El colapso ecológico ya llegó. Maristella Svampa
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Una vez más, será necesario imponer modificaciones sustanciales a los ordenamientos jurídicos nacionales para acompañar la transición hacia una economía verde en el contexto del llamado “desarrollo sostenible”. Por ejemplo, muchos bienes comunes deberán cambiar su estatus jurídico para pasar a ser bienes sujetos a la apropiación privada y de esta forma ingresar en los mercados y constituirse en nuevas fuentes de financiamiento. Por otra parte, los procesos de los ecosistemas mercantilizados como “servicios ambientales” crearán nuevos derechos patrimoniales, que serán instrumentados en títulos de crédito o de propiedad para los cuales habrá que crear nuevos mercados. En suma, bajo la denominación engañosa de economía verde, asistimos a la profundización de la mercantilización de la naturaleza, que traerá consigo una rotunda acentuación de los daños y las desigualdades que el capitalismo produjo hasta el presente. Incrementará la apropiación de los territorios de las comunidades locales e indígenas por las empresas transnacionales y estimulará los efectos adversos del neoextractivismo. No por casualidad, numerosas organizaciones y movimientos sociales rechazaron la estrategia de la economía verde –a la cual rebautizaron como “capitalismo verde”– por considerar que, lejos de representar un cambio positivo, propicia una mayor mercantilización de la naturaleza.
El negacionismo climático y sus daños
Ya en 1995 el IPCC había llegado a la conclusión de que las actividades humanas (antrópicas) afectan el clima global. Sin embargo, en 2001, durante la era Bush hijo, los Estados Unidos se retiraron del Protocolo de Kioto, decisión precedida y acompañada por una agresiva campaña negacionista del calentamiento global. Para Naomi Oreskes y Erik Conway –autores de Mercaderes de la duda, libro que aborda la historia de los diferentes negacionismos relacionados con la problemática ambiental y sociosanitaria–, el negacionismo climático tiene sus raíces ideológicas en la defensa del libre mercado y aparece ligado a la Guerra Fría.[15]
En efecto, el negacionismo responde a una matriz ideológica ultraliberal y conservadora, que objeta el rol regulador del Estado. Es un discurso homogéneo que atraviesa diferentes problemáticas ambientales y sanitarias, tanto cuando refiere a la negación de los efectos nocivos del tabaco sobre la salud como cuando rechaza los impactos del calentamiento global. Desde esta perspectiva, cualquier intervención reguladora del Estado supone un atentado contra la libertad de mercado y, por ende, contra la libertad individual. En los Estados Unidos, esta posición involucró durante décadas a un mismo conjunto de actores sociales y políticos que, para poder rechazar la intervención reguladora del Estado, negaban la evidencia científica.
En cuanto al calentamiento global, el parteaguas fue el gobierno republicano de Ronald Reagan (1981-1989), cuya cruzada desreguladora abrió una brecha aún mayor entre los partidos Republicano y Demócrata. Se crearon poderosas instituciones empresariales para incidir en el debate a nivel internacional, negando las bases científicas del calentamiento global y oponiéndose a cualquier tipo de regulación que limitase las emisiones de gases de efecto invernadero. Entre otras, Global Climate Coalition, muy activa entre 1981 y 2002, contó con el apoyo de la petrolera ExxonMobil. Este es un caso paradigmático, dado que en los años setenta y ochenta Exxon contrató a los científicos más calificados para investigar el problema del calentamiento global y “lanzó su propio y ambicioso programa de investigación que estudiaba empíricamente el dióxido de carbono y construía rigurosos modelos climáticos”.[16] Sin embargo, décadas después, la petrolera asumió una posición negacionista e incluso ayudó a evitar que los Estados Unidos ratificaran el Protocolo de Kioto.
