El colapso ecológico ya llegó. Maristella Svampa
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En paralelo a estas políticas terricidas, y ante la ausencia de medidas reguladoras desde los Estados que involucren la reducción de las emisiones de GEI, ha cobrado fuerza un movimiento que impulsa la desinversión en combustibles fósiles para avanzar en las energías renovables. Uno de los mentores de este poderoso movimiento es la citada organización 350.org. Al respecto, la periodista ambiental Marina Aizen afirma que:
Empezó en los campus universitarios de los Estados Unidos e Inglaterra para que las instituciones académicas, que manejan copiosos fondos, sacaran su dinero de activos del petróleo, del gas y del carbón. Parecía entonces solo una quimera de las organizaciones que estaban detrás de esta movida, como 350.org, que las energías fósiles pudieran parecer tóxicas. Pero, rápidamente, empezó a suceder. El primer batacazo lo dio, en 2014, el fondo de los hermanos Rockefeller, cuyo origen –paradójicamente– fue el petróleo. El año pasado, el Banco Central de Noruega le recomendó al sistema de pensiones deshacerse totalmente de esos activos. Numerosos fondos con miles de millones se han retirado de ese negocio. Así lo anunció el Banco Mundial (Aizen, 2018, 2015).
Este cambio de paradigma comenzó a calar fuerte en ciertos ámbitos del establishment vinculados a la dinámica del capital, y algunos ya hablan de los combustibles fósiles como “activos obsoletos”, concepto que se refiere a la devaluación de las energías fósiles ante el imperativo de la transición energética y el riesgo de que pronto se conviertan en “activos inservibles”.[25]
Estas medidas concretas de desinversión se conjugan con otros proyectos de gran envergadura que apuntan a poner en marcha un “Green New Deal”, popularizado por la diputada demócrata Alexandria Ocasio Cortez en los Estados Unidos. Aunque tiene varias versiones, en lo que respecta a la lucha contra el cambio climático el Green New Deal de Ocasio Cortez propone descarbonizar la economía estadounidense en diez años, apostar a las energías renovables, los medios de transporte limpios –incluidos aviones y barcos, donde los cambios son más lentos que con los automóviles– y adaptar la industria, la agricultura y la construcción a los nuevos estándares de consumo. También busca ampliar y mejorar las infraestructuras, acondicionar los edificios existentes y expandir los bosques”.[26]
En su último libro, El Green New Deal global (2019), el economista Jeremy Rifkin se hace eco del movimiento de desinversión en combustibles fósiles, que crece dentro del establishment y se expande en diferentes ciudades y países ante la necesidad de una transición energética. Inspiradas en la encíclica Laudato Si’, instituciones católicas de distintas partes del mundo retiraron sus inversiones en combustibles fósiles; este fue el mayor anuncio de desinversión por parte de una organización religiosa. Se trata de casi 600 instituciones, con un valor conjunto de más de 3400 billones de dólares.[27] Según el último informe de 350.org, publicado en septiembre de 2019, la desinversión saltó de 52 000 millones de dólares en 2014 a más de 11 billones, un aumento sorprendente del 2000%. Este movimiento es tan fuerte que en Australia el primer ministro Scott Morrison piensa proponer una ley que vuelva ilegales las presiones de los activistas a los bancos para que dejen de otorgar créditos para el desarrollo de combustibles fósiles (McKibben, 2020). Pese a todo, las inversiones globales en energías limpias están en su punto más bajo de los últimos seis años, mientras las emisiones de combustibles fósiles han alcanzado su punto más alto.[28]
Algunos espíritus se abren a la necesidad de un cambio radical ante la experiencia cotidiana de la catástrofe anunciada. Rifkin consigna que, incluso en los Estados Unidos, el número de negacionistas o escépticos del cambio climático se ha reducido de manera considerable a raíz de las sucesivas catástrofes ambientales que afectan al país, desde huracanes e inundaciones hasta olas de calor e incendios devastadores. Según encuestas realizadas en diciembre de 2018, el 73% de los estadounidenses consideran que el cambio climático está en marcha (un 10% más que en 2005) y casi la mitad (46%) dice haber vivido experiencias ligadas al cambio climático, un 15% más que en 2015 (Rifkin, 2019a: 9-10).
Hacia la sociedad en movimiento y el protagonismo de los jóvenes
Cabría preguntarse a qué nos referimos cuando hablamos de movimientos para la justicia climática. Como sostiene Martínez Alier (2020), “Para que haya un movimiento no hace falta una organización. Es erróneo buscar la presencia del movimiento global de justicia ambiental en los cambiantes nombres de las organizaciones antes que en las acciones locales con sus formas diversas y en sus expresiones culturales”.
El movimiento por la justicia ambiental y climática comparte el ethos de los movimientos alterglobalización, de los cuales forma parte. La acción directa y lo público, la vocación nómade por el cruce social y la multipertenencia, las redes de solidaridad y los grupos de afinidad aparecen como piedra de toque en el proceso siempre fluido y constante de construcción de la identidad. En cuanto movimiento de movimientos, sus formas son plurales y adoptan diferentes niveles de involucramiento y acción, que van desde grandes y pequeñas organizaciones que desarrollan una persistente tarea militante y registran continuidad en el tiempo, hasta otras más fluidas y transitorias como redes o alianzas surgidas con el objetivo de realizar una determinada acción y que luego se disuelven o quedan en estado de latencia. Así, el movimiento para la justicia ambiental y climática incluye desde organizaciones de base (colectivos ecologistas y feministas, movimientos socioambientales locales y culturales, ONG ambientalistas, organizaciones de pueblos originarios); redes de organizaciones y movimientos sociales nacidos como instancias de coordinación para realizar acciones de protesta puntuales, específicas y simultáneas en diferentes partes del mundo (ya sea ante la OMC, la COP o el Foro de Davos) y protestas de jóvenes en forma de “huelgas climáticas” como las que promueven Fridays for Future y Jóvenes por el Clima, hasta movilizaciones espontáneas, algunas de carácter masivo y transversal, que denuncian la inacción de los gobiernos ante los crímenes ambientales (como sucedió en Brasil y otras partes del mundo en relación con los múltiples incendios de la Amazonía e incluso en Australia, donde miles de manifestantes, sobre todos jóvenes, marcharon en enero de 2020).[29]
Puede suceder que algunas de estas acciones, pese a su masividad, se agoten en la dimensión cultural-expresiva y no alcancen dimensión política. Pero ante la envergadura de la crisis climática, las movilizaciones adquieren contornos sociales y participativos cada vez más amplios y transversales e incluyen a amplios sectores de la ciudadanía que toman conciencia de la gravedad de la crisis y la necesidad de exigir políticas activas urgentes y transformadoras. Estamos ante la emergencia de un nuevo activismo climático, muy vinculado a la juventud, que desborda cualquier organización de base y apunta a conformar, antes que un movimiento social, una sociedad en movimiento.
En 1988, la tapa de la revista Times mostraba un globo terráqueo atado con varias vueltas de soga y un colorido atardecer como fondo bajo el sugestivo título “Planeta del año: la Tierra en peligro de extinción”. Treinta y un años después, en diciembre de 2019, la portada de la revista publicaba el rostro de la joven sueca elegida como “la persona del año”, con el subtítulo “Greta Thunberg, el poder de la juventud”. Greta fue la persona más joven en aparecer en la portada de la conocida revista. O, en palabras de los editores: “Si bien la revista tiene un largo historial en el reconocimiento del poder de la juventud, nunca antes había elegido a una adolescente”.
En términos de activismo climático,