Justificación. N.T. Wright

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Justificación - N.T. Wright JU1/ACADEMICO

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sugieren algunas versiones del posmodernismo, que la historia haya alcanzado su punto de Game Over. No estamos siendo arrojados a un presente interminable que se extiende sin rumbo hacia el vacío. El mensaje de justificación revela la falacia de la mentalidad neoliberal actual que manufactura una realidad monocromática e insiste en que la rica variedad de la vida debe sacrificarse en el altar del mercado para ser declarada digna. ¿Ante qué dioses y deidades se erigen esos altares?

      Por lo tanto, en lugar de ver a nuestro continente, sus habitantes, sus paisajes como atados a los grilletes de su larga historia de violencia y violación colonialista, volvamos nuestros ojos a una justificación, cuyas raíces se hunden profundamente en un pacto de resistencia y celebración entre Dios, el medio ambiente y las personas. Redescubramos la relevancia de tal mensaje. Las palabras de Wright muestran el camino. Pero, eso sí, prepárense para la gimnasia exegética que les espera.

      1 Elsa Támez, Contra toda condena: La justificación por la fe desde los excluidos, San José, Costa Rica: Editorial DEI, 1991.

      PrÓLOGO

      Cuando escuché acerca del libro de John Piper, The Future of Justification: a Response to N. T. Wright, me debatí entre dos reflexiones. Por un lado, como dicen, al actor no le importa si su papel es el del héroe o el del villano siempre y cuando su nombre figure en la marquesina. Por otro lado, existe el peligro de que, si la gente te identifica solo como el villano, la imagen pueda permanecer al punto que ya puedas desempeñar otro papel. así que, a pesar de mi reticencia inicial a dejarme llevar por los detalles del debate cuando estoy realmente demasiado ocupado con otras cosas, finalmente decidí ofrecer una respuesta inicial.

      Digo “respuesta inicial” porque de ninguna manera creo que este libro sea una palabra final. Piper es tan solo uno entre un número creciente de académicos que, por temor a que la gran tradición Reformada de lectura y predicación paulinas esté siendo atacada, ha salido en su defensa, al punto de que cada semana que transcurre nos trae un nuevo lote de respuestas cargadas de preocupación y ansiedad a “la nueva perspectiva de Pablo”, a mí y a algunos de sus exponentes. No puedo entrar a debatir con todo eso. En efecto, hay muchos escritores importantes con los que simplemente no puedo interactuar en detalle. Espero, eso sí, como lo digo en el primer capítulo, esbozar algo más parecido a un ejercicio de rodeo por los flancos que a un ejercicio de desafío directo en todos los frentes posibles. Esto último —el ataque frontal— resultaría en una lucha cuerpo a cuerpo, no solo en cada renglón de Pablo, sino también en torno a lo que todos han dicho sobre cada uno de esos renglones. Hay un lugar para esa clase de libro, pero este es de un orden diferente.

      Entonces, ¿de qué se trata todo esto? Un simpático crítico inglés proveniente de una parte de la iglesia que generalmente no se preocupa demasiado por los detalles de “la doctrina de la justificación” habló de un toma-y-dame de textos y combates teológicos. Con eso quiso decir no se trata nada más que de un torneo intramuros puesto en escena solamente para aquellos a quienes les gusta ese tipo de cosas, pero no algo relevante para las preocupaciones de envergadura de las que se ocupa la iglesia. No se sorprendan si les digo que yo no comparto esa opinión. La justificación es muy importante. Los debates que se han dado alrededor de esa doctrina en una variedad de contextos son en realidad los puntos cardinales de muchos otros problemas a los que todos nos enfrentamos.

      ¿Qué es lo polémico, entonces, en todo esto? De eso es, por supuesto, de lo que el libro se trata. Sin embargo, puede ser provechoso señalar brevemente en dónde están algunos de los principales puntos de presión.

