Justificación. N.T. Wright
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De hecho, él escribe como alguien que, una vez la polvareda se asienta, comparte mi propia preocupación. Cuando salió su libro, Piper me envió una copia en la que escribió amablemente de su puño y letra: “Para Tom, con amor, admiración y preocupación y con el deseo y oración de que Jesucristo, el Señor del universo, que sostiene nuestras vidas en sus manos, nos lleve a una sola mente por amor a la plenitud de su gloria y para el bien de este mundo que gime”. Ese es mi deseo y oración también.
La tierra gira alrededor del sol. Jesús es el héroe de la obra, y nosotros actores secundarios; se nos han concedidos roles como el del CRIADO 3 y el del LACAYO 7, que aparecen por un momento, dicen una palabra y desaparecen de nuevo, orgullosos de haber compartido el escenario con él y, por un momento, haber sido una pequeña parte de su acto. Es porque siento que esa imagen es palpable en el trabajo de John Piper y porque, a diferencia de algunos de mis críticos (¡incluyendo algunos cuyas palabras están citadas en la contraportada de su libro!), ha sido escrupulosamente justo, cortés y generoso en todos nuestros intercambios, que escribo, no con un corazón agraviado (“Oh, ¿todo para qué? Él nunca lo va a entender. ¡que piense que el sol le da la vuelta a la tierra si lo hace feliz!”), sino con la esperanza de que tal vez, solo quizás, si nos tomáramos un tiempo, sacáramos más libros —y quizás telescopios—, se encenderá la lámpara, el momento eureka sucederá, la nueva cosmovisión hará clic y todo quedará claro. Críticos, por favor, tengan en cuenta lo siguiente: Yo no espero permanecer inmutable durante el proceso. No estoy defendiendo una fortaleza llamada “La Nueva Perspectiva” contra todos los que recién llegan al asedio. Espero no solo aclarar más las cosas de lo que lo he hecho antes, sino también verlas más nítidas que antes como resultado de haber tenido que articularlo todo, una vez más. Quizás, si logro ver las cosas más claras, pueda tener éxito al expresarme.
A propósito; en este punto, las preguntas sobre la “nueva perspectiva” y sus diversos rivales se vuelven menos importantes. Por momentos, desearía que la frase nunca hubiese sido acuñada. Tal vez por razones freudianas, había olvidado por completo que yo mismo la inventé (en realidad la tomé de Krister Stendahl) hasta que J. D. G. Dunn —a quien normalmente se le atribuye— señaló gentilmente que me oyó decirla en mi Conferencia Tyndale de 1978, en la que —como bien recuerdo— él estaba sentado en primera fila.7 Mi relación con Jimmy Dunn —a veces tormentosa, a veces desconcertante, ahora feliz (me sorprendió y honró al dedicarme su reciente y gran libro The New Perspective on Paul [2008]; mi ofrenda de gratitud es mi reconocimiento a una larga y prolongada amistad, tan profesional como enredada)— debe contarles a los espectadores lo más importante sobre la nueva perspectiva; es decir, que no hay tal cosa como La nueva perspectiva (¡a pesar del título de su libro!). Solo hay una familia dispar de perspectivas, con más o menos rasgos familiares y, en su interior, con disputas y rivalidades feroces entre hermanos. No hay un frente unido (como la famosa “Cofradía de David contra los filisteos” de Schumann, que luchaba contra Rossini, por un lado, y Wagner, por el otro) haciendo retroceder con los cuernos de toro de la erudición bíblica liberal a las hordas recalcitrantes de la Confesión de Westminster. No es así como funciona este asunto.
De hecho, cualquiera que preste mucha atención al trabajo de Ed Sanders, Jimmy Dunn y al mío (por alguna razón, a menudo se nos menciona como los culpables principales.8 ¿Por qué no Richard Hays? ¿Por qué no Douglas Campbell, o Terry Donaldson, o Bruce Longenecker?)9 verá que tenemos al menos tanto desacuerdo entre nosotros como los que tenemos con los que están fuera de ese círculo (muy pequeño y para nada encantador).
