Justificación. N.T. Wright
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Para usar una metáfora peligrosa: hay dos formas de ganar una batalla. Puedes hacer tu mejor esfuerzo para matar tantos enemigos como puedas hasta que te queden pocos o puedes flanquearlos para que se den cuenta de que su posición es insostenible. Buena parte de la literatura reciente ha estado probando con el primer método. Este libro le apunta al segundo. Sé que habrá muchos soldados de infantería que seguirán escondiéndose en la jungla, creyendo que van ganando; pero espero que la próxima generación, ya sin el peso de reputaciones preexistentes a perder ni posiciones a defender, capten el mensaje.
II
Otra imagen viene a mi mente. A veces, frente a un rompecabezas, uno se siente tentado a armar lo que aparenta ser más fácil e ignorar la mitad de las piezas. ¡Ponlas de nuevo en la caja! ¡No puedo con todo! El resultado es, por supuesto, que el rompecabezas se torna más difícil. Sin embargo, uno puede imaginar que alguien, tras esa decisión inicial tan desastrosa, trata de remediar la situación con fuerza bruta, uniendo piezas que de todos modos no encajan en el afán de crear algún tipo de imagen. (Me recuerda el viejo chiste de los exoficiales de la Stasi, la policía secreta de Alemania del Este. Para saber qué trabajos podrían ser adecuados para ellos en la nueva Alemania, se les exigió tomar una prueba de inteligencia. Les dieron un marco de madera con varios huecos de diferentes formas y un conjunto de bloques de madera que encajarían en ellos. Cuando se completó la prueba, todos los bloques habían sido puestos en los marcos; pero resultó que, si bien algunos de los exoficiales eran bastante inteligentes, la mayoría eran simplemente muy, muy fuertes).
La aplicación de esta imagen del rompecabezas debería ser obvia. Al prepararme para escribir este libro, leí rápidamente no solo los textos clave que quería tratar, sino también artículos sobre justificación en los diccionarios teológicos y bíblicos que estaban a mi alcance. Una y otra vez, incluso allí donde los autores parecían prestar mucha atención a los textos bíblicos, varios de los elementos clave en la doctrina de Pablo simplemente no estaban: Abraham y las promesas que Dios le hizo, la incorporación a Cristo, la resurrección y la nueva creación, la comunión entre judíos y gentiles, la escatología en el sentido de un plan orientado por Dios a un propósito a través de la historia y, no menos importante, el Espíritu Santo y la formación del carácter cristiano. ¿Dónde estaban? La lectura de textos como Romanos y Gálatas hace que sea difícil imaginar cómo se podrían escribir tres oraciones sobre la justificación sin incluir la mayoría de esos elementos, pero esos artículos lo lograron.12
Tampoco son solo temas los que no aparecen. Puedes darte cuenta de la calidad de cualquier libro acerca de Pablo con tan solo observar qué pasajes no figuran en el índice. Sorprendentemente, John Piper no plantea ninguna discusión sobre Romanos 2: 25–29 ni 10: 6–9, pasajes absolutamente cruciales en Pablo y en mi exposición sobre el apóstol. De igual manera, no trata en ningún momento con lo que, para mí, es central: la comprensión de Pablo de la promesa de Dios a Abraham en Génesis 15. Su única referencia a este capítulo consiste en decir que Pablo “recoge el lenguaje de la imputación” del Génesis. En este punto, Piper coincide exactamente con Ed Sanders con respecto al uso del primer libro por parte de Pablo. Los dos consideran que, para el apóstol, Génesis es simplemente una conveniencia incidental. No hacen referencia al contexto más amplio ni —mucho menos— tienen en cuenta el lugar de Génesis 15 dentro de una de las narraciones rectoras en Pablo. Ni siquiera Jimmy Dunn, en la discusión de si Pablo es un “teólogo del pacto”, consigue abordar la pregunta de por qué Génesis 15 es elegido no solo como un texto de prueba, sino como el tema subyacente a dos de sus capítulos de mayor importancia.13
Otro ejemplo es la revisión peculiarmente atractiva, sustancial y académica del tema, elaborada por Stephen Westerholm.14 A pesar de los comentarios positivos que académicos de primer orden imprimieron en la parte posterior de su libro, Westerholm dejó dos tercios de las piezas del rompecabezas guardados en la caja. Al cabo de más de cuatrocientas páginas, uno no se entera de que, para Pablo, la justificación está estrechamente entrelazada con la noción de “estar en Cristo” —incluso si se tiene en cuenta que el enfrentamiento entre las categorías “jurídicas” y “participacionistas” ha dominado la discusión principal de la teología de Pablo durante cien años, con el trabajo de Sanders como otro punto prominente (siguiendo a Schweitzer y muchos otros) en la elevación de la “participación” a la posición primaria. Westerholm omitió un tema completo, a pesar de que muchos, nada menos que de la tradición Reformada —a diferencia de la luterana—, han indicado que es, de hecho, el contexto apropiado para comprender la justificación en sí.
