Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine Murray

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Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon - Lorraine Murray Tiffany

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se quedó sin palabras. No podía ser cierto. No. De ninguna manera. Por muchas ganas que tuviera de ir a Florencia… Aquello no podía estar pasando. Se suponía que Fabrizzio era una aventura de una sola noche. Nada más. No quería seguir viéndole después de lo sucedido esa mañana porque podría terminar por gustarle y entonces…

      –Veo que te he dejado sin palabras. Era lo que imaginaba –comentó David mirando a Fiona, como si esperase que se pusiera a saltar de alegría. No todos los días uno conseguía ir a Florencia una semana.

      Fabrizzio la miraba con una extraña sensación. ¿Aquella mujer sería su colega de trabajo durante una semana? ¿En Florencia? ¿Había escuchado bien a su amigo? ¡Tenía que tratarse de alguna broma! No podía ser que ella… No sabía qué pensar y menos qué decir en ese momento. ¿Sería una idea acertada? ¿Cómo haría para mantener las manos alejadas de su cuerpo? ¿Controlaría sus deseos de besarla? ¿Cómo haría para no quedarse mirándola como lo estaba haciendo en ese mismo momento?

      –Es una gran oportunidad, sin duda alguna –fue lo único que pudo decir Fiona, tras unos segundos en los que se sintió descolocada. Debía decir algo o David pensaría que no quería ir. Y en verdad que lo deseaba. ¡Florencia! Pero había un problema y estaba justo delante de ella, mirándola de aquella manera que la hacía sentirse… deseada–. Pero… no tengo nada preparado.

      –No te preocupes. Todo está arreglado desde hace días.

      –¡Desde hace días! –exclamó fuera de sí Fiona abriendo los ojos como si fueran a salírsele.

      –No quería decirte nada hasta que conocieras a Fabrizzio y le comentaras tus expectativas de la futura exposición.

      –Pero, ¿cuándo se supone que me tengo que marchar? –le preguntó sin conseguir dominar su estado de agitación, mientras Fabrizzio, apoyado contra la pared y con los brazos cruzados sobre su pecho, sonreía divertido al verla en tal situación. O mucho se equivocaba o la razón por la que Fiona parecía no querer ir a Florencia estaba en ese despacho. Y no era cuestión de ser presuntuoso, pero a él le sucedía lo mismo con ella. Sería una tarea ardua no tocarla, ya lo había pensado. Y esa idea lo estaba empezando a consumir por dentro.

      –Tienes billetes para pasado mañana –dijo desviando la atención hacia Fabrizzio, quien ahora miraba a Fiona con gesto serio. Se había incorporado de la pared y miraba a David como si acabara de dictar su sentencia de muerte. ¡Se irían juntos! Solo esperaba que no pidiera que la alojara en su casa…

      Fiona no quería mirarlo. No quería que la atrapara con su mirada, pero debía disimular ante David. No podía mostrarse descortés con él, ni con… ni con… Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando los deseos de mirarlo se impusieron a su voluntad. Y entonces todo su cuerpo se rebeló emitiendo una serie de descargas de deseo de volver a despertar con él. No podía sacarse de la cabeza la noche compartida en su apartamento. Pareció darse por vencida porque todo aquello daba la impresión de estar orquestado por el destino, y no había manera de escapar. Sonrió divertida al recordar lo que le dijo Moira esa mañana y que comenzaba a encajar como las piezas de un puzle. ¿Y si de verdad su amiga tenía poderes? Debería consultarle acerca de lo que le sucedería en Florencia con aquel hombre que parecía haber nacido para acariciar su cuerpo. «¡Con Fabrizzio!«, se dijo de manera tajante.

      –¿Dónde se alojará? –intervino él antes de que la cosa se fuera de las manos.

      –Por ello no debes preocuparte. Tiene una habitación en un hotel –aclaró con cierto orgullo en su voz.

