Estados homogéneos y estados diversos. Arturo Seminario Dapello

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cual lo que le correspondía por su esfuerzo, gravitación, etc.

      En la misma Grecia, por ejemplo, los razonamientos de Platón (la República) o Aristóteles (la Política) son más bien referidos a situaciones ideales sobre cómo, según el modo de ver de cada uno de ellos, debía estar organizada la sociedad. Así, por ejemplo, Platón, que en la actualidad lo situaríamos más próximo al socialismo o inclusive al corporativismo, no consideró un valor intrínseco en la moneda, siendo más bien despectivo frente al uso del oro o la plata para dicho propósito. Sencillamente porque Platón privilegiaba al Estado como organizador de la vida social. Por lo cual el valor de la moneda ocurría en razón del estado emisor que la respaldaba. En cambio, Aristóteles, que en la actualidad lo situaríamos más próximo a una perfecta economía de mercado, puso el acento en el valor intrínseco de la moneda y, por ende, en los metales de los cuales estaba hecha. Sencillamente porque Aristóteles minimizó el rol del Estado en la emisión de monedas y, en general, en el quehacer económico. Su postura monetaria fue más bien pro facilitar el trueque particular, donde la mayor de las veces no había coincidencias entre los dos bienes que se ofertaban. Por eso resultaba indispensable tener un bien, o sea la moneda, que sirviese como medio de valuación y de cambio de otros bienes. Pero ese otro bien, o sea la moneda, para él tenía que tener un valor intrínseco. Además de servir de medio de valuación y de medio de cambio, la moneda debería servir también de acumulador de valor. Tenía que ser un bien que tuviese, más allá de su función monetaria, un valor intrínseco en metal. De modo que la elaboración teórica sobre las consideraciones monetarias llegaba en cada caso a donde conducía el personal punto de partida de cada cual.

      Tampoco los romanos tuvieron mayor elaboración en lo que concierne al aspecto económico. Tuvieron respuestas prácticas para problemas concretos. Por las dimensiones del Imperio, los problemas que se presentaron fueron significativamente grandes. Por lo cual demandaron la participación de muchas personas en la elaboración de soluciones económicas. Pero más allá de resolver el problema concreto no llegaron a crear toda una teoría como herramienta de análisis. Por su propensión a lo práctico, las dos disciplinas sociales que absorbieron más a los romanos fueron la Historia y el Derecho. Su curiosidad por la Historia se orientó hacia los incidentes militares y políticos. Salvo contadas excepciones, no hubo mayor elaboración histórica sobre los aspectos económicos, sociales e inclusive geográficos.

      En materia jurídica los romanos distinguieron entre el “jus civile” y el “jus gentium”. El “jus civile” sólo se aplicó a las relaciones entre ciudadanos, que eran una parte de los habitantes del Imperio. En cambio, el “jus gentium” se aplicó a las relaciones entre ciudadanos y no ciudadanos, o no ciudadanos entre sí. En el Derecho anglosajón, por ejemplo, también hay una división entre el “common law” y el “equity”. Pero la división no se da en razón de la naturaleza de las personas, sino en razón de las transacciones o cosas. El Derecho romano lo ejercía cualquiera, sin que hubiese ninguna restricción o exigencia para hacerlo. Pero poco a poco fue surgiendo gente que, al tener la holgura para disponer de su tiempo, fue estudiando la casuística para agruparla por materias. Estos especialistas fueron perdiendo interés por los casos individuales en sí y ganando interés por los principios lógicos más relevantes que sustentaban lo resuelto. Luego estos estudiosos comenzaron a ser consultados por las partes o por los jueces. Con el tiempo sus opiniones se convirtieron casi en una exigencia formal, y así paulatinamente se fue organizando el Derecho.

      En cuantiosas opiniones o informes de los especialistas hubo elaboración sobre los asuntos microeconómicos que se presentaban en una sociedad que reconocía la propiedad privada, el comercio y, en general, el capital. A ellos se deben definiciones básicas como moneda, precio, compra, venta, mutuo, comodato, depósito regular, depósito irregular, etc. Este imbrincamiento entre lo jurídico y lo económico continuó muy sólido hasta el siglo XIX. Aunque en el siglo XIX y en el siglo XX hubo considerable elaboración de teoría económica, las relaciones entre la Economía y el Derecho continuaron sólidas. A ello ha contribuido que muchos economistas, abogados, e inclusive empresarios, hayan tenido que participar, desde distintos ángulos, en el quehacer de la legislación económico-financiera, contribuyendo así a su mejor desarrollo. Por lo cual se puede afirmar que el sentido común siempre ha acompañado el desarrollo de las ciencias sociales en su conjunto.