Quizás esto está relacionado con el hecho de que Westerholm, uno de los más destacados voceros contra la nueva perspectiva en la actual producción literaria, no parece notar la existencia y, mucho menos, la importancia, de “la justicia imputada de Cristo” que, para Piper y otros, es el problema central; tal vez, también esté relacionado con el hecho de que Westerholm ubica a C. E. B. Cranfield en su relato dentro de la intelectualidad “luterana”, a pesar de reconocer que Cranfield es miembro indiscutible del campamento “Reformado” y que ha invertido gran parte de su carrera académica en tratar de arrancar la lectura de Pablo de las manos de un aparente luteranismo antinomiano. Son muchas las piezas del rompecabezas que este tipo de tratamiento barrió debajo de la mesa.
Me parece que el apóstol Pablo nos obliga a prestar atención a dos fichas del rompecabezas en particular, ninguna de ellas especialmente característica de la “antigua” o de la “nueva” perspectiva. En realidad, son dos piezas que van juntas, muy cercana la una de la otra.
En primer lugar está el uso rico y sutil que Pablo hace del antiguo Testamento. Aquí, sigo —y luego voy más allá— el trabajo fecundo de Richard Hays.15 Cuando Pablo cita las escrituras, por lo regular tiene la intención de referirse no solo a las palabras expresamente citadas, sino a todo el pasaje. Una y otra vez, cuando buscas el capítulo desde el cual él toma la cita, una corriente de luz fluye de regreso al argumento real de Pablo. Entre muchos ejemplos favoritos, menciono 2 Corintios 4: 13: “Tenemos el mismo espíritu de fe —declara Pablo— según las escrituras: ‘Creí, por tanto, hablé’; así que nosotros creemos, y así hablamos”. ¿Qué es lo que la cita del Salmo 116: 1016 añade a su argumento? Con seguridad, creer-por-tanto-hablar resulta obvio, ¿no es así? ¿No es eso lo que uno normalmente hace? Sí, pero lee el Salmo entero: el que conocemos como 116 en hebreo y en español, que la Septuaginta divide en dos. Es una oración de alguien que sufre terriblemente, pero que confía en Dios y es liberado. En otras palabras, es exactamente la oración de alguien en la situación de Pablo en 2 Corintios 4. Pablo tiene todo el Salmo en mente, y quiere que sus lectores también capten sus “ecos”. Este principio de interpretación, ahora está ampliamente establecido como, al menos, un camino entre otros para entender el uso que hace Pablo de las escrituras. No es un rasgo peculiar ni, de hecho, particularmente característico de la “nueva perspectiva” —aunque es típico de varias tendencias en el judaísmo del Segundo Templo, cuyo estudio es importante, aunque controversial, como uno de los elementos de la “nueva perspectiva”.
En segundo lugar —y en lo que a mí respecta, una pieza del rompecabezas que es absolutamente central para Pablo—, está la comprensión que el apóstol tiene de la historia de Israel y del mundo entero como una narración continua, única, que, habiendo alcanzado su clímax en Jesús el Mesías, ahora se desarrolla en las formas originales y frescas que Dios el creador, el Señor de la historia, siempre quiso. Esta también es una idea judía característica del Segundo Templo, aunque, nuevamente hay que decirlo, no ha sido prominente en la “nueva perspectiva”.
Esto es tan importante para todo lo que voy a decir, que necesito explicarlo un poco más. Destacar la lectura paulina de “la historia de Israel” no es simplemente una cuestión de “teología narrativa” en el sentido reducido de que, mientras que algunas personas prefieren hacer teología en proposiciones