Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine Murray

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Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon - Lorraine Murray Tiffany

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a su despacho para acomodarse y empezar a trabajar con el material que tenía. De camino saludó a varios compañeros en el museo y pasó por el despacho de David, su jefe. No se fijó bien pero parecía estar reunido a juzgar por las voces que salían del interior. Y risas. Escuchó reír a David en un par de ocasiones. Así como a su acompañante. Un hombre con un tono de voz musical, cuando hablaba en inglés. Con un acento extraño. Le quedó claro que no era ni inglés, ni mucho menos escocés. Sacudió la cabeza cuando una absurda idea cruzó su mente. E incluso se permitió reírse de sus disparatadas ocurrencias.

      –Agradezco que hayas venido. Para mí es un detalle –le dijo David con sinceridad.

      –No, tal vez sea yo quien deba darte las gracias por acordarte de mí para este proyecto tan ambicioso. Además, me ha permitido ir conociendo las maravillas de tu ciudad –exclamó Fabrizzio entre risas recordándola una vez más.

      –Siento no haber podido ir a recibirte y pasar tiempo contigo, pero… –David se encogió de hombros al tiempo que señalaba montones de carpetas, dando a entender que el trabajo le absorbía la mayor parte de su tiempo–. Dime, ¿qué te ha parecido Edimburgo? Espero que hayas aprovechado el día de ayer con nuestros amigos de la universidad.

      En este punto Fabrizzio se quedó callado y pensativo. Sonrió de manera cínica al recapacitar en la respuesta que debía darle. ¿Que qué le había parecido? ¿Que si lo había aprovechado? Mejor sería no comentar nada a ese respecto. No quería alarmar a su amigo.

      –Fascinante, la verdad. Lo poco que he podido conocer ha merecido la pena –le dijo con total seguridad en sus palabras.

      –Me alegro. Pero, dime, ¿sigues pensando regresar pasado mañana a Florencia?

      –Así es. Tengo trabajo pendiente en la Galería Uffizi, y ahora que requieres mi ayuda…

      –Bueno, en realidad no soy yo quien está al frente de esa exposición.

      –¿No? –preguntó con un gesto contrariado Fabrizzio cruzando las manos sobre la mesa y mirando a su amigo con inusitado interés–. ¿Quién es entonces?

      –Espera a conocerla. Solo te diré que es la mejor en su trabajo, y que se ha tomado como un reto personal el poder organizar la colección de retratistas italianos del Renacimiento. Es una apasionada de la pintura de tu país. Podría decirse que vive por y para ella. Su dedicación es plena y su conocimiento del tema inigualable. La exposición del proyecto ante los miembros de la junta del museo fue impecable.

      –Hablas de ella como si fuese única en su campo. Me alegra que haya gente con tanto interés. ¿La conoceré? –preguntó expectante por verla aparecer.

      –Si me das un par de minutos iré a ver si ha llegado. Es trascendental que os conozcáis y que comencéis a intercambiar vuestras impresiones al respecto de la exposición.

      –¿De qué plazo estamos hablando para reunir el material, seleccionar las obras que mejor se ajusten y tramitar la documentación para trasladar las obras desde Florencia? Sabes que nos llevará tiempo –le dijo en un claro tono de advertencia.

      –Cuanto antes mejor. No quiero que la posibilidad de organizar la exposición se dilate demasiado. Tengo el visto bueno de la junta del museo y no querría que se enfriara. Entiende que una demora… –le explicó poniendo sus ojos en blanco mientras levantaba las manos en alto.

      –Podría hacer que sus miembros se echaran atrás. Lo comprendo –asintió Fabrizzio–. Prometo dedicarle todo el tiempo que mis obligaciones en la Galería me dejen.

      –Te lo agradezco. He conseguido que aprueben un presupuesto considerable para tal evento. De manera que deberíamos ponernos manos a la obra de inmediato.

      –En ese caso, tal vez sería bueno que fueras en busca de ese talento del que me hablas, y que comenzáramos a planificarlo todo –le dijo con un claro tono de advertencia al respecto de ser preciso en lo que requería de él.

      David sonrió abiertamente mientras palmeaba a Fabrizzio en el hombro.

      –Por eso no debes preocuparte. Le tengo una sorpresa –le dijo mientras caminaba hacia la puerta de su despacho, pero se detuvo de repente y se volvió hacia su colega–. Por cierto, no te sorprendas por su carácter.

      Fabrizzio sonrió mientras miraba a David con el ceño fruncido, sin llegar a captar el significado de esas palabras. ¿Carácter? Apostaba a que se trataría de una vieja solterona con el pelo recogido en un moño y gafas de pasta. Algo parecido a una especie de ratón de biblioteca que no ve más allá de sus libros. Se centró en evaluar el tiempo que requería el proyecto, las obras que podrían servir, la documentación que habría que completar, los seguros y los gastos de viajes. Pero bueno, de ello podría ocuparse más adelante. Cuando se reuniera con esa mujer que David le había descrito como una apasionada del arte italiano. Por un breve instante una disparatada idea iluminó su mente como si de un fogonazo se tratara. Sonrió de manera divertida por este hecho, pero lo rechazó de plano.

      –Imposible –se dijo mientras sacudía la cabeza y se acercaba a la estantería que había en el despacho.

      –Hola Fiona –le saludó Margaret al verla dirigirse a su despacho. Era una mujer entrada en años, pero que se conservaba como algunas de las pinturas del museo: impecablemente jóvenes. Margaret era la directora del departamento de restauración–. El jefe está reunido con un tipo muy apuesto y elegante –le informó con un toque de voz sensual, y una mirada que parecía brillar–. De esos que te hacen volver la cabeza si lo ves por la calle –le dijo suspirando al recordar su encanto desplegado cuando David se lo presentó.

      –¿No me digas? –le dijo de pasada, mientras se centraba en buscar algo y no prestaba la más mínima atención a Margaret–. En ese caso ten cuidado con tus cervicales.

      –Conoce a David de sus años en la facultad. Ambos estudiaron Historia del Arte. En Florencia –le comentó con un cierto toque de ensoñación, cerrando los ojos.

      Aquellas palabras provocaron que Fiona se quedara clavada al suelo. Se volvió con lentitud hacia Margaret mientras su pulso comenzaba a acelerarse de manera inusitada. «¿Italia? ¿Florencia? ¿Cuándo había estado David allí?», se preguntó mientras fruncía el ceño y pensaba que se estaban produciendo demasiadas coincidencias con Italia. Por un breve lapso de tiempo recordó las últimas palabras de Moira y sus visiones inventadas sobre que su futuro podía estar en Italia. «Tonterías de Moira», se dijo como si hubiera dado un carpetazo a este asunto.

      –¿Tendrá algo que ver con la exposición que andas preparando? Oye, ¿por qué te has quedado paralizada y con esa cara? –le preguntó Margaret fijando su atención en ella.

      –¿De qué me hablas?

      –De…

      Un suave golpe en la puerta hizo que Margaret centrara su atención en esta, y se olvidara del comentario que iba a hacerle a Fiona. La cabeza de David surgió detrás de la puerta esbozando una amplia sonrisa de satisfacción.

      –Bueno días. Ah, veo que has llegado –dijo mirando a Fiona con interés.

      –Sí. Acabo de hacerlo. No he querido decirte nada, ya que vi que estabas reunido.

      –Cierto. Pero no hubiera sucedido nada si te hubieras pasado. Esa reunión tiene que ver con tu exposición sobre los pintores italianos.

      Margaret

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