El colapso ecológico ya llegó. Maristella Svampa

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El colapso ecológico ya llegó - Maristella Svampa Singular

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Australia las últimas elecciones nacionales le dieron el triunfo a Scott Morrison, líder del Partido Liberal, quien se convirtió en una figura política cuando en 2017 llevó un pedazo de carbón al Parlamento para pasárselo a sus compañeros de recinto. “No te asustes”, les decía, “No tengas miedo”. Bill McKibben, fundador de la organización 350.org, señala en su artículo “¿Qué pasaría si Australia fuera un planeta?” que si realmente fuese un planeta, rápidamente destruiría su clima por sí sola, y no podría responsabilizar por ello a nadie más que a sus propios políticos (como Morrison) susbsidiados por las industrias de combustibles fósiles, sus políticas extractivistas y la acción de los medios de comunicación negacionistas (McKibben, 2020).

      En paralelo a estas políticas terricidas, y ante la ausencia de medidas reguladoras desde los Estados que involucren la reducción de las emisiones de GEI, ha cobrado fuerza un movimiento que impulsa la desinversión en combustibles fósiles para avanzar en las energías renovables. Uno de los mentores de este poderoso movimiento es la citada organización 350.org. Al respecto, la periodista ambiental Marina Aizen afirma que:

      Empezó en los campus universitarios de los Estados Unidos e Inglaterra para que las instituciones académicas, que manejan copiosos fondos, sacaran su dinero de activos del petróleo, del gas y del carbón. Parecía entonces solo una quimera de las organizaciones que estaban detrás de esta movida, como 350.org, que las energías fósiles pudieran parecer tóxicas. Pero, rápidamente, empezó a suceder. El primer batacazo lo dio, en 2014, el fondo de los hermanos Rockefeller, cuyo origen –paradójicamente– fue el petróleo. El año pasado, el Banco Central de Noruega le recomendó al sistema de pensiones deshacerse totalmente de esos activos. Numerosos fondos con miles de millones se han retirado de ese negocio. Así lo anunció el Banco Mundial (Aizen, 2018, 2015).

      Algunos espíritus se abren a la necesidad de un cambio radical ante la experiencia cotidiana de la catástrofe anunciada. Rifkin consigna que, incluso en los Estados Unidos, el número de negacionistas o escépticos del cambio climático se ha reducido de manera considerable a raíz de las sucesivas catástrofes ambientales que afectan al país, desde huracanes e inundaciones hasta olas de calor e incendios devastadores. Según encuestas realizadas en diciembre de 2018, el 73% de los estadounidenses consideran que el cambio climático está en marcha (un 10% más que en 2005) y casi la mitad (46%) dice haber vivido experiencias ligadas al cambio climático, un 15% más que en 2015 (Rifkin, 2019a: 9-10).

      Cabría preguntarse a qué nos referimos cuando hablamos de movimientos para la justicia climática. Como sostiene Martínez Alier (2020), “Para que haya un movimiento no hace falta una organización. Es erróneo buscar la presencia del movimiento global de justicia ambiental en los cambiantes nombres de las organizaciones antes que en las acciones locales con sus formas diversas y en sus expresiones culturales”.

      Puede suceder que algunas de estas acciones, pese a su masividad, se agoten en la dimensión cultural-expresiva y no alcancen dimensión política. Pero ante la envergadura de la crisis climática, las movilizaciones adquieren contornos sociales y participativos cada vez más amplios y transversales e incluyen a amplios sectores de la ciudadanía que toman conciencia de la gravedad de la crisis y la necesidad de exigir políticas activas urgentes y transformadoras. Estamos ante la emergencia de un nuevo activismo climático, muy vinculado a la juventud, que desborda cualquier organización de base y apunta a conformar, antes que un movimiento social, una sociedad en movimiento.

      En 1988, la tapa de la revista Times mostraba un globo terráqueo atado con varias vueltas de soga y un colorido atardecer como fondo bajo el sugestivo título “Planeta del año: la Tierra en peligro de extinción”. Treinta y un años después, en diciembre de 2019, la portada de la revista publicaba el rostro de la joven sueca elegida como “la persona del año”, con el subtítulo “Greta Thunberg, el poder de la juventud”. Greta fue la persona más joven en aparecer en la portada de la conocida revista. O, en palabras de los editores: “Si bien la revista tiene un largo historial en el reconocimiento del poder de la juventud, nunca antes había elegido a una adolescente”.

      En términos de activismo climático,

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