      Si David se hubiera fijado con atención en ambos, se habría dado cuenta que los dos habían dejado escapar un suspiro. «Al menos no despertará en mi cama, ni me preparará el desayuno», se dijo Fiona tratando de mostrarse confiada en que nada iba a suceder entre ellos. Pero al instante pensó que el hecho de que ella estuviera en un hotel no era impedimento para que sucediera lo de la noche pasada. No. De ninguna manera podría volver a suceder. ¿En qué estaba pensando? Iba a Florencia a trabajar en su exposición y no a acostarse con Fabrizzio.

      –Aclarados estos interrogantes, creo que sería buena idea que habláramos de la exposición, ¿no creéis? –propuso David mientras Fiona y Fabrizzio asentían–. Una última cosa antes de que se me olvide. Para que os vayáis conociendo mejor he pensado que Fiona podría enseñarte la ciudad. Como puedes imaginar, a mí me resultaría complicado hacerlo.

      Fiona miró a David como si fuera a matarlo por lo que acababa de decir, pero de inmediato la sonrisa más risueña afloró en sus labios. «Qué genial idea acaba de ocurrírsele», exclamó en su mente mientras apretaba los dientes y hacía de tripas corazón mirando a Fabrizzio. Este asintió convencido de que ella sería la guía idónea para tal menester.

      –Por cierto, os he reservado una mesa para comer en la parte antigua de la ciudad. Un restaurante típico escocés para que Fabrizzio deguste nuestra cocina. –Aquello era peor que bañarse en el mar del Norte en pleno mes de enero. Deslizó con suavidad el nudo que se había vuelto a formar en su garganta y evitó mirar a Fabrizzio–. Te aseguro que te resultará más divertido ir con Fiona que conmigo –le aseguró David mirándolo.

      –No me cabe la menor duda de que aprovecharemos el tiempo –asintió convencido, mientras le lanzaba una mirada a Fiona y podía contemplar el gesto de rabia contenida en su rostro. ¿Qué le pasaba? ¿A qué venía ese mal carácter? De verdad que era como Jekyll y Hyde, el famoso personaje de Stevenson que vagó por las calles de Edimburgo. Cariñosa y apasionada por la noche. Fría y distante por el día. No iba a suceder nada entre ellos. Iban a centrarse en el trabajo de la exposición. No a flirtear y hacerse arrumacos cariñosos como dos adolescentes por High Street o la Royal Mile.

      David miró a Fiona esperando su aprobación, que no tardó en llegar con una muestra de la mejor de sus sonrisas.

      –Sí, claro. Será un placer –murmuró mientras trataba de controlar su respiración agitada. Pasar todo el día con él no le disgustaba, al contrario. La cuestión era la cuestión. Que entre ellos había cierta química, pero en la que por ahora prefería no pensar.

      –Perfecto.

      –Si no tienes más noticias estupendas que darme, prefiero regresar a mi despacho a preparar algunas cosas de la exposición para que Fabrizzio me dé su opinión después –dijo mirándolo y dándose cuenta que aquel italiano le iba a crear más complicaciones que elegir los cuadros con los que le gustaría que contara la muestra.

      Fabrizzio se encogió de hombros sin mediar palabra. Como si le pareciera perfecto. Ello también le permitiría ordenar sus pensamientos y prepararse a conciencia para pasar el día con ella.

      –En ese caso puedes irte. Así Fabrizzio y yo nos pondremos al día.

      Fiona sonrió y, tras lanzarle una última mirada a Fabrizzio, salió del despacho. Cerró la puerta a sus espaldas y durante unos segundos se quedó allí quieta con los ojos cerrados y soltando todo el aire que podían abarcar sus pulmones.

      –Criosh! –murmuró en gaélico, maldiciendo su situación. Esperaba que todo se desarrollara con normalidad y no tuvieran ningún otro encuentro íntimo por el bien del trabajo. Pero cuando escuchó las palabras que provenían del despacho de David…

      –¿Verdad que no me equivocaba cuando te dije que es una gran profesional?

      –Sin duda alguna. Fiona me parece una mujer inteligente y que tiene muy claro lo que quiere en cada momento –le aseguró recordando que había sido ella la que había llevado la batuta en su apartamento–. Creo percibir

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