La Pasión de Dios por Su Gloria. John Piper

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La Pasión de Dios por Su Gloria - John  Piper

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día que John F. Kennedy, en 1963. Su vida fue virtualmente paralela al siglo veinte hasta ese punto. Desde esa perspectiva dijo, “he vivido casi sesenta años conmigo mismo y con mi propio siglo y no estoy tan enamorado de ninguno de los dos como para desear no mirar un mundo más allá de ellos.”33 Si, y si hubiese vivido hasta el fin del siglo hubiese estado menos enamorado de su siglo de lo que lo estuvo durante la mitad que lo vivió.

      Después de esto Lewis enfatiza que él quiere y necesita leer libros que no sean de su siglo. Sus razones pueden motivar al sabio a leer a Jonathan Edwards.

      Hay una extraña idea en el extranjero de que para cada tema los libros antiguos deben ser leídos solo por los profesionales y los aficionados deben contentarse con los libros modernos…Esta errada preferencia por los libros modernos y esta timidez con los antiguos no es tan rampante en otras áreas como en la teología…Ahora, esto me parece desordenado. Naturalmente, puesto que yo soy escritor, no deseo que el lector ordinario deje de leer libros modernos. Pero si tuviera que escoger entre leer solo libros nuevos o solo antiguos, le aconsejaría que leyera los antiguos…Es una buena norma, después de leer un libro moderno, no leer otro moderno hasta no haber leído uno antiguo antes. Si eso es demasiado para usted, debería al menos leer un antiguo por cada tres modernos…Todos necesitamos libros que corrijan los errores característicos de nuestro propio periodo. Y esto significa libros viejos…Podemos estar seguros que la ceguera característica del siglo veinte reside donde nunca lo hemos sospechado…Ninguno de nosotros puede escapar completamente a esta ceguera…el único paliativo es permitir que la limpia brisa del mar de los siglos sople en nuestras mentes, y esto solo se logra leyendo libros antiguos.34

      Si Lewis está en lo correcto,la misma distancia de la grandeza de Edwards es una razón esperanzadora para leerlo. Sí, su manera de escribir es elevada; la nuestra suele ser mundana y conversacional. Su pensamiento es complejo; el nuestro suele ser elemental. Su visión de la realidad es consistentemente centrada en Dios; la nuestra tiende a ser centrada en el hombre con atención ocasional a Dios. Él es incesantemente serio; nosotros inclinados a la ligereza y al alivio cómico. Él se centra en la verdad y aprecia los contornos de la doctrina; nosotros tendemos a centrarnos en los sentimientos y sospechamos de la pretensión de que la doctrina tiene contornos. Sí, pero a pesar de esto, —y Lewis diría, a causa de todo esto— el esfuerzo por leer a Edwards vale la pena.

      Mortimer Adler Sobre la Necesidad de Libros Difíciles

      Mortimer Adler usaría otro argumento para persuadirnos. En su clásico, Cómo Leer un Libro, él argumenta apasionadamente que los libros que incrementan nuestro entendimiento de la verdad y nos hacen más sabios se tienen que sentir, al principio, por encima de lo que podemos. Ellos “tienen que hacerte demandas. Tienen que parecerte que están más allá de tu capacidad.”35 Si un libro es fácil y se ajusta gratamente a todas las limitaciones de tu lenguaje y forma de pensar, probablemente no crecerás mucho leyéndolo. Puede ser entretenido, pero no ensanchará tu entendimiento. Son los libros difíciles los que cuentan. Rastrillar es fácil, pero lo que consigues con eso son hojas; excavar es difícil, pero es posible que encuentres diamantes.

      Los cristianos evangélicos que creen que Dios se revela principalmente a través de un libro, la Biblia, deberían por mucho ser los más hábiles lectores que hay. Esto significa que deberíamos querer ser claros, penetrantes, exactos y balanceados en nuestra mente porque toda buena lectura implica hacer preguntas y pensar.36 Esta es una razón por la cual la Biblia nos enseña, “no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar” (1Co 14:20). Por esto Pablo le dice a Timoteo, “Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo” (2Ti 2:7). El regalo de Dios del entendimiento viene a través del pensamiento, no en lugar del pensamiento.37

      Adler subraya su argumento por una “mayor exigencia” en la lectura de grandes libros con la advertencia de que tal ejercicio mental puede alargar tu vida y la televisión la puede acortar.