      Hasta la caída de Constantinopla, que devino en el Estambul del Imperio Otomano, el Imperio Bizantino y sus territorios fueron, como es claro, parte del Mundo Occidental. Manejaron infinidad de problemas económicos y jurídicos. Sin duda las instituciones del emperador Justiniano, compiladas por los funcionarios-juristas más destacados de su Imperio, fueron un gran esfuerzo por ordenar muchos asuntos importantes de Derecho. Todos esos asuntos estuvieron referidos a Derecho Civil, tales como las personas, los bienes, las obligaciones, las sucesiones y la responsabilidad extracontractual. En el lado más occidental de Europa, frente a asuntos similares, no hubo en el Estado una producción intelectual comparable. Aun durante la etapa del emperador Carlomagno hubo más bien soluciones prácticas, sobre problemas concretos, basadas en el sentido común y la sabiduría popular.

      En la parte más Occidental de Europa, la elaboración intelectual se desarrolló más bien en los conventos. Fuera de los conventos, la vida de los señores feudales giraba alrededor de los enfrentamientos entre ellos y de la protección a sus súbditos para que trabajasen para ellos. Fuera del convento, el hombre aspirante se tenía que adiestrar en el manejo del caballo y de las armas. Los conventos, en cambio, estaban bajo el manto protector de la Iglesia. Esta, aunque convivía con la sociedad feudal, se distinguía de ella y tenía su propia autonomía y poder. Dentro de los conventos no prevalecía el pensamiento de los señores feudales sino el pensamiento de los monjes y frailes que los habitaban. El pensamiento de los monjes y frailes que habitaban los conventos era mucho más avanzado que el de los caballeros feudales. Sencillamente porque el monopolio de la enseñanza y el aprendizaje lo tenía la Iglesia. Sólo en los conventos se dieron las condiciones para una verdadera vida académica. Sólo ahí habitaban los verdaderos profesionales del saber. Así ocurrió hasta el principio del Renacimiento.

      Los monasterios congregaron en términos de igualdad a gente de distinto origen y gente de distinto nivel social. Estos académicos, provenientes de distintas partes, irradiaban una suerte de internacionalidad. Si bien en lo estrictamente religioso los monjes y frailes estaban subordinados a una autoridad superior, en todo lo demás gozaban de considerable libertad de pensamiento. Una cosa era la verdad revelada, donde estaban sujetos a una férrea disciplina. Otra cosa era la libertad con que podían analizar las instituciones temporales que el hombre iba labrando. De modo que, en los conventos, los monjes y frailes estaban fuera de las incidencias del Mundo Medieval. Ahí gozaban de capacidad para analizarlas y criticarlas, bajo el respaldo de una poderosa institución que les garantizaba, en ese extremo, mucha libertad de pensamiento y de acción.

      Al respecto, Santo Tomás decía que, en materia de verdad revelada, la autoridad de la alta jerarquía de la Iglesia era definitiva. Pero así mismo decía que en todo lo demás la opinión de la alta jerarquía de la Iglesia podía o no ser valiosa. Esta había que analizarla por sus méritos, con independencia de quienes la formulasen. Los casos de Copérnico, Galileo, y sobre todo Giordano Bruno y de Vanini, fueron sin duda un tremendo y arbitrario desborde del Tribunal de la Inquisición, cuyo proceder degradó mucho la imagen de la Iglesia. Pero las universidades, en la casi totalidad de los casos gobernadas por religiosos, gozaban de bastante autonomía, amalgamando gente proveniente de distintos lugares y de distintos estamentos sociales. Fue mucho más tarde, próximo al Renacimiento, que los gobiernos empezaron a participar en el quehacer de las universidades. La paulatina intervención de los gobiernos en las universidades fue concomitante con la aparición de muchas manifestaciones propias de la economía de mercado o capitalismo. Principiaron a surgir los negocios en mayor escala, que superaban al artesano o profesional individual o en pequeñas agrupaciones. Así mismo surgió el accionariado, la especulación con materias primas, los documentos negociables y otras expresiones financieras más elaboradas. Con todo ello fue naciendo la clase burguesa, distinta a la clase feudal, y con pensamientos en parte contrapuestos.

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