El colapso ecológico ya llegó. Maristella Svampa

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El colapso ecológico ya llegó - Maristella Svampa Singular

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de las fronteras de la mercancía en la larga Edad Media para identificar los rasgos de lo que denomina “Capitaloceno”.

      Desde nuestra perspectiva, es necesario propiciar el alcance crítico y desacralizador del concepto, y pensar el Antropoceno en clave de expansión de la mercantilización y las fronteras, lo cual nos obliga a retomar la crítica al capitalismo neoliberal y los modelos de desarrollo dominantes. Esto no significa que debamos abandonar la noción-síntesis. Antes bien, resulta imprescindible subrayar la tensión que lo atraviesa, pues se trata de un concepto en disputa, atravesado por diferentes narrativas no siempre convergentes no solo respecto del comienzo de la nueva era, sino, sobre todo, de las salidas posibles de la crisis sistémica. El Antropoceno como diagnóstico crítico nos desafía a pensar la problemática socioecológica desde otro lugar y cuestiona las dinámicas actuales del desarrollo. Instala la idea de que la humanidad ha traspuesto un umbral y ha quedado expuesta a las respuestas cada vez más imprevisibles y a gran escala de la naturaleza. No se trata solo de una crisis del anthropos. No es solo la vida humana la que está en peligro, sino también la de otras especies y del sistema Tierra en su conjunto.

      El Antropoceno inicia una etapa marcada por las narrativas del fin. Así, no resulta raro que exista una profusa bibliografía acerca del colapso de la civilización humana, ya que no son pocos los especialistas que postulan que el ecocidio –o lo que aquí denominamos “terricidio”– es la mayor amenaza que pesa sobre la sociedad mundial y la vida en el planeta. Si a esto sumamos las igualmente temibles hipótesis de una guerra global y una pandemia, estamos ante factores que lejos de excluirse pueden potenciarse unos a otros hasta coincidir en una combinatoria fatal para la humanidad.

      En este primer capítulo presentaremos los factores que dan cuenta de la crisis socioecológica actual, para luego indagar los avances y retrocesos de la conciencia ambiental a través de las cumbres globales sobre el ambiente y el clima. También nos interesa preguntarnos sobre el esquizofrénico escenario global en el que, por un lado, prosperan los movimientos por la justicia climática y los llamados cada vez más desesperados a frenar el calentamiento global, y por otro, persiste la posición de una élite política y económica favorable a los combustibles fósiles cuyo negacionismo está representado por importantes líderes mundiales.

      El informe “The Carbon Majors” (2017), realizado por una organización sin fines de lucro (Carbon Disclosure Project [CDP]), encontró que más de la mitad de las emisiones industriales mundiales desde 1988 correspondían a veinticinco empresas y entidades estatales. Grandes empresas petroleras como ExxonMobil, Shell, BP y Chevron son algunas de las mayores emisoras de contaminantes. Asimismo, de acuerdo con ese informe, si continúa la extracción de combustibles fósiles al ritmo actual durante los próximos veintiocho años, las temperaturas medias subirán cerca de 4 ºC hacia el final del siglo.

      El segundo factor de alarma se refiere a la pérdida de biodiversidad –la destrucción del tejido de la vida y de los ecosistemas– acelerada por el cambio climático. Baste subrayar que en los últimos decenios la tasa de extinción de las especies ha sido mil veces superior que la normal geológica. Pero los ecosistemas terrestres no son los únicos amenazados. La acidificación de los océanos, producto de la concentración de dióxido de carbono que cambia la química del agua y pone en riesgo la vida de los ecosistemas marinos, es la otra cara del calentamiento global. Por eso se habla de la “sexta extinción”, aunque a diferencia de las cinco anteriores, que se explicaban por factores exógenos (el enfriamiento global o la caída de un asteroide), la hipótesis de una sexta extinción es de origen antrópico, lo cual indica la responsabilidad central de la acción humana y su impacto sobre la vida del planeta.

      Es cierto que las sucesivas extinciones terminaron con una parte importante de las especies debido a factores exógenos, pero la vida en la Tierra siempre mostró una gran capacidad de resiliencia. Donna Haraway (2016), citando a la bióloga Anna Tsing, sostiene que en el Holoceno todavía abundaban las áreas de refugio donde los distintos organismos podían sobrevivir en condiciones desfavorables para luego desarrollar una estrategia de repoblamiento. Lo novedoso y lo drástico del Antropoceno es que implica la destrucción de espacios y tiempos de refugio para cualquier organismo –animal, vegetal o humano–, no solo por la magnitud del proceso sino también por su velocidad. Todo indica que la aceleración de los cambios dificultaría la posibilidad de adaptación. En consecuencia, el Antropoceno es menos una nueva era que una “bisagra” y nos obliga a reconocer que “lo que viene no será como lo que vino antes”.

      Otro de los factores críticos alude a los cambios en los ciclos biogeoquímicos, que son fundamentales para mantener el equilibrio de los ecosistemas. Tal como sucedió con el ciclo del carbono, los ciclos del agua, del nitrógeno, del oxígeno y del fósforo –esenciales para la reproducción de la vida– quedaron bajo control humano en los últimos dos siglos. El aumento desmedido de la actividad industrial, la deforestación, la contaminación del agua y de los suelos por acción de los fertilizantes alteran estos ciclos. Por ejemplo, la creciente demanda de energía implicó una modificación del ciclo del agua mediante la construcción de represas (Castro Soto, 2009). Además de la afectación de los ecosistemas y la pérdida de bienes naturales y del patrimonio cultural que queda sumergido para siempre, las represas han generado entre cuarenta y ochenta millones de personas desplazadas en el mundo.

      Todos estos indicadores reflejan un aumento exponencial de impactos de origen antrópico sobre el planeta a partir de 1950, período en el cual la población mundial se duplicó, el producto bruto global aumentó unas quince veces y el número de automotores cerca de veinte veces (Steffen y otros, cit. en Barros y Camilloni, 2016: 20). El descubrimiento y la utilización de energía abundante y barata fue lo que posibilitó este salto cualitativo en la vida moderna. Hoy por hoy, la huella ecológica global de la humanidad excede la capacidad de regeneración de los ecosistemas. Consumimos una vez y media más de lo que el planeta puede proveer de manera sustentable. De persistir el actual sistema de consumo, hacia 2030 necesitaremos el equivalente a dos planetas Tierra para mantener a la humanidad, y hacia 2050, tres planetas.

      Otro factor de alarma son los cambios en el

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