Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine Murray
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–Déjame pensar si merece la pena subir hasta allí arriba –le aseguró abriendo los ojos al máximo, como si quisiera hacerle ver a Fiona que era una subida bastante en cuesta.
–Pues lamento decirte que el restaurante que David nos ha reservado se encuentra muy cerca del castillo –le reveló con un tono de voz divertida, al pensar en lo que acaba de decirle.
–¿No hay ascensor? –le preguntó frunciendo el ceño, sin poder dejar de mirarla.
–Solo puedo ofrecerte las escaleras, si las prefieres a la cuesta –le dijo mientras se reía y mordía el labio en señal de diversión. Sin duda que Fabrizzio parecía ser algo más que un hombre atractivo y un estudioso del arte italiano del Renacimiento. Era alguien que la hacía sonreír, divertirse, ver las cosas desde otra perspectiva que no había considerado hasta entonces.
–¿Mecánicas? –le preguntó sabiendo ambos que se estaba burlando de ella. Extendió su brazo de manera casual, como si hubieran presionado un resorte y su mano colocó los cabellos de Fiona detrás de su oreja. Aquel simple gesto y la manera en que su mano se deslizó por su mejilla provocaron en Fiona un repentino revuelo en su interior. Sus dedos la acariciaron de manera perezosa, dejándolos resbalar con lentitud por el perfil de su rostro. La mirada de Fiona pareció emitir un destello de complicidad y en sus labios se perfiló una sonrisa tímida, que impactó en Fabrizzio.
–El viento en primavera es algo molesto –le explicó Fiona mientras era ahora ella quien trataba de sujetar sus cabellos, pero las sensaciones no eran las mismas que Fabrizzio le había transmitido con sus dedos.
No dijo nada más mientras la contemplaba recogérselos, salvo por varios mechones rebeldes que prefirieron seguir acariciándole en el rostro. La mirada de él le hacía sentir un revuelo que Fiona era incapaz de controlar. Sintió que la temperatura de su cuerpo aumentaba haciéndose más latente en su rostro. Puso los ojos en blanco y sonrió divertida.
–¿Podrías dejar de mirarme?
–¿Te molesta? –le preguntó con un tono dulce de voz y tratando de hacerle ver que por mucho que quisiera no podía hacerlo. Y por otro lado tampoco quería, ya que aquella mujer le gustaba. Le gustaba más allá de la cama. Y ello lo tenía algo desconcertado.
Fiona sacudió la cabeza mientras desviaba la mirada hacia el paseo de los jardines de Princess Street, donde algunas parejas caminaban de la mano. Sonrió tímidamente al notar que un cierto grado de envidia se apoderaba de ella. Fabrizzio siguió su mirada para darse cuenta de este hecho y asintió sin decir nada.
Fiona se sobresaltó al verlo tan cerca, tanto que sus cuerpos se rozaron de manera tímida. Sintió sus dedos juguetear entre ellos. Y que él atrapaba su pequeña mano en la suya por un breve instante que deseó que no terminara. ¡En verdad aquel hombre era así de…! No encontró una palabra exacta para definirlo, tan solo sabía que en las pocas horas que habían compartido no había dejado de sorprenderla, y le gustaba a pesar de que no era lo que en un principio había esperado. Ni deseado. Recordó que aquella mañana había querido que no estuviera en su cama cuando ella despertara. Que se hubiera largado de madrugada sin un adiós. Pero ahora… después de las horas compartidas, no estaba tan segura de ello. Se preguntaba qué sucedería si aquello fuera un poco más allá.
–Será mejor que nos apresuremos –le dijo interrumpiendo aquel estado de ensoñación–. Hay trabajo por hacer y…
–Y contamos con el tiempo justo para hacerlo. Quizás una vez que lo hayamos agotado por completo, podamos contar con algo más –le susurró mirándola a los ojos con tal intensidad y determinación que Fiona hubo de apartar la mirada para no delatarse. Para que no adivinara que se estaba derritiendo en su interior.
