La potencia del talento no mirado. Carlos March
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Volviendo a Njambre, en estos ocho años fue tomando diferentes formatos: aceleradora, company builder, ahora es una empresa de la industria del conocimiento que busca transferir sus aprendizajes y experiencias a otros —emprendedores, empresas, organizaciones y gobiernos que quieren empezar a tener otra mirada sobre la generación de valor, transacciones ganar-ganar, impacto positivo y sentido— a nivel regional y global. «Y, a partir de estas experiencias, pensamos el próximo modelo que queremos emprender para seguir cambiando las reglas del juego de una industria generando transformaciones profundas en el futuro que queremos construir», sueña Milagro.
La liminalidad como centro
«Una buena manera de comprender el contexto es acercarse a los bordes, al límite muchas veces difuso que separa a la organización de su entorno. Cada uno a su manera, somos personas que estuvimos en los bordes y nos unimos porque sentimos esa necesidad de hacer cosas desde el umbral, pero ya no de manera individual sino desde una liminalidad grupal», así es como introducen los fundadores el tema de la liminalidad.
Porque «liminalidad» implica justamente eso: estar en un umbral, entre una cosa que se ha ido y otra que está por llegar. Arbusta asumió el desafío de integrar desde la liminalidad, de identificar talento en el umbral y llevarlo a un lugar central.
«Sin embargo, para poder avanzar liminalmente, tuvimos que desarrollar nuevas características organizacionales y capacidades personales como reciprocidad, empatía y resiliencia del riesgo».
«Entendimos que, para que Arbusta fuera un ámbito de intercambio en paridad, donde por más que no fuésemos pares se generara un sentimiento de paridad, era necesario establecer vínculos de reciprocidad, donde cada uno aportara al conjunto, y estuviera dispuesto a entender al otro por más diferente que fuera, para vislumbrar qué le aportaba y, a la vez, entender cómo uno podía aportarle al compañero».
La reciprocidad hace que todos se sientan pares. Y ayudó mucho a ese proceso que, a los tres fundadores, ser recíprocos les fluyera de forma espontánea. Es que los mueve la convicción de que, si vos sabés algo, ya no es solo tuyo y, por lo tanto, hay que volverlo a dar. Porque el conocimiento, como el amor, solo tiene valor cuando se comparte con otros.
«Empezamos a convivir con un elemento que nos era ajeno a nuestra cotidianeidad y que, a partir de que se sumaron jóvenes con diversas y numerosas carencias, la fragilidad se integró a nuestra vida. Eso se manifestaba en cientos de maneras, desde ver a alguien llorando o que pedía un adelanto de sueldo porque había tenido un imponderable, a otra que estaba angustiada por problemas familiares. Eran todos hechos que los superaban y los afligían, y que nos enfrentaban al desafío de buscar la manera de encontrar soluciones entre todos».
«En este punto, entonces, decidimos también redoblar la apuesta: nos propusimos que esas soluciones no solo resolvieran lo inmediato, lo urgente, sino que, además, debían generar o promover cambios estructurales a futuro. ¿Por qué? Porque sirve de muy poco aplicar solamente paliativos o placebos a tragedias y angustias que nos atraviesan cotidianamente. Así, fuimos desarrollando la empatía como grupo para poder hacernos cargo de pesares ajenos y asumirlos colectivamente. Aprendimos todos que reconocer la vulnerabilidad de cada uno te da más poder como equipo y, de esa forma, fuimos tratando de encontrar la manera de que las soluciones temporales se transformaran en cambios de largo plazo que se instalaran en la vida de cada uno de nosotros».
