El hombre imperfecto. Jessica Hart
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–Bueno, no se puede decir que sea el hombre más atractivo del mundo, pero creo que encaja en el proyecto.
–Parece prometedor. ¿Cómo es?
–Es un tipo normal y corriente. Un ingeniero que juega al rugby y no sabe absolutamente nada de moda –dijo Allegra.
–¿Y no está saliendo con nadie? Solo nos faltaría que su chica monte un número al saber que se va de copas con Darcy.
Allegra sacudió la cabeza.
–No, no está con nadie. Su prometida le acaba de abandonar y él se va del país dentro de poco, así que no está interesado en mantener relaciones amorosas –declaró–. Es perfecto para lo que buscamos.
–Pero ¿es consciente de lo que supone? –preguntó Marisa con desconfianza–. ¿Te consta que quiere participar?
Como Allegra no podía explicar que lo había extorsionado para salirse con la suya, se limitó a decir:
–Por supuesto.
Marisa miró a Stella, que asintió.
–En ese caso, será mejor que te pongas en contacto con Darcy King y organices su primera cita cuanto antes.
Capítulo 3
–ASÍ que esta es tu oficina.
Max echó un vistazo a su alrededor, incómodo. La sala estaba llena de mujeres impresionantes que lo miraban como si fuera la primera vez que veían a un hombre con traje y no supieran si reírse o darle el pésame.
En otras circunstancias, le habría agradado la sobredosis de atención femenina; en aquellas, se sintió como un moscardón que hubiera entrado en un invernadero lleno de mariposas a cual más bella.
¿Por qué se había dejado embaucar? Él estaba tan tranquilo cuando Allegra se sentó a su lado y, antes de que se diera cuenta, lo había engatusado con sus palabras y hechizado con sus grandes ojos de color musgo.
No se lo podía creer. Sobre todo, porque él mismo le había dado la idea de extorsionarlo para que se saliera con la suya.
Cuando Allegra se echó en sus brazos y le dio un beso en la mejilla, se supo completamente perdido. La visión de su cabello lo perturbaba; el contacto de su cuerpo lo embriagaba. En ese momento, la deseó tanto que estuvo a punto de meterle las manos por debajo de la blusa, tumbarla en el sofá y hacerle el amor.
Pero habría sido una idea nefasta.
Y ahora, sin saber qué diablos había pasado, se encontraba en la redacción de la revista Glitz y no tenía más remedio que seguir adelante con aquella farsa.
–En primer lugar, tendremos que adecentarte un poco –dijo Allegra, que sacó una lista–. ¿Tienes libre la tarde?
Max la miró con desconfianza, pero se había comprometido con ella y ya no se podía echar atrás.
–No, pero supongo que me la podría tomar libre –respondió a regañadientes.
Max no quería que sus compañeros de trabajo se enteraran de lo que estaba pasando. De hecho, les había dicho que tenía que ir al dentista para que no hicieran preguntas sobre su ausencia matinal. Y, al mirar las oficinas de Glitz, pensó que una extracción de muelas habría sido menos dolorosa para él.
Segundos más tarde, Allegra lo condujo por uno de los pasillos. Como siempre, llevaba zapatos de tacón alto que resonaban en los pulidos suelos. Estaba preciosa con su traje de pantalón ajustado, pero Max pensó que le gustaba más cuando se ponía vestidos; en primer lugar, porque lo intimidaba menos y, en segundo, porque los vestidos ofrecían la visión de sus impresionantes piernas.
–Dickie te dejará perfecto –dijo Allegra–. Pero ten paciencia con él, por favor. A veces puede ser irritante.
–Yo siempre estoy perfecto –protestó Max.
Allegra lo miró por encima del hombro.
–Si tú lo dices… –ironizó–. En fin, ya hemos llegado. Limítate a sonreír y a asentir.
Ella respiró hondo y lo llevó a otra sala, donde los esperaba un hombre bajo, de cabello gris, grandes gafas rojas y una pajarita roja y blanca.
–Hola, Dickie –dijo Allegra con una amabilidad casi reverencial–. No sabes cuánto me alegra la oportunidad de trabajar contigo.
Dickie asintió con expresión aristocrática y, tras dar un beso a Allegra, lanzó una mirada a Max y frunció el ceño.
–¿Quién es este? –preguntó con acento francés.
Max dio un paso adelante, le estrechó la mano y contestó:
–Max Warriner. Encantado de conocerte.
Dickie se miró la mano como si fuera la primera vez que se la estrechaban. Allegra se maldijo por no haber advertido a Max de que debía darle un beso. Aunque estaba segura de que no se lo habría dado.
–Max está aquí por el proyecto de Construyendo a Don Perfecto –explicó–. Ya sabes, la idea de cambiar completamente a un hombre.
–Ah, oui… –dijo Dickie–. Desde luego, este necesita un buen cambio.
–Esta noche tiene su primera cita. Darcy King y Max irán al club Xubu y disfrutarán de unos cócteles –comentó ella con entusiasmo.
El club Xubu era el local más de moda de toda la ciudad. Allegra estaba loca por conocerlo, pero nunca le habían ofrecido una invitación. Afortunadamente, la fama de Darcy King abría todas las puertas.
–No sé por qué estás tan contenta –dijo Max–. Tú no vas a ir.
–Por supuesto que voy a ir –le corrigió Allegra–. Recuerda que tengo que escribir el artículo. Y me acompañará un fotógrafo.
Max gruñó.
–Vamos… si hay testigos, no es una cita de verdad.
–Pero será divertido.
Max sacudió la cabeza en silencio.
–Como ves, Max necesita un cambio verdaderamente profundo –dijo Allegra a Dickie, que lo observó con detenimiento–. Tiene que impresionar a Darcy.
–Bueno, haré lo que pueda. Pero hay que quitarle la chaqueta, la camisa y esos horribles pantalones… ¡Dios mío, qué espanto! ¡Será mejor que lo quememos todo!
Dickie le intentó quitar la chaqueta, pero Max se resistió.
–¿Qué diablos… ?
Allegra decidió intervenir.
–Déjamelo a mí, Dickie. Venga, quítate la chaqueta.
–¡Es el traje que llevo al trabajo! ¡No permitiré