El colapso ecológico ya llegó. Maristella Svampa
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Escribimos este libro porque estamos convencidos de que no podemos sucumbir a la tentación colapsista y pensar el quiebre civilizatorio como un destino único e inevitable. En una época de distopías globales, en la que –como anticipó Fredric Jameson– “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, nuestro objetivo es repensar un horizonte emancipatorio sin caer en las ciegas repeticiones del pasado ni en nuevos dogmatismos, sin dejarnos atrapar por la figura del desencanto de ciertas izquierdas ni por la melancolía paralizante del catastrofismo.
Tal como muestra la pandemia, todas las grandes crisis producen demandas muy ambivalentes en la sociedad: demandas de solidaridad, de transformación y cambio, pero también de orden y de llamado a un retorno a la normalidad. En el comienzo, asistimos a un fabuloso proceso de liberación cognitiva, nos instalamos en un portal que abre a nuevos horizontes y alternativas, que vuelve posible aquello que ayer era visto como imposible. Así, todavía estamos en un escenario en el cual se puede apostar al cuidado y pensar al Estado como agente de redistribución. Podemos debatir sobre el ingreso universal ciudadano y el impuesto a las grandes fortunas. Creemos que, pese a lo horroroso de la pandemia, el “retorno a la normalidad” o la llamada “nueva normalidad” es una falsa solución, que volver al crecimiento económico, tal como lo conocimos hasta ahora, no es una salida. Esto supone entender que la suerte no está echada, que existen oportunidades para una acción transformadora en medio del desastre.
Así, el año de la gran pandemia nos instaló en una encrucijada civilizatoria, de cara a nuevos dilemas políticos y éticos que exigen repensar la crisis económica y climática desde un nuevo ángulo, tanto en términos multiescalares (global/nacional/local), como geopolíticos (relación Norte/Sur bajo un nuevo multilateralismo). Podríamos formular el dilema de la siguiente manera: o nos encaminamos hacia una nueva normalidad, de la mano de una globalización neoliberal más autoritaria, con más extractivismo y más precarización, en el marco de un “capitalismo del caos”, con mercados y fronteras nacionales más estrictos; o bien, sin caer en una visión ingenua, la crisis puede habilitar la construcción de una globalización más democrática, ligada al paradigma del cuidado, por la vía de la implementación y el reconocimiento de la solidaridad y la interdependencia como lazos sociales e internacionales, así como de políticas públicas orientadas a una nueva agenda, un gran pacto ecosocial y económico que aborde conjuntamente la justicia social y ambiental.
Parafraseando a José Carlos Mariátegui, uno de los intelectuales marxistas más emblemáticos de América Latina, debemos utilizar las herramientas que nos brinda el pensamiento político y socioecológico del Sur, no como “dogma”, no como fórmula o rótulo, sino como “brújula” en nuestro viaje. Así, este libro no aspira a proveer un itinerario establecido de antemano sino, precisamente, una brújula, una carta geográfica, pues lo que necesitamos en la hora actual, como afirmaba lúcidamente Mariátegui, es “pensar con libertad”, y “la primera condición es abandonar la preocupación de la libertad absoluta”. Y concluye: “El pensamiento tiene la necesidad estricta de rumbo y objeto. Pensar bien es, en gran parte, una cuestión de dirección o de órbita” (Mariátegui, 1995). De eso trata El colapso ecológico ya llegó.
[1] Ambos proyectos legislativos contaron con el asesoramiento de uno de los autores de este libro.
[2] Ignacio de la Rosa, “Mendoza vive la mayor crisis hídrica desde que hay registros oficiales”, Los Andes, 9/10/2019, disponible en <www.losandes.com.ar>.
1. Del fracaso de las COP al movimiento por la justicia climática
El Antropoceno y el terricidio como nuevo umbral
La realidad acuciante de la crisis climática nos revela un planeta cada vez más inhóspito, atravesado por fenómenos climáticos extremos: huracanes y supertifones de inusitada frecuencia, diluvios bíblicos e inundaciones sin fin, incendios que arrasan millones de hectáreas y exterminan la vida vegetal y la de miles de animales no humanos en los cinco continentes, sequías que rebasan cualquier récord histórico, acelerado derretimiento de los glaciares, entre los más visibles. Los fenómenos meteorológicos extremos y la variabilidad del clima nos arrojan a un fluir espaciotemporal diferente, marcado por mutaciones bruscas de efectos perdurables. Las amenazas son constantes y pueden ser directas –olas de calor, desertificación, inundaciones– o indirectas –propagación de enfermedades transmitidas por distintos vectores, aumento de refugiados climáticos, emigración y guerra, por nombrar solo algunas–.
¿Es el capitalismo el que nos ha llevado hasta este precipicio, el que nos ha dejado al borde del abismo o del “terricidio”, como señala la referente mapuche Moirá Millán?[3] Sin duda, ninguna lectura de la crisis socioecológica/climática actual puede dejar de incluir una mirada de largo plazo sobre la dinámica histórica del capitalismo y su vínculo con un determinado régimen ecológico/ambiental y sobre la visión antropocéntrica que permea nuestra civilización.
Vivimos una época rica en conocimientos y saturada de información, mucha más de la que podríamos absorber y procesar en siete vidas consecutivas. El nuestro es un tiempo de crisis prolongadas y probables colapsos que el Antropoceno, en cuanto compendio de conocimientos y diagnósticos, no se ha cansado de anunciar. El Antropoceno designa un nuevo período, en el cual el humano representa una fuerza transformadora con alcance global y geológico. El ingreso a esta nueva era geológica instala la idea de que hemos traspuesto un umbral peligroso, cuyas manifestaciones más evidentes son el calentamiento global y sus consecuencias sobre la crisis climática. El término “Antropoceno” –del griego ἄνθρωπος (anthropos), hombre, y καινός (kainos), nuevo o reciente– fue propuesto, entre otros científicos, por el químico Paul Crutzen (2006) en 2000 para sustituir al Holoceno, período caracterizado por la estabilidad climática, de entre diez y doce mil años de duración, que permitió la expansión y el dominio del ser humano sobre la Tierra.[4]
El concepto de Antropoceno pronto se trasladó al campo de las ciencias de la Tierra, como también a las ciencias sociales y humanas e incluso al ámbito artístico, por lo cual devino una suerte de “categoría síntesis”, esto es, un punto de convergencia para geólogos, ecólogos, climatólogos, historiadores, filósofos, artistas y críticos de arte. Según las visiones más críticas, los grandes cambios de origen antrópico o antropogénico que hacen peligrar la vida en el planeta están ligados a la dinámica de acumulación del capital y los modelos de desarrollo dominantes, cuyo carácter insustentable ya no se puede ocultar ni disimular.
Para diversos especialistas y científicos habríamos ingresado al Antropoceno hacia 1780, esto es, en la era industrial, con la invención de la máquina de vapor y el comienzo de la explotación y el consumo de combustibles fósiles. A partir de 1945, a esta primera fase siguió “la gran aceleración”, cuando los indicadores de actividad humana van desde la mayor petrolización de las sociedades y la concentración atmosférica del carbono y el metano hasta el aumento de las represas, sin olvidar los cambios cruciales en el ciclo del nitrógeno y del fósforo, y la drástica pérdida de biodiversidad.
Para el Anthropocene Working Group –integrado por geólogos de la Universidad de Leicester y del Servicio Geológico Británico bajo la dirección de Jan Zalaslewicz–, el planeta habría iniciado una nueva era geológica hacia 1950, con la presencia