      La mente puede atrofiarse, como los músculos, si no se usa…y esto es un terrible castigo, porque hay evidencia de que la atrofia de la mente es una enfermedad mortal. No parece haber otra explicación para el hecho de que tanta gente ocupada muera tan rápido después de retirarse…la televisión, la radio y todas las fuentes de entretenimiento e información que nos rodean diariamente son accesorios artificiales. Ellos pueden darnos la impresión de que nuestras mentes están activas porque nos mueven a reaccionar a estímulos externos. Pero el poder de esos estímulos externos para hacernos avanzar es limitado. Son como las drogas. Nos acostumbramos a ellas y continuamente las necesitamos más y más hasta que eventualmente tienen poco o ningún efecto.38

      Ir Cuesta Arriba Valdrá la Pena

      Esforzarse por leer a Jonathan Edwards solo para vivir más tiempo sería una gran ironía. Su meta no es ayudarnos a vivir más, ni a vivir para siempre, sino ayudarnos a vivir para Dios y por la eternidad. Pero debido a que nuestra cultura intoxicada por los medios de comunicación no es dada a pensar ni a esforzarse en vivir para Dios, el desafío y la dificultad para leer a Edwards se duplica. Sin embargo, El Fin Por el Cual Dios Creó el Mundo puede resultar siendo una fuente de vida en muchas más formas de las que nos imaginamos—mejor aún por ser como una montaña elevada que vale la pena cualquier esfuerzo por escalar.

      Intentando una Revolución Copérnica como Lutero

      En todo esto deseo persuadirlos a leer y apreciar El Fin Por el Cual Dios Creó el Mundo de Edwards. La importancia pública de reconocer y apreciar esta visión de Dios marcaría una época. Mark Noll compara el esfuerzo de Edwards en este libro a la meta de Martín Lutero, quien revolucionó al mundo restaurando a Dios al lugar que le corresponde. Él dice, “este libro intentó en el siglo 18 lo que Philip Watson describió una vez como la principal preocupación de Martin Lutero en el siglo 16, es decir, la promoción de una ‘revolución Copérnica’ en la cual los instintos antropocéntricos son transformados en una visión teocéntrica de la realidad.”39

      Edwards es más fuerte donde nosotros somos más débiles. Él conoce a Dios. Él ve y saborea la supremacía de Dios en todas las cosas. Nuestra cultura está muriendo por la falta de esta visión y de este alimento. Por lo tanto, la publicación de El Fin por el Cual Dios Creó el Mundo es un asunto de gran importancia pública.

      SECCIÓN DOS

      Una Preocupación Personal

      Publicar El Fin por el Cual Dios Creó el Mundo es también una cuestión intensamente personal para mí. Como lo dice al principio, la visión de Dios desplegada en este libro me cautivó treinta años atrás y ha puesto su estampa en cada parte de mi vida y ministerio. Creo y amo su mensaje. Mi motivo personal para hacer el libro más accesible es unirme a Dios en búsqueda de la irresistible meta para la cual Él creó el mundo. Esa meta, dice Edwards, es, primero, que la gloria de Dios pueda ser magnificada en el universo, y segundo, que el pueblo de Cristo, redimido en todo tiempo y nación, se regocije en Dios sobre todas las cosas.

      La Gloria de Dios se Manifiesta en la Felicidad de los Santos

      Pero la profundidad, la maravilla y el poder de este libro es la demostración de que estas dos fines son uno. El gozo de todas las naciones en Dios y la exaltación de la gloria de Dios son un solo fin, no dos. Por qué esto es así, cómo puede serlo, y qué diferencia hace es de lo que se trata este libro, mi vida y la teología de Jonathan Edwards. El primer biógrafo de Edwards describe El Fin por el Cual Dios Creó el Mundo de esta manera: “en base a los más puros principios de la razón tanto como a las fuentes de la verdad revelada, él demuestra que la principal y máxima meta del Ser Supremo, en las obras de la creación y de la providencia, fue la manifestación de Su propia gloria en la mayor

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