Justificación. N.T. Wright
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Justificación - N.T. Wright страница 11
6 Ver Olson, 2007.
7 Ver Wright, 1978.
8 Por ejemplo, en Piper, 2007: 27.
9 Por ejemplo, Hays, 1989; 2002; 2005; Campbell, 2005 (y su más próximo trabajo, The Deliverance of God); Donaldson, 1997; y Longenecker, 1998.
10 Watson, 2007.
11 http://www.thepaulpage.com/new-perspective/bibliography/; ver Bird, 2007: 194–211.
12 Debo citar una excepción honorable. El gran erudito conservador J. I. Packer, en su artículo en el New Bible Dictionary, incluye prácticamente todos los elementos mencionados arriba, de modo que, aunque cuestiono algunos aspectos de su síntesis, con todo, ofrece una imagen mucho más completa que la mayoría de sus rivales. Ver Packer, 1962.
13 Dunn, 2008: cap. 20.
14 Westerhom, 2004.
15 Especialmente Hays, 1989.
16 Sal. 5 en la LXX.
17 Referenciado en Wright, 1978. Ver especialmente Käsemann, 1971: 60–78 y Stendahl, 1976: 78–96.
2
Reglas de participación en la discusión
I
Cualquiera que intente escribir sobre Pablo o, para el caso, sobre alguien que haya escrito muchos libros acerca de temas interrelacionados, se enfrenta a una elección. O trabaja a través de los textos existentes y lidia con los problemas a medida que van apareciendo —en cuyo caso repetirá lo que ya discutió sobre temas particulares, o deberá reunirlos en un solo lugar—; o bien, selecciona los temas que considere importantes y luego los trabaja, tratando los textos relevantes a medida que aparecen —en cuyo caso, repetirá sus comentarios sobre los libros individuales o, de nuevo, tendrá que reunirlos en un solo lugar. Resultados: obtiene comentario más sistema o sistema más comentario.
Este dilema puramente estructural, que podrías enfrentar sea que estés discutiendo sobre Aristóteles o Jane Austen, tiene una ventaja teológica cuando los libros con los que tratamos forman parte del Texto Sagrado. Por supuesto, la investigación histórica sobre el Nuevo Testamento está abierta a todos, sean judíos o cristianos, ateos o agnósticos. Pero el debate actual sobre Pablo y la justificación se está dando entre personas que, en su mayoría, declaran su lealtad a la escritura en general y, quizás, a Pablo en particular, como el lugar y el medio a través del cual el Dios viviente ha hablado —y aún habla— con una autoridad capaz de transformar la vida. Esto debería significar, aunque no siempre es así, que la exégesis —la atención puesta en el flujo real del texto, las preguntas que plantea y las respuestas que aporta, incluso sobre sí mismo— debe seguir siendo el principio y el fin del proceso. Llena todos los espacios con toda la sistematización que quieras; todos lo hacemos. No tiene nada de malo y hay mucho que decir al respecto, especialmente cuando implica una cuidadosa comparación de diferentes tratamientos de temas similares en diferentes contextos. Pero comienza con la exégesis, y recuerda que el final, el horizonte que visualizas, no es un sistema que luce bien ordenado entre tapas duras en un estante al que alguien pueda ir para buscar las “respuestas correctas”, sino más bien el sermón, la lectura pastoral compartida, la palabra bíblica para un Sínodo o para otra reunión formal de la iglesia, o la vida de testimonio del amor de Dios; todo aquello a través de lo cual se construye y se estimula a la iglesia para la misión, se desafía al creyente, se transforma y se nutre la fe, y se enfrenta al incrédulo con la noticia impactante, pero alegre, de que el Jesús crucificado y resucitado es el Señor del mundo. Eso es dejar que las escrituras sean escrituras.
La Biblia, en otras palabras, no existe para darles autoridad a las diferentes respuestas de las preguntas que plantea —ni siquiera cubre con manto de autoridad las respuestas a las preguntas que surgieron en tiempos especialmente turbulentos, como los siglos XVI y XVII. Eso no quiere decir que uno no pueda deducir de las escrituras las posteriores respuestas apropiadas a tales preguntas, sino que tienes que tener cuidado y reconocer que eso es, en efecto, lo que estás haciendo. Un escritor ya mayor, en un volumen muy citado en la discusión actual, declara que Pablo usó la terminología del Antiguo Testamento (específicamente, la frase “la justicia de Dios”) “no simplemente porque los falsos maestros buscaran usar el Antiguo Testamento contra él, sino porque el Antiguo Testamento proporciona la revelación de dónde debe entenderse la salvación en Cristo” (Edmund Clowney en Carson: 1992, 44). Una tormenta en un vaso de agua. Sabemos, al parecer, de antemano, que “la salvación en Cristo” es el tema a tratar. Por alguna razón, Pablo usa el lenguaje del Antiguo Testamento para abordarlo. Pues bien, esto no fue solo por razones polémicas, sino porque las escrituras le daban la autoridad de la revelación. a Clowney nunca se le ocurrió, aparentemente, que Pablo podría haber querido discutir la justicia de Dios, como muchos otros judíos del siglo I lo hicieron, en y por su propio bien; y nunca se le ocurrió que la estructura de la carta a los Romanos, y la de muchos temas en ella, declara que eso es precisamente lo que él estaba haciendo. Después de todo, Romanos es un texto que trata principalmente acerca de Dios. Junto a, tal vez, Génesis e Isaías, Romanos es la sección más obviamente heliocéntrica de toda la Biblia. Nosotros giramos alrededor del sol, no al revés.
Si vamos a prestarle una atención primaria a las escrituras en sí, es de importancia vital que le reparemos en el flujo real de las epístolas, en su contexto (al grado en que podamos discernirlo), y en los argumentos específicos que se articulan en cualquier momento. Debemos preguntar, con cada epístola, cada sección principal, cada subsección, cada párrafo, cada oración y cada palabra: básicamente, ¿de qué está hablando Pablo? ¿Qué está diciendo sobre el tema? ¿Qué relación (si la hay) tiene esta discusión con las preguntas que queremos hacer? Si estas últimas hacen demasiado ruido en nuestra cabeza, podríamos llegar a suponer que Pablo las está respondiendo cuando en realidad no lo está haciendo —o quizás las responda, pero solo como parte de una discusión más amplia que es importante para él, pero no (¡para nuestra propia desventaja!) para nosotros.
Una ilustración: después de la muerte de Diana, princesa de Gales, a fines del verano de 1997, muchos en Inglaterra estaban en un estado de conmoción que llegó a su punto culminante con su dramático funeral el sábado siguiente. Millones de personas en todo el país no pudieron pensar en otra cosa en toda la semana. El día después del funeral, los predicadores nos enfrentamos con una decisión: Puesto que todos están pensando en Diana, ¿predicas sobre ella discerniendo, si es que puedes, algún mensaje, así sea tangencial, del calendario de lecturas correspondientes a ese día (para los que seguimos esa tradición litúrgica), y tratar de esa manera de ayudarles a los feligreses a lidiar tanto con el dolor genuino como