Los daños producidos por el negacionismo climático son incalculables y, en términos políticos, de larga duración. Pese al consenso científico imperante, los negacionistas aún cuentan con instituciones para difundir sus mensajes. El ejemplo más conocido es el Instituto Heartland, un think tank neoliberal con sede en Washington y fundado en 1984, que desde 2008 organiza una reunión internacional de escépticos y negacionistas del cambio climático conocida como International Conference on Climate Change (ICCC, que busca emular con sus iniciales al IPCC), por donde han desfilado renombrados políticos de derecha abiertamente negacionistas. El Instituto Heartland ha gastado varios millones de dólares en apoyar todo tipo de esfuerzos para debilitar la ciencia del clima. Entre sus donantes anónimos se encuentran corporaciones energéticas, como ExxonMobil, y fundaciones de extrema derecha, ligadas a Koch Industries.[17]
No es casual que los sectores ultraconservadores defensores del libre mercado vean en el ecologismo un renacimiento del socialismo por otros medios. Las demandas de los ecologistas, que exigen al Estado la instrumentación de políticas públicas destinadas a regular las emisiones de GEI, son entendidas como una nueva trampa asociada al comunismo. En 2008, el expresidente checo Václac Klaus, autor de Planeta azul (no verde), alertaba acerca del “engaño masivo del cambio climático” basado en la (falsa) teoría del calentamiento global, y decía que era “una conspiración comunista”.[18] En América Latina fue Alan García, dos veces presidente de Perú, quien expresó esta idea en 2009 durante un sangriento conflicto con los pueblos amazónicos –conocido como la masacre de Bagua– que se oponían a la expansión de la frontera extractiva. Dejó su testimonio en un recordado artículo publicado en el diario El Comercio:
Y es que allí el viejo comunista anticapitalista del siglo XIX se disfrazó de proteccionista en el siglo XX y cambia otra vez de camiseta en el siglo XXI para ser medioambientalista.[19]
El discurso negacionista del cambio climático tiene otras versiones. En 1998, el profesor danés Bjørn Lomborg publicó El ecologista escéptico, donde proponía rebatir la idea generalizada de que los ecosistemas estaban en peligro con el cornucopiano argumento de la abundancia.[20] Lomborg –cuyo libro es considerado “un ejemplo de manual de mal uso de las estadísticas” (Oreskes y Conway, 2018: 435)– sostenía que los graves pronósticos de científicos y ecologistas buscaban generar temor en la población para que se destinara dinero a salvar el ambiente, mientras otros problemas mucho más acuciantes –como el hambre y la pobreza– quedaban desfinanciados en consecuencia. Apelaba a la remanida y demasiado obvia estrategia de oponer lo social a lo ambiental (tema sobre el cual volveremos) cuando en realidad ambas problemáticas no deben separarse, ya que –como nos lo recuerda la noción de justicia ambiental– el cambio climático y la expansión de actividades contaminantes afectan muy especialmente a los países del Sur y, en ellos, a las poblaciones más vulnerables.
Los ataques negacionistas cuentan con gran respaldo económico y fuerte presencia en los medios de comunicación estadounidenses. Así, las embestidas contra el mundo científico fueron tan intensas que durante un tiempo tuvieron un “efecto paralizante”; algunos sectores se mostraron reacios a plantear propuestas fuertes sobre las pruebas científicas para evitar la ofensiva de sus adversarios; en otros casos, los ataques se desdeñaron por “no científicos” (Oreskes y Conway, 2018: 447). Naomi Klein menciona que en 2007 las tres principales cadenas televisivas de los Estados Unidos difundieron ciento cuarenta y siete noticias sobre el cambio climático; en 2011, en cambio, esas mismas cadenas apenas divulgaron catorce sobre el tema. Un sondeo realizado en 2007 indicó que el 71% de los estadounidenses creía que el consumo continuo de combustibles fósiles transformaría el clima; en 2009 ese porcentaje había caído al 51%, y en junio de 2011 al 44% (Klein, 2015: 52-53).
La justicia climática como eje transversal
Aunque el concepto de justicia climática hizo su aparición oficial en la COP de Bali en 2007, solo dos años más tarde, en 2009, y tras el fracaso de la COP de Copenhague, emergió un movimiento ecológico