El colapso ecológico ya llegó. Maristella Svampa
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En agosto de 2018, luego de varias olas de calor e incendios forestales que convirtieron el apacible verano sueco en un infierno, una jovencita de aspecto frágil lanzó la primera “huelga estudiantil por el clima”. Con apenas 14 años y afectada por el síndrome de Asperger, Greta Thunberg dejó de asistir a clases para plantarse todos los días frente al Parlamento y denunciar los riesgos de la inacción de las élites políticas y económicas ante el acelerado cambio climático. Su perseverancia, su obstinación y la impactante crudeza de sus declaraciones la hicieron célebre de la noche a la mañana. Su llamado dio la vuelta el mundo y encontró eco en miles de adolescentes y jóvenes que –unidos en el movimiento Fridays for Future– se pusieron a la cabeza del movimiento global por la justicia climática.
Las palabras de Greta poseen una fuerza dramática inusual, en sintonía con la gravedad de la hora. “No quiero que tengan esperanza, quiero que entren en pánico. Quiero que sientan el miedo que yo siento todos los días y luego quiero que actúen”, les dijo a los líderes del Foro Económico Mundial reunidos en Davos en enero de 2019. “Todo esto está mal. Yo no debería estar aquí. Debería estar de vuelta en la escuela, al otro lado del océano. Sin embargo, ¿ustedes vienen a nosotros, los jóvenes, en busca de esperanza? ¿Cómo se atreven?”. “Estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y de lo único que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno. ¿Cómo se atreven?”. “Me han robado mis sueños y mi infancia con sus palabras vacías. Y, sin embargo, soy de los afortunados”, dijo en septiembre de ese año en Nueva York, en la cumbre de Jóvenes por el Clima de la ONU.
En su paso por la COP 25 en Madrid, Greta se rodeó de activistas, sobre todo indígenas, y de científicos estudiosos del cambio climático. A la hora de hablar ante los políticos y observadores tradicionales, evitó la emoción y las frases contundentes para apelar a los datos científicos sobre la situación del clima. Su lema fue, más que nunca: “Escuchen a los científicos”.
El “efecto Greta Thunberg” se tradujo en el lanzamiento de las huelgas globales contra el cambio climático, cuyo impacto y masividad sorprendieron a propios y extraños. Durante la segunda huelga global, el 15 de marzo de 2019, más de 1,4 millones de jóvenes se manifestaron en 125 países y 2083 ciudades. En la tercera, el 20 de septiembre de ese mismo año, fueron 4 millones en 163 países, entre ciudades del Norte y del Sur. La convocatoria de Greta y, por extensión, la acción de los nuevos movimientos por la justicia climática, pusieron en evidencia el fracaso de los grandes objetivos que se había trazado la humanidad casi medio siglo atrás, al inaugurar la era de las cumbres climáticas globales. En primer lugar, el fracaso del llamado “desarrollo sustentable o sostenible” como nuevo paradigma, vaciado de todo contenido transformador y sacrificado en los altares del capitalismo y del libre mercado. En segundo lugar, el quiebre del pacto intergeneracional que, desde la época de las primeras cumbres, buscaba garantizar el derecho de las futuras generaciones a una herencia adecuada que les permitiera un nivel de vida no inferior al de la generación actual.
¿Pueden tener vuelta atrás estos quiebres? Todo depende de las decisiones políticas que las élites políticas y económicas adopten a nivel global en el corto plazo. No más de una década, esta que acaba de comenzar. Como expresa una carta firmada por más de once mil científicos de todo el mundo: “La crisis climática ha llegado y va mucho más rápido de lo que la mayoría de los científicos esperaba. Es más severa que lo previsto, amenaza los ecosistemas naturales y el destino de la humanidad”. El tiempo es poco y los desafíos requieren audacia y rigor, pues “las reacciones en cadena climática pueden causar alteraciones significativas en los ecosistemas, las sociedades y las economías, que podrían hacer que grandes áreas de la Tierra se vuelvan inhabitables”.[30] Una solución urgente requeriría no solo una reducción drástica de la emisión de gases de efecto invernadero, sino también una disminución en el metabolismo social, lo cual implicaría menos consumo de materia y energía.
Sobre la participación cada vez más amplia de la sociedad civil y las características del movimiento de justicia climática, cabe preguntarse: ¿se trata de un movimiento de movimientos o estamos ante la emergencia de la sociedad en movimiento, comparable a la potencia femenina que vislumbramos cada vez que se movilizan los poderosos colectivos de mujeres contra el patriarcado y la violencia de género?
En suma, el movimiento por la justicia climática es hijo de los movimientos pacifistas y ecologistas de los años ochenta, pero sobre todo de los más recientes y más comprometidos en la lucha contra todo tipo de desigualdad y contra las diversas formas de dominación neocolonial, racista y patriarcal. Es hijo de las luchas del Sur contra el neoextractivismo y de las masivas movilizaciones feministas que recorren el mundo. Los tiempos se han acortado de modo indefectible. Pese a las continuas manifestaciones en todo el mundo y al creciente protagonismo de los jóvenes, la brevedad es tanta que podríamos medirla con un reloj de arena. La radicalidad requerida en las posiciones y demandas es tanta que no basta con organizar movilizaciones que vehiculicen desde abajo las dimensiones expresivas de la lucha o se autolimiten al legitimar las tibias reformas que priorizan las leyes del mercado (bonos de carbono, entre otras).
El mensaje es cada vez más rotundo, como manifiestan los jóvenes, que son los verdaderos protagonistas de esta hora crucial: para generar cambios reales no solo es necesario desarrollar la dimensión expresiva, sino también avanzar desde abajo en la confrontación colectiva con el poder global y sus manifestaciones locales y territoriales, de modo que las decisiones sobre el futuro del planeta y de la humanidad no continúen secuestradas por una reducida élite política y económica que atenta contra el tejido de la vida. Para avanzar en una dirección transformadora, hacia una sociedad posfósil que plantee una transición justa y sustentable, la dimensión emancipatoria desde abajo debe activar la dimensión reguladora de los Estados en todos sus niveles.
[3] Véase “La lucha no debe ser contra el ‘cambio climático’ sino contra el ‘terricidio’”, entrevista de Lucía Cholakian Herrera a Moira Millán, Nodal, 24/10/2019, disponible en <www.publico.es>.
[4] La mejor introducción y síntesis de debates sobre el Antropoceno puede encontrarse en Fressoz y Bonneuil (2013). Veáse también Svampa (2019).
[5] El IPCC es un órgano intergubernamental que proporciona una base científica a los gobiernos, a todos los niveles, para formular políticas relacionadas con el clima, y sirve de apoyo para las negociaciones de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima y la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC).
[6] “El año 2019 cierra una década de valores excepcionales de calor y fenómenos meteorológicos de efectos devastadores a escala mundial”, disponible en <www.public.wmo.int>.
[7] Hemos desarrollado estos temas en Svampa (2016: parte I, cap. 2).
[8] En aquella ocasión, los activistas latinoamericanos presentes en la Cumbre convencieron a Fidel Castro de utilizar el concepto en la conferencia oficial, aunque Virgilio Barco, entonces presidente de Colombia, ya lo había usado en la ceremonia de final