Se dirigieron hacia la parte antigua de la ciudad, la Old Town, para buscar el restaurante de comida tradicional al que David los había enviado. Caminaron uno al lado del otro rozándose sin querer e intercambiando miradas bastante significativas, pese a no querer dar muestras de sus sentimientos. No hacía falta por otra parte. Cada uno era consciente de lo que el otro le provocaba. Fabrizzio trataba por todos los medios de fijarse en la arquitectura de los edificios que formaban High Street. Le llamó la atención en especial la Catedral de Saint Giles.
–Podemos tomar un café en su cripta –le dijo Fiona esperando que él se sintiera algo intimidado por este aspecto.
–¿En la cripta, dices? –repitió contrariado por esa invitación, mientras Fiona asentía conteniendo la risa por ver el gesto que su cara había reflejado al enterarse–. ¿Me tomas el pelo?
–¿Por quién me tomas? Estoy hablando con el mismísimo director de la Galería de los Uffizi. Toda una personalidad –le dijo empleando un tono serio y rimbombante, al tiempo que trataba por todos los medios de contener sus risas.
Fabrizzio se quedó clavado en mitad del empedrado de High Street mirándola mientras ella reía y reía como una chiquilla. Cuando se percató de que él permanecía en aquella postura, mirándola como si en verdad lo hubiera ofendido, recompuso su aspecto y su sonrisa se borró de un plumazo de su rostro. Se dirigió hacia él y lo tomó de la mano.
–Anda, venga. Vamos. Y deja de mirarme así. De verdad que lo siento si te ha molestado. Por lo general yo no… –Dejó de hablar cuando percibió que en el rostro de Fabrizzio se iba perfilando una amplia sonrisa que la enfureció–. ¿Te estabas burlando de mí? Tu pose… No estabas enfadado –susurró entrecerrando sus ojos y mirándolo como si fuera a matarlo. Sintió que su interior se sacudía por la forma de ser que tenía. Aquel italiano no dejaba de sorprenderla. Y más cuando Fabrizzio estalló en carcajadas. Fiona se sintió burlada y quiso golpearlo, pero él la recibió con los brazos abiertos. La rodeó por la cintura y la acomodó a su cuerpo. Bajó la mirada hacia la de ella, sintiendo los latidos de su corazón contra su propio pecho retumbando como un tambor. Tenía los labios entreabiertos, como si le costara respirar. Fabrizzio aflojó la presión sobre ella, pero Fiona no se apartó de él sino que permaneció allí esperando su reacción. No podía creer lo que estaba haciendo, lo que estaba sintiendo por aquel italiano. Pero era tan real como que en ese momento anhelaba que la besara y que la siguiera mirando fijamente, porque por primera vez acababa de ver su reflejo en su mirada.
Fabrizzio le acarició el rostro con una mano mientras sonreía sin saber el verdadero motivo. Se sentía como un adolescente ante su primer beso, ante su primera experiencia con el amor. ¡Por todos los diablos, no era un joven para andarse con esos juegos! Pero ella había conseguido que se sintiera de esa manera. Pasó el pulgar por sus labios sintiendo su suavidad. Fiona no se movía porque era como si estuviera eclipsada por aquel momento. «Criosh!», se dijo para sí en gaélico, mientras la boca de Fabrizzio se acercaba a la suya. Solo pudo cerrar los ojos y abandonarse allí mismo a su beso. La melodía que interpretaba el gaitero que siempre permanecía apostado a la puerta de la catedral, la envolvió haciéndola soñar con otro tiempo. El beso fue tierno, dulce, lento. No fue uno de esos besos voraces con los que se habían devorado la noche anterior empujados por la pasión, por la necesidad o la lujuria. Aquel beso era todo lo que ella podía desear del hombre que le gustaba. Fabrizzio le enmarcó el rostro entre las manos y profundizó el beso. Un beso que había deseado darle durante toda la mañana. La primera vez que la vio en la sala. En el despacho de David. Incluso se le había pasado por la cabeza irrumpir en el de ella, rodearla por la cintura para atraerla hacia él y dejar que sus deseos se desbordaran para atraparla de la misma manera que a él.
Fiona abrió los ojos cuando terminaron de besarse. Se sintió cohibida, extraña ante aquel despliegue de ternura y atención por parte