El hombre imperfecto. Jessica Hart
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–No habría servido de nada. Los problemas amorosos con los hombres no se pueden comparar con los grandes problemas de la economía y la política. En realidad, creo que mi madre tiene razón. Me debería preocupar más por esas cosas.
Max maldijo a Flick para sus adentros. Su hija le era absolutamente leal y ella, en cambio, era incapaz de dedicarle el menor reconocimiento. La pobre Allegra habría dado cualquier cosa por conseguir la aprobación de Flick.
Justo entonces, Allegra lanzó una mirada a una chica que acababa de pasar por delante de la mesa.
–Dios mío… ¿Habéis visto eso? Qué maravilla de mujer. Está absolutamente preciosa con ese look de vampiro chic.
Max arqueó una ceja.
–¿Vampiro chic? –preguntó con sorna.
Allegra lo miró con recriminación.
–¿Se puede saber qué te pasa, Max? Te traemos al mejor club de la ciudad y tú te comportas como si prefirieras estar en un vulgar pub.
–Porque preferiría estar en un vulgar pub –alegó.
–Anda, bebe un poco. Está visto que necesitas animarte –Allegra le pasó la carta de bebidas–. Y no, ni lo pienses. No te puedes tomar una pinta de cerveza.
Max estuvo a punto de sufrir un infarto cuando vio los precios.
–¡Esto es un atraco a mano armada!
–No sufras tanto, que no vamos a pagar nosotros –le recordó Allegra–. Y relájate de una vez, por favor. Se supone que tienes que estar encantado ante la perspectiva de conocer a Darcy; pero cualquiera diría que te han arrastrado a una sala de tortura.
–Umm…
Max se intentó aflojar la corbata. Allegra se inclinó hacia delante y le dio un golpe en la mano, para impedírselo.
–¡Relájate! –repitió.
Max se quedó inmóvil. El aroma del perfume de Allegra lo había embriagado por completo.
–Darcy llegará de un momento a otro –continuó ella–. Haz un esfuerzo por estar a la altura de las circunstancias y caerle bien. Esa es tu primera tarea. La segunda, conseguir que acepte tu invitación a cenar.
–Ya lo sé –dijo, enfurruñado.
–Solo te lo recuerdo para que no cometas ningún error. Esto es tan importante para mí como lo es para ti. Si quieres que te acompañe a esa cena, claro.
Max se volvió a arrepentir de haberle dado la idea de que lo extorsionara con su jefe. Por lo visto, había creado un monstruo.
–Recuerda que te interesa Darcy, no la modelo de lencería. Hazle preguntas, pero no la interrogues. Y no esperes que todo el peso de la conversación recaiga en ella.
–Por si no lo sabías, he salido con más mujeres.
Allegra hizo caso omiso del comentario.
–Darcy espera encontrar a un hombre tan interesante como interesado por ella; un hombre encantador y con carácter que le haga reír, que se comporte como un caballero y que consiga que se sienta sexy y segura a la vez.
–¿Y cómo lo voy a lograr si Dom y tú me estáis sacando fotografías?
–Al cabo de un rato, ni siquiera serás consciente de nuestra presencia –le aseguró–. ¡Ah! Ahí llega.
Max se levantó para saludar a Darcy y se quedó sin aliento.
Era una mujer verdaderamente espectacular. Había visto fotos suyas en las revistas, pero las fotografías no le hacían justicia. Irradiaba sensualidad desde su cabello rubio hasta su cuerpo voluptuoso, pasando por una boca que parecía la quintaesencia de la tentación.
–Hola. Supongo que tú eres Max –dijo Darcy con su famosa voz ronca.
–En efecto. Encantado de conocerte, Darcy.
Max le quiso estrechar la mano, pero la modelo se rio y le dio un beso en la mejilla.
–Dejémonos de formalidades –dijo Darcy, que se había ganado la atención de todos los hombres del club–. A fin de cuentas, me han dicho que vamos a ser grandes amigos.
Max le ofreció una silla y lanzó una mirada asesina a Allegra.
–¿Ah, sí? Parece que tú sabes más que yo.
Darcy le dedicó otra sonrisa.
–No te preocupes por eso. Nos vamos a divertir.
Darcy y Max se llevaron bien desde el principio. Allegra pensó que tenía motivos para estar contenta y dio un trago de agua mientras miraba a la modelo, que echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada en ese momento. A continuación, Darcy parpadeó con coquetería, se inclinó hacia delante como si quisiera enfatizar su famoso escote y pasó una mano por el brazo de Max.
Allegra tendría que haber estado encantada. Tras unos instantes de incomodidad, Max se había relajado y había conquistado a la modelo con su encanto y su sentido del humor. ¿Quién lo habría imaginado? El hermano de Libby estaba increíblemente atractivo con su nuevo corte de pelo, su traje y su camisa oscura con estampado de flores. No parecía el mismo hombre. Y todo estaba saliendo a pedir de boca.
Pero Allegra habría preferido que Darcy no lo tocara tanto.
Algo incómoda por la deriva de sus pensamientos, Allegra bajó la cabeza y clavó la mirada en su cuaderno mientras oía la conversación de Darcy y Max e intentaba pasar desapercibida en la medida de lo posible.
Aquel artículo podía cambiar su carrera y abrirle las puertas de publicaciones más serias y más importantes.
Se estaba jugando mucho.
Pero, entonces, ¿por qué se distraía constantemente con las sonrisas de Max? ¿Por qué se le aceleraba el pulso como si la hubieran asustado? Y, sobre todo, ¿por qué deseaba que sus sonrisas fueran para ella y no para Darcy?
Al cabo de un rato, renunció a tomar notas y empezó a dibujar a la pareja. Al fin y al cabo, no estaban diciendo nada de utilidad para escribir un artículo.
Cuando terminó con Darcy, empezó con Max. Pero se sorprendió al ver que no estaba dibujando al Max de aquella noche, sino al Max de siempre, al hombre que ella conocía, al tipo que llevaba polos espantosos y que se tumbaba en el sofá de su casa, con el mando a distancia en la mano, a ver la televisión.
–¿Qué estás dibujando? –dijo Darcy de repente.
La modelo se inclinó sobre el cuaderno de Allegra.
–¿Quién es ese? –continuó Darcy–. Dios mío, eres tú…
–Sí, me temo que soy yo.
Allegra se ruborizó.
–Solo es un boceto…