Jimmy Dunn y yo hemos estado en desacuerdo durante los últimos treinta años en la Cristología de Pablo, en el significado de Romanos 7; más recientemente en torno a pistis Christou y, quizás lo más importante, en la cuestión del exilio continuo de Israel. Ed Sanders no ha tenido ninguna razón particular para estar en desacuerdo conmigo; no soy consciente de que él se haya interesado demasiado en todo lo que he escrito, pero mi gratitud por el estímulo de su trabajo ha sido alegremente igualado por mis desacuerdos principales con él en cada punto, no solo de detalle, sino también de método, estructura y significado. Recuerdo bien un semestre académico en Oxford, cuando yo daba mis clases sobre Romanos a las 11 a. m. los lunes, miércoles y viernes, y las clases de Ed Sanders sobre la Teología de Pablo eran a las 10 a. m. Los estudiantes pasaban directamente de su aula a la mía y, en más de una ocasión, dije algo que provocó una oleada de risas: había contradicho, exacta pero involuntariamente, lo que Sanders acababa de decir la hora anterior.
Todo eso es anecdótico, pero quizás significativo. Los críticos de la “nueva perspectiva” —que comenzaron temiéndole a Sanders— no deberían asumir que Dunn y yo estamos bajo la misma bandera. De hecho, tal como dice otro viejo amigo, Francis Watson, es hora de ir más allá de la “nueva perspectiva”, para desarrollar diversas formas de leer a Pablo que le hagan más justicia histórica, exegética, teológica y (se espera) pastoral y evangelística.10 Esto puede implicar que debamos recuperar algunos elementos de la llamada “antigua perspectiva”; igualmente, Piper y otros como él no deberían brindar tan pronto. Las ovejas perdidas no están regresando al redil de la Reforma, excepto en el sentido de que, al menos para mí, ellas siguen absolutamente comprometidas con el método de los Reformadores consistente en cuestionar todas las tradiciones a la luz de las escrituras. Es hora de seguir adelante. En realidad, creí haberlo indicado en el título de mi último libro sobre Pablo, aunque el editor estadounidense, en cierto sentido, lo silenció (el título en la edición británica es Pablo: nuevas perspectivas, y se convirtió en Pablo en nueva perspectiva en la edición estadounidense). De todos modos, lo que sigue no es una defensa de algo monolítico llamado “la nueva perspectiva”, no se trata de rescatar algunas de las cosas extrañas que dijo Ed Sanders, sino que es un intento por arrojar una vez más a Pablo, sus cartas y teología a un debate implícito y a veces explícito con, al menos, algunos de los que alzaron su voz de alarma cuando intenté hacerlo antes.
Bueno, al menos algunos. Ahora hay mucha gente escribiendo sobre todos estos asuntos. El reciente y provechoso libro de Michael Bird tiene una bibliografía de dieciocho páginas, principalmente de obras inglesas y estadounidenses (hay mucho más: los alemanes, para no ir muy lejos, no están inactivos), y el sitio de Internet Paul Page actualiza constantemente esta bibliografía.11 Incluso, si yo pudiera dedicar todo mi tiempo al diluvio cada vez mayor de literatura, por no mencionar los estudios cada vez más amplios sobre el judaísmo, el paganismo y el cristianismo del siglo I, que lo pondrían todo en su contexto apropiado, y a los nuevos comentarios sobre libros particulares, sería difícil seguirles el ritmo. Tengo, como decimos, un “empleo” que es bastante exigente, y que incluye, pero va mucho más allá, mis responsabilidades de exponer y defender la enseñanza de la Biblia (el hecho de que esté terminando este libro durante las Conferencia Lambeth 2008 habla por sí mismo). Claramente, me es imposible involucrarme explícitamente, de la manera que a uno le gustaría, con más de una porción de las investigaciones recientes más relevantes. Sin embargo, creo que podemos hacer una virtud de esta necesidad. Muchos de los libros y artículos en cuestión han dado en el blanco en su interacción con la literatura secundaria, al punto de que la letra pequeña de las notas al pie ocupa hasta la mitad de cada página. Yo mismo tuve mi tiempo en el que escribí un buen número de notas al pie. Ellas tienen su potencial para la elegancia e, incluso, el humor (cuando mis padres revisaron mi tesis doctoral, la apodaron “El Libro Oxford de notas al pie”; cuando hicieron lo mismo con mi hermano Stephen, algunos años después, se llamó “El Libro Durham de notas al pie”). Pero, para la mayoría de los lectores, incluso para la mayoría de los lectores académicos, tal forma de escribir puede volverse turbia y escolástica, con el texto y las preguntas principales sepultadas bajo un montón de escombros polvorientos. Recuerdo al tan extrañado Ben Meyer cuando hablaba de aquellos que