      En segundo lugar, la cuestión que se plantea es sobre los medios de salvación; cómo se consuma la salvación. Aquí, John Piper y la tradición que él representa han dicho que la salvación se logra por la gracia soberana de Dios, la cual opera a través de la muerte de Jesucristo en nuestro lugar y en nuestro nombre, y que uno se debe apropiar de la salvación solo por la fe. Estoy de acuerdo al cien por ciento. No hay una sílaba en ese resumen de la que yo pueda tener queja alguna. Con todo, falta algo, o, mejor dicho, alguien ha desaparecido. ¿Dónde está el Espíritu Santo? En algunos de los grandes teólogos Reformados, nada menos que en el mismo Juan Calvino, la obra del Espíritu es tan importante como la del Hijo. Sin embargo, no puedes simplemente ir y agregar al Espíritu al final de la ecuación y esperar que siga conservando la misma forma. Parte de mi alegato en este libro es que la obra del Espíritu se tome en serio en relación tanto con la fe misma de la persona cristiana como con la forma en que esa fe “actúa mediante el amor” (Gálatas 5.6). La manera en que la fe impulsada por el Espíritu actúa en forma concreta a través del amor y todo lo que fluye de él explica cómo se hace completo el rescate final de Dios a favor de su pueblo, que lo saca de la muerte misma (Romanos 8.1-11).

      En tercer lugar, viene la pregunta sobre el significado de la justificación; a qué se refieren en realidad ese término y los conceptos afines. Algunos cristianos usan “justificación” y “salvación” como si fueran palabras intercambiables, pero esto es claramente erróneo frente a la escritura misma. La “justificación” es el acto de Dios por el cual las personas son “declaradas justas” delante de él. Es así como lo dicen los grandes teólogos de la Reforma, John Piper incluido. Y así es, en verdad. Por supuesto. Pero, ¿qué implica esa declaración? ¿Cómo se produce? Piper insiste en que la “justificación” significa la “imputación” de la “rectitud” —la obediencia perfecta de Jesucristo— a la persona pecadora, revistiéndola con ese estado de rectitud, de justicia imputada, desde el primer momento en que tiene fe hasta su llegada final al cielo (Piper, 9).

      Entiendo la fuerza de esa propuesta y el sentido de seguridad que aporta. Además, estoy de acuerdo en que la doctrina de la justificación ofrece, de hecho, un sentido de seguridad, tal como lo expone Pablo. Con todo, como sostengo en este libro, la forma como Pablo procede no corresponde a la de Piper. La doctrina de justificación en Pablo es el lugar de encuentro de cuatro temas que Piper, y otros como él, se las han ingeniado para ignorar o dejar de lado.

      En primer lugar, la doctrina de justificación en Pablo es acerca de la obra de Jesús, el Mesías de Israel. No se puede entender lo que Pablo dice acerca de Jesús —ni sobre el significado de su muerte para nuestra justificación y salvación— a menos que se vea a Jesús como aquel en quien “todas las promesas de Dios encuentran su Sí” (2 Corintios 1: 20). Para muchos escritores del estilo de Piper, la larga historia de Israel parece funcionar simplemente como telón de fondo, una fuente de textos de prueba y tipos, más que como la historia de los propósitos salvíficos de Dios. Piper y otros como él me han acusado de minimizar el significado de la muerte salvífica, de hecho, substitutiva, de Jesús en la doctrina de la justificación de Pablo. Espero que este libro les dé a tales elucubraciones su debido descanso, mientras les recuerdo a mis críticos cómo esa parte de la teología de Pablo realmente funciona.

      En segundo lugar, la doctrina de la justificación en Pablo trata, por lo tanto, acerca de lo que bien podemos llamar el pacto —el que Dios hizo con Abraham—; el pacto cuyo propósito fue desde el principio un llamado a una familia mundial a través de la cual los propósitos salvadores de Dios para el mundo se harían realidad. Para Piper, y muchos como él, la sola idea de un “pacto”

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