trabajo organizado en los países ricos) podría ir a la par de la exclusión de otros (los inmigrantes de países más pobres). Así, el mismo proceso (la búsqueda de una distribución más equitativa de los recursos por parte de los Estados de bienestar en los países ricos) puede tener resultados muy diferentes si examinamos sus efectos solo dentro de los límites de cada uno de los Estados nación o del mundo en su conjunto.

      Entonces, los que abogan por una mayor equidad ¿cómo deberían evaluar el resultado de las luchas que al mismo tiempo aumentan la riqueza y el bienestar de algunos (trabajadores varones urbanos en los países de mayores ingresos después de la Segunda Guerra Mundial) mientras que fortalecen los acuerdos institucionales que conducen a la exclusión de otros (los inmigrantes de países más pobres)?

      Hay muchas respuestas posibles. Algunos sostienen que todos los países tienen sus respectivas poblaciones en situación de desventaja, que solo pueden definirse a sí mismas y a sus objetivos en relación con su entorno nacional, y que la lucha de las poblaciones más pobres en los países ricos no solo es significativa en y por sí misma, sino que además ayuda a elevar los estándares de bienestar en todo el mundo. Otros se centran en los efectos de la exclusión en mejorar la desigualdad relativa y facilitar la reproducción de la privación absoluta en los países más pobres, y sostienen que los avances de las poblaciones desfavorecidas en los países ricos son insignificantes respecto de las necesidades de la mayoría de la población mundial. Y, por supuesto, la mayoría de los defensores de una mayor equidad probablemente rechazaría aproximarse a la cuestión como un dilema, y en su lugar buscaría reconocer como valiosos todos los esfuerzos para fomentar los intereses de los menos privilegiados en relación con las poblaciones más ricas –sin importar si estos esfuerzos ocurren dentro de los límites nacionales o globales–.

      Camino B: movilidad entre países

      El segundo camino de la movilidad en la estratificación social global ha consistido en la búsqueda del crecimiento económico nacional. China y la India hoy encarnan gran parte del optimismo sobre las recompensas potenciales de este camino. Como señalamos antes, si la tasa actual de crecimiento de estos dos países se mantiene tan alta como lo es en la actualidad, podría cambiar el semblante de la estratificación global. Históricamente existió la movilidad de naciones individuales, como en los casos de Suecia a finales del siglo XIX, Japón justo después de la Segunda Guerra Mundial o Corea del Sur en las décadas del setenta y ochenta del siglo XX. Pero en el pasado, la movilidad ascendente de naciones individuales tuvo lugar en un escenario en el que continuó la desigualdad sistémica o esta se hizo aún más pronunciada. El mayor tamaño de China y la India hace que la historia sea diferente, ya que su movilidad efectiva, incluso si se limita a estos dos casos concretos, implicaría un cambio en la lógica que ha prevalecido hasta ahora en la economía mundial.

      En los últimos dos siglos, el desarrollo de altos niveles de desigualdad entre los países estaba estrechamente vinculado a los acuerdos institucionales que caracterizaron a los niveles más bajos de desigualdad dentro del país en las naciones más ricas del mundo. En cierto sentido, los acuerdos institucionales –una forma particular de distribuir las ganancias y pérdidas relativas que surgen de los procesos más cotidianos de destrucción creativa– han constituido una innovación histórica schumpeteriana. Pero con el tiempo, los mismos acuerdos institucionales creados a través de la innovación se empiezan a caracterizar por rigideces, lo que crea nuevas oportunidades competitivas para la movilidad global –como en el ejemplo de Adam Smith del campo y la ciudad, la efectividad de las barreras de entrada ha generado nuevos nichos de oportunidad; como en la mano de obra barata movilizada en China o la India durante sus primeras décadas de crecimiento sostenido–.

      Debemos señalar aquí que la búsqueda del crecimiento económico nacional a menudo se retrata en términos de una disposición de las personas para permitir una mayor desigualdad en su propio país a cambio del crecimiento de la riqueza general disponible para su distribución. Aun si se deja de lado el hecho de que no todas las estrategias de crecimiento económico conllevan un aumento de la desigualdad dentro del país (como lo indica la literatura sobre “crecimiento con equidad”), incluso la existencia de tal compensación no sería indicativa de una falta de preocupación por la desigualdad. La búsqueda del crecimiento económico implica el reconocimiento del papel crucial de la desigualdad entre países en la conformación de la estratificación mundial. Cuando las personas en Corea del Sur y China respaldan políticas diseñadas para generar crecimiento económico, en vez de desentenderse de las preocupaciones por la desigualdad están reconociendo la importancia potencial de ese camino para participar en la movilidad social ascendente dentro de un sistema global de estratificación.

      Pero ese camino de crecimiento económico nacional no ha sido fácilmente accesible para vastas partes del mundo, y las historias de éxito han sido más la excepción que la regla para la mayoría de la población mundial. Durante la mayor parte de los últimos dos siglos, el camino de la movilidad social a través del crecimiento económico nacional no ha cumplido su promesa. Incluso en el caso de México, ligado durante los últimos quince años a un acuerdo de libre comercio con Canadá y los Estados Unidos, el crecimiento económico no ha sido lo suficientemente alto como para permitir que un solo decil del país equipare a los de los Estados Unidos.

      Como en el caso de los logros educativos esta es, otra vez, una situación en la que las metas siempre se mueven hacia adelante. De esto se trata, en el fondo, la noción de destrucción creativa de Schumpeter. Los procesos de innovación constante han garantizado, históricamente, la eventual obsolescencia de cualquier estándar vigente que caracteriza un momento determinado en el tiempo –estándares de educación o tecnologías productivas–. En un país como México, esto podría significar correr muy rápido para quedarse quieto (si no quedar rezagado). Durante los últimos dos siglos, esta ha sido la historia más frecuente en la mayoría de los países. El desarrollo y la implementación de panaceas de crecimiento (Japón en los años setenta, Corea del Sur en los ochenta o China en la actualidad) rara vez han proporcionado un modelo replicable para el éxito y, de hecho, han sido parte integral de la constante creación de obsolescencia.

      Camino C: saltar la desigualdad categorial

      Llegamos así al único medio más inmediato y eficaz de movilidad social global para las poblaciones en la mayoría de los países: la migración. Dado el papel crucial de la nacionalidad en la configuración de la estratificación global, “saltar” las categorías al pasar de un país más pobre a uno más rico es una estrategia de movilidad muy efectiva (véase el gráfico 1.2).

      El gráfico 1.2 regresa a nuestra muestra de estratificación global para resaltar ciertos patrones de migración internacional. En el gráfico se utilizan datos de 2007 para presentar de manera estilizada la posición global relativa de los deciles por país de seis naciones del gráfico 1.1, con flujos de migración considerable

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