La liminalidad plantea un doble desafío: por un lado, situarse en la función de un intérprete equilibrista en el umbral de lo que se transforma o de lo que nace y, por el otro, crear las condiciones para que ese elemento innovador pase a ocupar un espacio de centralidad. Ello requiere asumir el riesgo de poder plasmarlo en la empresa y llevarlo a la sociedad para que lo pondere. No se trata de un trabajo sino de una actitud, una forma de ser, un carácter. Es hacer pasar tu vida personal, tus ilusiones y tus acciones por el riesgo de hacer-ser, más que de hablar. Ello implica moldear un temperamento en base a la resiliencia, sabiendo que muchos de los riesgos asumidos desde las acciones concretas pueden generar crisis que ponen a prueba la capacidad de superación individual y colectiva. Es que la resiliencia es, también, un componente intrínseco de la liminalidad: una vez superada una crisis, la experiencias vividas se transforman en un mayor y profundo auto-conocimiento.
Habitar en los bordes de la sociedad, en la periferia social, no solo tiene que ver con la posición socioeconómica que se ostente o el lugar geográfico en el que se habite: también ser joven, o mujer, o no tener experiencia laboral, o asumir una identidad más allá del femenino o masculino, te coloca en los márgenes. Y así lo relatan los arbusters más jóvenes:
«Como joven no tenés experiencia y eso te pone en los bordes. Porque estar en los bordes también es ser joven o no tener el secundario completo. Hay mucha discriminación: te dicen “estos bolivianos” o te tildan de “negro de mierda” sin fijarse cómo son ellos. La gente ve personas marchar porque no tienen trabajo y les gritan que vayan a trabajar. Es como decir que el piquetero se autodiscrimina. La mujer también es discriminada. Por ejemplo, para ser despachante de combustible en una estación de servicios te piden fotos de cuerpo entero».
«Oportunidades hay en todos lados, pero el tema es la experiencia y el estudio. En el colegio me enseñaron dos lenguajes técnicos y, cuando voy a buscar trabajo, me piden entre cuatro y cinco años de experiencia en cada uno. Entonces, hay oportunidades, pero te limitan ciertas cosas, principalmente la falta de experiencia. Muchas veces, también, la mayor limitante que tienen algunos chicos es el tiempo, porque tienen que cuidar a sus hijos, sus hermanos o a adultos enfermos».
«Antes, ser del barrio era un motivo para que te dejaran afuera de una posibilidad de trabajo. Eso pasaba mucho. Ahora, no importa tanto de dónde venís; lo que quieren es a una persona que sepa esto y esto. Antes, en cambio, era “sabés de esto, pero sos del barrio”. Ahora dicen: “Me venís bien, te contrato”. Hay un condicional que cambió».
También desde Rosario, Julieta Speranza pone el foco en la importancia de buscar talento en los bordes y en las necesidades que deben atenderse, porque cuando se encuentra talento en los segmentos más vulnerables de la sociedad, se elige a los jóvenes pero también se elige el contexto: «La empresa tiene que prepararse para poder abordar temas como violencia de género o situaciones de abuso, los temas puntuales de lo que pasa en las casas, donde muchos chicos son sostén de las familias, donde hay chicos de 20 años que tienen que llevar la plata a su casa porque los padres no tienen trabajo. Hemos hecho colectas porque faltan recursos en las casas y los vienen a cubrir acá. Los chicos vienen a desayunar acá porque a veces en las casas no tienen. Chicos que han tenido problemas con la vivienda y dimos asesoramiento para poder resolverlos. Hay talleres de cuentas sanas (cómo prever situaciones y tener reservas de plata) y de violencia de género».
Julieta y los líderes de grupo están atentos a lo que le pasa a cada joven: «En la diaria el líder que está con los chicos detecta situaciones y vamos conversando a ver cuáles son los temas más comunes. Si hay una situación puntual, conversamos directamente con los chicos. Cuando hay una situación de violencia doméstica, es necesario un acompañamiento especial con abogados o psicólogos. Hubo casos de violencia de género donde los hemos acompañado a la comisaría para hacer la denuncia. Hay chicos que siguen yendo al hospital cuando podrían usar el sistema de medicina prepaga y entonces se los asesora