Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine Murray
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El sonido de su teléfono la sacó de sus pensamientos. Era Catriona. Descolgó mientras caminaba por su despacho esperando poder disfrutar de un rato de tranquilidad.
–Hola, ¿qué tal? –dijo Fiona con voz risueña, intentando dar a entender a Catriona que todo iba sobre ruedas.
–Hola, guapa, te llamaba para saber qué tal era el director de la galería Uffizi –le dijo con un tono lleno de sarcasmo y complicidad.
Fiona frunció el ceño, desconcertada.
–¿Quién te ha contado que está aquí? ¿O tal vez Moira lo ha visto en sus cartas? –le preguntó con un toque irónico y de mal humor por su situación.
–He llamado al museo preguntando por ti y me dijeron que estabas reunida con David y con él. Dime, ¿qué tal es?
La pregunta de Catriona hizo que Fiona cerrara los ojos y resoplara al pensar en Fabrizzio y en todo lo que tenía que hacer con él. Sus pensamientos se desviaron del plano laboral al sentimental, y abrió los ojos alarmada por sus deseos más íntimos. Un torbellino de imágenes de la noche pasada la inundó como una catarata.
–Me marcho a Florencia con él pasado mañana –se apresuró a contarle mirando los documentos que estaban sobre su mesa de manera distraída.
La noticia dejó a Catriona con la boca abierta y sin saber qué decir. ¿Florencia? ¿Por qué no les había dicho nada? ¿Desde cuándo lo sabía? El silencio pareció hacerse eterno en la línea de telefónica hasta que Fiona lo rompió.
–¿Cat? ¿Cat? ¿Sigues ahí? –insistió Fiona esperando que su amiga diera señales de vida.
–Pues claro que sigo aquí. No me he ido a ningún sitio, lo que sucede es que me has dejado… –En realidad no sabría decirle cómo se sentía tras conocer esa noticia.
–Imagino que se te ha quedado la misma cara de boba que a mí cuando David me lo dijo.
–Pero, ¿cuándo lo ha decidido? Porque tú no sabías nada, ¿verdad? –le preguntó no sin cierta suspicacia en su tono. No quería pensar que su amiga les había ocultado algo tan importante como marcharse a Florencia.
–Acabo de enterarme al llegar al museo. Estoy alucinando todavía –le confesó tratando de ocultar su emoción por ello.
–Pero, ¿y el director del museo Uffizi?
Fiona se sentó detrás de la mesa de su despacho. Prefería estar sentada cuando se lo contara a Catriona.
–¿Estás sentada, Cat?
–Sí, claro. ¿Qué…?
Su voz quedó suspendida en la línea de nuevo. Fiona comenzó a asentir como si supiera lo que su amiga acababa de descubrir. Porque estaba completamente segura de que había llegado a la misma conclusión que llegaría Moira. Por suerte Cat no le soltaría las chorradas de su media naranja, ni lo de su alma gemela. Cat no era tan fantasiosa.
–No puede ser lo que estoy pensando. Dirás que soy una mente muy calenturienta pero es que se me ha venido a la cabeza.
–Pues apuesto lo que quieras a que has acertado –le dijo con ironía Fiona, mientras se reclinaba contra el respaldo de su sillón y cruzaba sus piernas en una pose algo relajaba.
–¿Por casualidad el director ese italiano de Florencia no tendrá nada que ver con tu aventurita de anoche?
Fiona cerró los ojos mientras apoyaba la cabeza sobre la pared que estaba detrás de su silla. Fue como si las manos de Fabrizzio comenzaran a acariciarle los tobillos para iniciar un ascenso vertiginoso hacia sus muslos, sembrándole la piel de cálidas y sensuales caricias. Sintió sus labios sobre la clavícula e ir en dirección a su cuello. Emitió una especie de ronroneo semejante al de una gatita cuando se dio cuenta que Cat estaba al otro lado del teléfono.
–Exacto. Se trata de él –le confesó mientras Cat dejaba escapar un silbido–. Pero lo más divertido es que seré su anfitriona durante todo el día de hoy.
Catriona entrecerró sus ojos como si le hubiera parecido entender que su amiga estaba algo molesta por este hecho.
–¿Todo el día?
–Eso he dicho.
–Bueno, al menos de la noche no te ha comentado nada, ¿no? De eso ya te encargarás tú –le dijo riendo a carcajadas, mientras Fiona se incorporaba en su sillón hasta apoyar los brazos sobre la mesa, roja de furia.
–Gracias por tu comprensión –le soltó de manera mordaz.
–Mujer, es una manera de hablar. ¿Pero qué problema tienes con él? Yo lo veo un tipo estupendo. ¿Irás a decirme que no te atrae?
Fiona se pasó la mano por el pelo, dejando tiempo para pensar en la respuesta que debía darle a Cat, pero, aunque le mintiera, no la creería. Y lo más problemático era que tampoco podía mentirse a sí misma.
–Lo que me preocupa no es que me guste. Es que me gusta.
–Es un gran paso reconocerlo. ¿Entonces?
–Me ha descolocado su comportamiento. Sabes que mis aventuras nocturnas por lo general se marchan de puntillas en mitad de la noche, sin dejar rastro. Lo cual es de agradecer. Bien, pues Fabrizzio no lo ha hecho.
–Tal vez no sea de esa clase de hombres. ¿Te has parado a pensarlo?
–¿Y qué pretende con su actitud? Es absurdo pensar en algo más allá de un revolcón. Al menos yo lo pienso. Ya sabes que no quiero atarme todavía.
–Lo sé. Y lo respeto. Pero te diría que no depende de ti, Fiona. No se trata de que no quieras atarte, como dices. Se trata de que tu felicidad puede estar ahí delante, mirándote con esos ojos claros e invitándote a una romántica semana en Florencia. ¿Piensas dejar escapar la oportunidad de intentarlo?
–Pero… es una completa locura lo que dices. ¿Semana romántica en Florencia? Por favor, Cat, voy a trabajar en una exposición de retratistas italianos del Renacimiento. No a pasear cogida de la mano de un apuesto italiano por los jardines de Boboli.
–No seremos ni tú ni yo las que digamos lo que sucederá entre vosotros. Aunque imagino que no estaréis trabajando todo el día.
–No me vengas con la chorrada del destino. Si quisiera escuchar eso llamaría a Moira –le recordó algo crispada, porque en su mente acababan de deslizarse románticas imágenes de Fabrizzio y ella besándose en el Ponte Vecchio bajo un cielo estrellado y una luna redonda–. Tampoco creo que estemos de fiesta.
–¡Por San Andrés, te vas a Italia! ¡Florencia, la capital de la Toscana! Un sitio maravilloso. ¿Por qué no piensas en disfrutar un poco? Déjate llevar como anoche.
Fiona se quedó con la mirada fija en la mesa mientras su dedo trazaba figuras sobre ella. Sonrió al escuchar las últimas preguntas de su amiga. Quería dejarse llevar, pero en